Camino a Ferrari

En pocas semanas se estrena en Argentina Ferrari, el muy esperado biopic dirigido por Michael Mann sobre la vida del fundador y cabeza de la famosa escudería italiana. El cine y el mundo de los autos han cultivado una relación extensa y fructífera, así que mientras esperamos a ver de qué manera la película de Mann renueva nuestras ideas sobre esa relación, y para apaciguar un poco la expectativa, quería proponerles otras tres películas de autos y carreras.

Inmerso en el evento: Le Mans (1971)

A fines de los 60 Steve McQueen había dado vida a su propia compañía productora, Solar, con la que había ya producido el clásico de persecuciones Bullitt por las calles de San Francisco. McQueen era él mismo un piloto entrenado de carreras que en 1970 había corrido las 12 horas de Sebring manejando un Porsche 908 (llegó en segundo lugar). Su objetivo era no sólo hacer esta película sino poner sus propias manos al volante para correr las 24 horas de Le Mans. El sueño de participar de la carrera no se cumplió para el pobre McQueen (sus aseguradores no estuvieron de acuerdo) pero a cambio tenemos esta ficción en la que compite contra Ferrari a bordo de un Porsche 917.

Dirigida por el ignoto Lee H. Katzin (de una filmografía compuesta por mayoría de películas clase B hoy olvidadas), Le Mans esboza una trama ínfima sobre un romance perdido en el pasado entre McQueen y la viuda de otro de los conductores, apenas una excusa para lo que le importa a la película que es transmitir la experiencia de la carrera, en un sentido amplio que incluye no sólo las pistas y la subjetividad de los conductores (el dilatamiento del tiempo en las milésimas previas al estallido de la largada es un gran momento de Le Mans) sino todo el ambiente circundante, con un nivel de observación de detalles fascinante dedicado al trabajo de los mecánicos y la extraña forma que adquiere la vida del público en una prueba automovilística tan extensa (una integración de la audiencia como parte del espectáculo parecida, si bien a otra escala, a la que trabajaría Jacques Tati un par de años más tarde en el circo de Parade). Le Mans es casi un documental sobre el extravagante fenómeno que significa el evento y aunque McQueen no haya podido correr él mismo la carrera y a la película le haya ido tremendamente mal en la taquilla (llevando al actor casi al punto de la bancarrota), hoy resiste el paso del tiempo y su extrema concentración en los aspectos concretos, materiales de la carrera le devuelven al espectador la experiencia de lo que puede haber sido atravesarla en aquellos años.

Pilotos y mecánicos: Días de trueno (1990)

Aquí nos trasladamos a otro rubro del automovilismo, un fenómeno típicamente norteamericano del que probablemente el elegante europeo Enzo Ferrari renegaría un poco: las carreras de Nascar con las que los pilotos y los equipos recorren lo ancho y largo de los Estados Unidos. Luego del éxito de Top Gun (1986), Tom Cruise y el director Tony Scott reafirmaron la alianza para esta película que tiene mucho de remake de aquella película trasladada al mundo de los autos. Gran valor del cine de acción desde los 80s hasta su suicidio en 2006, Scott ya trabaja en esta película cierto afán por mostrar cómo la forma misma y el registro de la cámara sufren el impacto del movimiento intenso, ese cine de percepción alterada por explosiones, destellos, temblores, que aquí podemos reconocer en sus desenfoques de velocidad cuando filma la carrera de Daytona. Pero Scott fue también un especialista de una forma característica del cine de acción que es la de trabajar simultáneamente la acción propiamente dicha junto con otro espacio que funciona como un control a distancia desde el cuál dicha acción es analizada, comentada, planificada. Esta forma que reaparece en películas suyas como Déjà vu o Imparable está planteada aquí por las comunicaciones durante las carreras entre el piloto encarnado por Cruise y el mecánico interpretado por Robert Duvall.

Si bien hay un romance entre Cruise y la doctora que interpreta Nicole Kidman, el sentimiento en el centro de Días de trueno es la amistad entre piloto y mecánico, entre los cuáles se cifra una idea de simbiosis no menor para quienes quieran meditar sobre la figura de Enzo Ferrari y su legado: la idea de que el piloto puede mejorar si es capaz de descifrar las señales que le susurra la mecánica (cuando llega a la escudería, Cruise es un ignorante completo en cualquier cosa que no sea estrictamente manejar el auto), pero también, como dice en algún momento Duvall, que el amor del mecánico por su creación necesita del genio del piloto para llegar a su punto más alto (“cuando veo a un tipo haciendo cosas tan increíbles con mi auto, al fin me muestran lo que construí y automáticamente, quiera o no quiera, me enamoro de esos tipos”). De estos elementos surge una película en la que brilla esa fluidez entre acción y comedia tan placentera, que a falta de un nombre y en honor a uno de sus cultores mayores podríamos llamar cine-Tom Cruise.

Trágicos años dorados: Ferrari: Carrera a la inmortalidad (2017)

Este documental algo convencional apoyado en imágenes de archivo, unas cuantas, eso sí, memorables, cuenta la historia de la primera década de la fórmula 1 a partir de las tensiones entre Enzo Ferrari y sus pilotos en esos años formativos de la categoría que fueron también los del mayor número de accidentes y muertes. En un momento aparece citada una frase de Enzo Ferrari sosteniendo que en las carreras los méritos se distribuyen un 60% para el auto, un 40% para el piloto, pero el documental parece creer lo contrario y se focaliza en los relatos y testimonios de los conductores, acaso preguntándose qué llevaba a esos hombres a ir en busca de la velocidad en una competencia todavía en una fase experimental y altamente riesgosa para sus vidas.

El documental aborda sobre todo la segunda mitad de los años 50, años dorados de la scuderia en los que desfilaron entre otros nombres Juan Manuel Fangio, el marqués Alfonso de Portago, el hipercarismático Luigi Musso, y los dos pilotos británicos, grandes compinches, Peter Collins y Mike Hawthorn. De todos estos nombres, sólo Fangio no murió en un accidente automovilístico; de todos ellos, sólo Hawthorn fuera de una pista de fórmula 1. La película oye y describe las personalidades de cada uno de estos conductores y en paralelo también la de Enzo Ferrari. Si bien en algún momento surge la hipótesis de Ferrari como un hombre que se obsesionó con el éxito tras la tragedia que supuso la muerte de su hijo Dino, otra idea similar del empresario, algo más misteriosa, resuena mejor sobre lo que estamos viendo: “Hay que seguir trabajando sin parar, de lo contrario se piensa en la muerte”. Hay algo hipnótico en contemplar estas imágenes y escuchar esta sucesión de voces de rostros ausentes, como asistir a un diálogo de fantasmas que no terminan de revelar un secreto que acaso ellos mismos tampoco sepan explicar del todo.

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