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Cambio cambio: una batalla contra fantasmas inmortales

En las calles del centro de la Capital Federal en Buenos Aires (Argentina), hay un cántico tradicional con un ritmo propio. Desde hace incontables años. En mejores y en peores momentos económicos de nuestro golpeado país. Casi como si fuera el hit de una banda de rock que se reversiona en una cancha de fútbol, donde las voces no necesitan ni siquiera de instrumentos. “Cambio, cambio, cambio dólares, euro, reales. Cambio, ¡Cambio!” Algunos con voces graves, otros con voces agudas, con más volumen, con menos. Con más gracia, con menos gracia. Si venís caminando por una calle transversal a la peatonal del centro (acá se llama calle Florida), en la esquina del cruce ya los vas a escuchar. Y al doblar en Florida, los vas a ver. Como los llamamos acá. Los Arbolitos. Algunos parados con la columna estirada, vitales. Otros más agazapados en umbrales de puertas de negocios o galerías. Otros que caminan y se te acercan, sonrientes. Pero todos cantan la misma canción. Todos buscan un cambio.

Un prólogo.

Lautaro García Candela es el director de esta película argentina que hoy día podrás ver en el MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires). Que la opción actual para verla sea apenas una, no es decisión caprichosa de su realizador o sus productores. No es un acto snob, o, como consideran algunos, un lógico castigo a la calidad histórica del cine argentino. Es la consecuencia de un collage de descuidos políticos, de manipulaciones destructivas de guantes blancos, de discursos repetidos por vaguedad social. He escuchado decir abiertamente a personas en el último tiempo que la desfinanciación del cine argentino es justa porque no es bueno, porque no está a la altura del cine de afuera, o hasta he escuchado (en un curioso discurso romántico, idealista, pero absolutamente funcional a la destrucción del romanticisimo) que quien cree que la cultura se muere sin inversión no entiende nada de la cultura. En el medio de esta tormenta moderna de voces encontradas y peleas de Instagram, se estrena “Cambio cambio”. Y aclaro ésto, porque si bien suena incorrecto y hasta contradictorio hablar de merecimiento, sí creo que es justo decir esta película merece la mayor visibilidad posible.

El argumento

Pablo, un joven del interior del país, vive y trabaja en el centro de la capital repartiendo folletos de una parrilla. Por las noches, cuando termina de trabajar, ensaya con su banda de punk melódico en la que toca el teclado. La banda da algún que otro recital en bares, y tienen el concreto objetivo de sacar un disco cuanto antes.

Un día Pablo conoce en la misma calle en la que trabaja a Florencia, una chica un poco más grande que él que está terminando la carrera de Arquitectura. Pasará el tiempo y los jóvenes se enamorarán. Y por cuestiones económicas, ella se mudará con él.

El bienestar de la pareja, el deseo de irse con ella a un viaje a París que Florencia proyecta en pocos meses, y las fricciones económicas con la banda de punk, lo motivarán a Pablo a cambiarse de trabajo. Con la ayuda de una amiga que trabaja de eso en la misma peatonal, consigue trabajo en la compra y venta de divisas como “arbolito”.

Desde que cambia de trabajo, se vincula con nuevos personajes de aquel nuevo submundo, y ve de cerca el movimiento de grandes cantidades de dinero, la aventura urbana llevará a Pablo a cuestionarse hasta donde estará dispuesto a llegar para cumplir sus sueños.

La realización

Entendiendo la realización de una película como la ejecución de las partituras y la proyección en el aire de las notas musicales de una orquesta llena de instrumentos varios, “Cambio cambio” es una película realizada a la altura exacta de su relato. La inteligencia práctica de la supervivencia de los cineastas argentinos, vuelve un hecho artístico incluso a la propia realización de la obra de arte. Lo que se cuenta de esta historia, su relato, pretende aquello que busca y encuentra. Una cámara espía y testigo en el medio del centro porteño, con actores que parecieran filtrarse entre las personas reales, llevándonos a los espectadores a ser testigos espías de una historia secreta de la calle Florida. Como si los planos iniciales que nos van contextualizando en la jungla porteña, nos hubieran de a poco llevado a este personaje como nos podrían haber llevado a otro. Seremos testigos de algo vivo que está pasando en este preciso instante en esa calle de la ciudad donde algunos vivimos. Seremos testigos de una suerte de leyenda urbana.

Menciono esta sensación de leyenda, porque la atemporalidad es un gesto decidido por el propio relato. La sensación de que esto podría haber sucedido hace muchos años en la crisis que la Argentina vivió en el 2001, podría haber pasado antes de la pandemia, en el medio de la misma, ahora mismo o en el futuro. Aunque el guión deslice los elementos justos informativos para que podamos contextualizarla sin obviedad en un año determinado, la ejecución del mismo se ocupa más de hacernos sentir esta suerte de capsula de tiempo. La historia de Pablo pasó siempre y seguirá pasando. Argentina siempre estuvo, está y probablemente seguirá transcurriendo, aunque no lo deseemos, sobre el borde de la cornisa. Y ese abismo, sumado a la intensa velocidad de una capital tan grande, es el que vuelve tan verosímiles a Pablo, sus decisiones, y a todos los personajes tejidos por este relato.

Como suelo aclarar en las notas, los géneros definidos ya casi no existen. Las películas juegan con ellos, y los autores se dejan ver en esa combinación libre que vuelve a los géneros audiovisuales y narrativos, presentes pero indefinidos. Cambio cambio me recuerda en parte a películas como “Nueve Reinas”, “Pizza Birra y Faso” y algunos de los aciertos en los relatos de Pablo Trapero. La presencia del thriller, su estructura dramatúrgica y ritmo, en el centro de un relato realista. La aparición inesperada de un género que se ocupa de robarle el aire al espectador y hacerlo disfrutar del sufrimiento. Seremos testigos de un relato que pareciera, en principio, ocuparse tan solo de retratar los personajes y los tiempos narrativos de la realidad misma. Y en el momento exacto en que como espectadores ya conocimos lo suficiente a los personajes y empatizamos gozosos con el protagonista, las piezas del ajedrez comenzarán a moverse. Estamos en un tablero y las piezas avanzarán hacia el rey. El estado inicial pacífico de las cosas, fue dispuesto así tan solo para ser sacudido. Y así, en ese extraño placer que genera el sufrimiento del thriller, el relato nos llevará a toda velocidad por el segundo y el tercer acto de su relato.

Las actuaciones (y su dirección actoral) están al servicio de la sensación documental de la película. Ignacio Quesada (Pablo) es un actor delicioso. Pareciera actuar sin esfuerzo, como si todos los textos que salen de su boca hubieran sido improvisados. Aún entrando en el ritmo preciso que tiene el relato cuando se acelera. Interpretando sus textos con calma, con naturalidad, pero sin forzar el realismo por aquel capricho estético postmoderno que caracteriza a tantas películas de los últimos 20 años. Sin confundir el realismo con un monocorde insoportable e inaudible que lejos está de ser un retrato de la realidad. Ignacio Quesada hace mutar a Pablo con paciencia e inteligencia, llevándolo a lo largo del relato de un punto inicial a un punto final que algo en el cambió. Jugando a no intelectualizar las emociones y las reacciones frente a lo que le toca vivir a su personaje, sino ocupándose de mantenerlo vivo y emocional. Reaccionando.

Así también el protagonista es acompañado por el resto del elenco, aportándole cada cuál los condimentos justos al relato y el lugar que cada uno ocupa desde su personaje. Camila Peralta (Florencia), una actriz infinita que hoy día revoluciona con justicia los pasillos del teatro under y de los sets de grabación, acompaña al Pablo de Ignacio en su camino, para componer juntos una pareja tan real que duele. Ella está por terminar la carrera y cumplir su sueño de irse a Francia. Trabaja vendiendo repuestos de celulares en el microcentro pero no le molesta. Sabe que es difícil conseguir la plata que necesita para viajar, pero está convencida. En el medio de ello, lo conoce a Pablo. Y se gustarán, se querrán muchísimo. Se acompañarán. Pero otra enorme inteligencia del guión y su autor, es que no retratará el lugar común idealista del enamoramiento juvenil. Los personajes serán compañeros, pero cada cuál está muy atento a su camino.

Por todo lo hasta aquí descripto y mucho más, parece mentira que Cambio Cambio sea una ópera prima. Si bien siempre existe una experiencia detrás y un proyecto no nace desde la absoluta inexperiencia, la inteligencia y la sensibilidad de su director Lautaro García pareciera llegar con más películas a cuestas. Las decisiones técnicas y de su montaje final, el ritmo narrativo, la dirección de actores y el dominio de la orquesta en su totalidad, nos sugieren que no perdamos de vista al realizador y su carrera.

Mi subtítulo

Cuando pienso el subtítulo que le adjudiqué a la nota, un poco me avergüenzo. A veces peco de simplista, y a veces de exagerado. “Una batalla contra fantasmas inmortales”. O, “(…) hasta donde estará dispuesto a llegar para cumplir sus sueños”. ¿Qué quise decir con estas frases pomposas?

Aunque quizás varios creyeron que la nota iba a ser sobre una película épica de ciencia ficción (les pido me disculpen si se han sentido engañados), existe un motivo por el que “bauticé” así a la nota.

En el juego de atribuirle un tema y una premisa a una película desde mi rol de espectador, creo que esta historia de un argentino común, habla entre otras cosas sobre la circularidad del tiempo. Ilustra esas batallas atemporales que, en este caso, libra nuestro país y libran sus ciudadanos. Contra lo que heredaron (heredamos), contra lo que les toca vivir, contra incluso sus propias expectativas y sueños. Y no sé si concebirlo como una batalla es una realidad, o una apreciación tan poética como inútil. Pero sí podemos conjeturar que todos vivimos la vida un poco con el romanticismo de sentirla una lucha. En terrenos donde efectivamente lo es, y en terrenos donde el individuo elige, más o menos inconscientemente, comportarse así. Porque hay batallas objetivas y concretas contra antagonistas que existen, como la que libra el cine y la definición de cultura. O como cuenta la película, la batalla del individuo contra el tiempo, su propia tranquilidad, su propio presente y el futuro que espera. El argentino corriendo por convertir su bolsillo en algo que valga. Su peso volverlo dólar. La guerra real y espiritual de la persona dedicándose a sobrevivir, y no pudiendo dedicarse a anhelar y volver tangible aquello que desea. La película repiensa también la idea de que el amor es una batalla y una relación de poder en el que el que hay que convencer al otro. El fantasma que a veces aplasta lo verdaderamente concreto, cercano y real de que el amor es querer acompañar a alguien y que ese alguien te acompañe dure lo que dure el camino.

Al acercarse tanto a la calle y la realidad, Cambio cambio habla un poco sobre todo con lo que lidia el individuo en el presente. Sobre la voracidad del movimiento y de poder cambiar, aunque la estructura del mundo te obligue a mantener todo tal cuál como está.

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