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El cine mexicano en la historia

Náufragos y navegantes – Nota 2

En el artículo anterior nos referimos a la historia mexicana y cómo fue contada por el cine. Ahora nos ocuparemos de aquellas películas mexicanas que hicieron historia. Y lo haremos empezando por dos títulos que pueden pensarse como una respuesta a los mencionados en aquella nota. Limité esta arbitraria selección a una lista de diez películas, pero como siempre mencionaré muchas más.

Raíces (1954), de Benito Alazraqui, sigue claramente la línea trazada por Eisenstein en ¡Qué viva México! al estructurar su film en cuatro partes para hablar del encuentro, siempre traumático, entre el mundo moderno y el mundo ancestral. Hay episodios más logrados que otros, como suele suceder en estos casos, pero el conjunto no deja de ser interesante.

Siguiendo con las respuestas (y los signos de exclamación) habíamos dicho que ¡Viva Zapata! llevaba a la historia mexicana al terreno del western. Los hermanos Del Hierro (1961), de Ismael Rodríguez, se apropia del género, incluso con elementos anticipatorios del Spaghetti Western (que recién se popularizaría en 1964 con Por un puñado de dólares) y le incorpora el melodrama y otras tradiciones mexicanas. El resultado es notable y por ello es la segunda elección de la lista.

La década del ´60 ha sido extraordinaria para el cine mexicano, y la que más títulos aporta. Si hubiera que elegir solo uno (por suerte no) probablemente el más representativo sería Macario (1960) de Roberto Gavaldón, que incorpora el realismo mágico al retrato social y un icónico viaje al mundo de los muertos del que tomarían nota muchas películas, entre ellas éxitos animados cercanos como El libro de la vida (2014) y Coco (2017).

Luis Buñuel nació en España pero es responsable de algunas de las mayores obras del cine mexicano y por eso podría aportar varios títulos a esta lista, como la durísima Los olvidados (1950), que combina neorrealismo y surrealismo, o las muy particulares Él (1953), elegida por Lacan para ilustrar sus seminarios, o Ensayo de un crimen (1955). Pero de todas ellas elegiré solo una para el cuarto lugar, y es El ángel exterminador (1962), porque funciona en todos los niveles y es tan corrosiva como solo Buñuel puede serlo en su radiografía de una clase alta caprichosamente encerrada sobre sí misma. Dejo además una Mención Especial para la película En este pueblo no hay ladrones (1965), de Alberto Isaac, en la que Buñuel no dirige pero sí actúa, haciendo nada menos que de sacerdote. Ya por eso solo valdría la pena verla, pero lo más curioso de todo es que en la misma película también tienen papeles pequeños Gabriel García Márquez (responsable del cuento en la que se basa), Juan Rulfo y un joven director que será nuestro próximo aportante.

El próximo-pasado

Arturo Ripstein ocupa su lugar en la historia del cine mexicano por peso propio, pero también oficia como nexo entre el cine a la vez clásico y moderno de los años 50 y 60 y la renovación de este siglo encarnada entre otros por Iñarritu. Hijo del productor y amigo de Buñuel Alfredo Ripstein, pudo visitar el set de El ángel exterminador y mantener una cordial relación con el genial y siempre desobediente director español que lo tiene que haber marcado. Debutó como director muy joven, en 1965, con Tiempo de morir, otro western, con guión de Gabriel García Márquez, con quien volvería a colaborar para su versión de El coronel no tiene quien le escriba (1998). De allí en adelante siguió su propio camino personal, aunque muchas de sus historias sean crónicas de muertes anunciadas, conformando una obra coherente que se sostiene hasta el presente. En esto seguro tuvo mucho que ver su compañera y habitual guionista desde los ´80, Paz Alicia Garciadiego. Su cine combina la oscuridad de sus temáticas con un virtuosismo formal, expresado sobre todo en notables planos-secuencia. Algunos hitos de esa obra podrían ser El castillo de la pureza (1973), Cadena perpetua (1978), La reina de la noche (1994) y Profundo carmesí (1996). Todas experiencias muy duras en donde impera la sordidez y desesperanza. Es difícil elegir solo una para ocupar el quinto lugar de la lista, pero destaco Principio y fin (1993), por el retrato certero de sus personajes.

Los tres amigos

La primera década de este siglo consolidó a tres directores mexicanos que, sin exagerar, conquistarían el mundo, Hollywood incluido, por supuesto, con un dominio abrumador en las entregas de los Oscars del 2013 al 2018.

Guillermo del Toro no aporta títulos a la lista porque realizó casi toda su obra fuera de México, con películas notables como El laberinto del fauno (2008) y otras no tanto como la oscarizada La forma del agua (2017), pero no se puede dejar de mencionar su única obra mexicana, Cronos, de 1993, como el gran antecedente de todo lo que iba a venir.

La gran carta de presentación de Alejandro González Iñarritu fue Amores perros (2000), sexto lugar en la lista que funciona a la vez como una renovación y una continuidad de elementos trazados por Buñuel y Ripstein. Luego llegaría una obra irregular llena de aciertos y excesos.

Alfonso Cuarón tiene también su lugar en esta lista con Y tu mamá también (2001), tras ella seguiría una carrera internacional similar a la de Del Toro, con hitos como Niños del hombre (2006) y la oscarizada Gravedad (2013) y un regreso con gloria a su tierra en el 2018 con Roma, mencionada en la nota anterior. Como en el cine de Ripstein, se destaca el virtuosismo de los planos-secuencia, llegando a realizar algunos de los más elaborados y complejos de toda la historia del cine.

Fuera de este famoso trío hay un grupo de directores que también se consolidaron en estos años, aunque sin tantas estridencias, Y quiero señalar en particular a Carlos Reygadas, pues su obra va a contracorriente de todo lo demás. Reygadas es autor de la muy incómoda y polémica Batalla en el Cielo (2005) y de la serena película que ocupa el siguiente lugar en la lista, Luz silenciosa (2007).

El mero presente

Quedan dos lugares, asignados a la actualidad del cine mexicano. Entre los directores a destacar está Tatiana Huezo, de la que prefiero hablar cuando nos ocupemos de El Salvador ya que su obra tiene más que ver con ese país, de donde proviene su familia. Vamos entonces al presente puro, con dos títulos de estreno reciente que muestran un amplio espectro de inquietudes y posibilidades. . Habrá que ver si resisten el paso del tiempo como para formar parte de esta lista en el futuro, pero por ahora los destaco sobre todo por su valor de noticia.

Se trata de No voy a pedirle a nadie que me crea, de Fernando Frías de la Parra, que acaba de competir en la última edición del festival de Mar del Plata. Una historia extraordinaria, al límite de lo verosímil, con mucho para decir sobre las contradicciones del mundo actual. Y en el otro extremo podría situarse Tótem, de Lila Avilés, un drama intimista sobre cómo lidiar con una pérdida, con una única locación y un único punto de vista.

Seguiremos con este viaje por el cine latinoamericano. Nuestro próximo destino será Guatemala.

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