Ante el suceso de Anatomía de una caída, sin dudas una de las películas del año tras su Palma de Oro en Cannes y una gran presencia en la temporada de premios, vamos a analizar, y ya que estamos, diseccionar, toda la obra de su directora, Justine Triet, con la idea de ver cómo llegó a este presente.
La idea en este caso no será la del análisis de un solo film citando algunos otros como contexto, como en artículos previos, sino el de trazar una línea de continuidad en el marco de una obra coherente.
Triet hace películas para adultos. Esto hay que tomarlo en sentido literal, está claro que eso de “películas para adultos” puede sonar a porno, pero no es el caso. Con el tiempo el concepto mismo de porno dejó de tener tanto desprestigio, pero con el concepto de adulto pasa exactamente lo contrario, y es por ello que ese cine para adultos que plantea la directora francesa se convierte en una anomalía.
Su último trabajo nos plantea muchas cosas, algunas de ellas ya desde el título, que remite al gran clásico Anatomía de un asesinato (1959). En aquel extraordinario drama judicial de Otto Preminger se buscaba poner el foco en todas las complejidades que rodean un hecho que está siendo juzgado. Y mucho de eso se puede ver también en el trabajo de Triet.
En un episodio confuso, y hasta propio de las películas de esta directora, no competirá por el Oscar en el rubro Internacional (lo que antes se conocía como “Lengua extranjera”) porque la academia francesa decidió enviar otro film que, creyó, tendría más posibilidades. Aún con esa limitación Anatomía de una caída ha recibido cinco nominaciones, incluyendo las de Mejor Película y Dirección. Todo esto no ha hecho más que darle mucha visbilidad a un film que de otra forma quedaría acotado a un público mucho más limitado. Esto es justamente lo que ocurrió con sus trabajos anteriores, y por eso los iremos viendo uno por uno.

Justine Triet nació en Julio de 1978 en Fécamp, un municipio de la Alta Normandía, en el norte de Francia. Su primer largometraje fue La batalla de Solferino (2013), que compitió por el premio mayor en el Festival de Mar del Plata de ese año (y por lo tanto pude ver en ese momento, ya que no tuvo mucha circulación). El título alude a una agotadora batalla del año 1859, en el Norte de Italia, entre Francia y Austria. Fueron tantos los excesos y los heridos que el hecho fue el antecedente para la creación de la Convención de Ginebra y la Cruz Roja. Pero el título también se refiere a la batalla electoral, voto a voto, ocurrida en Mayo del 2012 entre Sarkozy y Hollande, con disturbios ocurridos en Paris, precisamente, en la calle Solferino. Y también, y sobre todo, a la batalla privada entre una periodista que está cubriendo esos hechos y su conflictivo ex esposo. Esta yuxtaposición de sentidos y complejidades ya oficia como un antecedente para su último trabajo, con una muy interesante tensión entre lo público y lo privado. El resultado es tan agotador para el espectador como para los protagonistas de todas las batallas mencionadas.
Su siguiente trabajo parece más convencional pero no deja de ser interesante. Victoria (2016), conocida en Argentina con un título mucho más sensacionalista: Victoria y el sexo. La Victoria del título (Virginie Efira) es una abogada de vida caótica, que tiene que dar muchas batallas. A pesar del tono cómico hay muchos elementos que también preanuncian su último trabajo, como un juicio en el que nada está claro (y en el que tiene su importacia un perro). Una película que se viste de comedia romántica, pero que no deja de subvertir las convenciones del género.
Sybil (2019), también conocida como El reflejo de Sybil,, fue a la vez su primera película en competir por la Palma de Oro en Cannes, y la que peores críticas cosechó. Justo en este caso, tan particular, el título en castellano es más sugerente e interesante que el original. Pero en el film hay menos ambigüedad, y sus excesos no lo favorecen. La conexión con su último trabajo aquí es la presencia de Sandra Hüller, y el protagónico femenino complejo está nuevamente a cargo de una Virginie Efira siempre dispuesta a todo. En este film, Triet toma y expande una subtrama de su trabajo anterior, la de usar alguna información íntima de una persona conocida para volcarla en la literatura. Lo de las críticas negativas se entiende, porque esa yuxtaposición que siempre propone Triet no termina de cohesionarse todo se vuelve más engorroso y exagerado que complejo. También sirve como ejemplo, aunque sea negativo, de lo arriesgado de este tipo de propuestas y, por la misma razón, de los méritos no tan visibles de otros trabajos de esta directora.
No deja de resultarme curioso como todas estas películas han tenido una repercusión relativamente menor, mientras Anatomía de una caída, tan afín a ellas, es exaltada como una obra maestra, y casi de generación espontánea. Ni una cosa ni la otra. Justine Triet viene diciendo desde el principio que los seres humanos somos criaturas bastante complicadas y contradictorias. Parece que han empezado a escucharla.

Volvemos, entonces, a su último trabajo, que incorpora muchos de los elementos de sus films anteriores para revisitarlos, ahora con mayores dosis de equilibrio, un rasgo de madurez artística que suele ser muy del agrado de la crítica. Aún así, hay que decirlo, son muchas (quizás demasiadas) las cosas que suceden en este película.
Mentira la verdad
Tenemos, por ejemplo, el tema de la literatura invadiendo la privacidad, cuestión que Triet parece ir reelaborando en cada película. También, y sobre todo, un personaje protagónico sumamente complejo, capaz de generar empatía y antipatía a la vez, cosa que ya hacía muy bien Virginie Efira, aunque virando hacia el lado de la comedia, y que quizás encuentra su máxima expresión en Sandra Hüller, que en Anatomía de una caída se convierte el centro absoluto del relato. Esta extraordinaria actriz alemana, que se hizo conocida por Toni Erdmann y ya tenía un papel importante el film anterior de Triet, ha protagonizado además la recientemente reseñada Zona de interés. Gran año también para ella.
Aún así no hay que dejar de mencionar que está muy bien secundada, por su hijo (Milo Machado Graner), por su abogado defensor (Swann Arlaud) y, sobre todo, por su perro Snoop, un Collie que merecería alguna nominación también. Si bien todo pasa por bucear en las contradicciones de su personaje, es justamente su hijo quien deberá tomar una decisón clave que pondrá en cuestión cuál es la naturaleza de la verdad.
Nada es fácil, eso ya quedó claro, pero mucho menos llegar a la verdad, sobre todo en estos tiempos en que la historia la (re)escriben los que ganan.
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