Algunas reflexiones apesumbradas sobre la última edición de los Oscars

Algunas reflexiones apesumbradas sobre la última edición de los Oscars

A partir de ayer, comenzamos a prepararnos para el nuevo año cinematográfico. Sin embargo, para muchos, es difícil sacudirse el mal sabor de la última entrega de los Oscars, desarrollada el pasado domingo. No exageramos si afirmamos que los únicos satisfechos con los resultados de la ceremonia deben ser los fanáticos de Oppenheimer, la flamante ganadora de nada más y nada menos que siete categorías. Para el resto de las competidoras, la jornada fue tan predecible como decepcionante. Revisemos algunos de los momentos altamente cuestionados de la reciente gran ceremonia del cine.

Mejor guion adaptado

Sin duda alguna, este fue el galardón controversial por excelencia. En las predicciones generales, se afirmaba que Barbie, Oppenheimer y Poor Things iban a disputar el premio a mejor guion adaptado en una pugna muy pareja, donde cualquiera de las tres producciones podía triunfar. Por otra parte, el público proclamaba a The Zone of Interest como la justa merecedora de dicho Oscar, a pesar de sus escasas chances contra los monstruos comerciales de Greta Gerwig, Cristopher Nolan y Yorgos Lanthimos.

Contra todo pronóstico, American Fiction derrotó a la competencia con argumentos que nunca comprenderemos y se alzó como la vencedora de esta terna. A decir verdad, su logro parece sostenerse más en el objetivo de una distribución equitativa de los laureles que en un mérito real. Si del último caso se tratase, el resultado habría sido otro. La película de Cord Jefferson estuvo correctamente nominada, pero no presentaba aptitudes suficientes para medirse con el resto de sus adversarios. Por ende, que haya ganado este Oscar no solo fue una sorpresa, sino también una decepción.

Mejor película animada

Aunque la categoría de mejor película animada se apoyaba en un pronóstico infalible, podemos plantearnos un par de cuestionamientos. Todos los años, La Academia se desvive por otorgarle este Oscar a los tanques de la animación norteamericana: Dreamworks, Warner y, muy por encima de cualquier otro, Disney. Estas y otras empresas de entretenimiento opacan a los títulos de bajo renombre en todas las premiaciones de las que se tiene registro. No hace falta siquiera mencionarlo: muchas veces, se hacen con galardones que no les corresponden. Entre las compañías que más sufren dicha injusticia, se encuentra Studio Ghibli, el aclamadísimo estudio de animación japonesa.

Hasta ayer, Ghibli no había recibido un Oscar en veintiún años. La primera y última vez que lo consiguió fue con Spirited Away, en el 2003. A partir de entonces, sus excelsas producciones fueron dilapidadas por La Academia con ausencias notorias (por ejemplo, la omisión de Grave of the Fireflies en la edición de 1999) o, peor aún, nominaciones que las enfrentaban con competidoras paupérrimas. Finalmente, ayer se llevó su segunda estatuilla por The Boy and The Heron, pero la victoria tiene un sabor ligeramente agridulce.

En primer lugar, porque la historia de Mahito es excelente, pero no tanto como algunas grandes películas de Ghibli que fueron ignoradas previamente por los votantes de los Oscars. En segundo lugar, no es descabellado pensar que Spider-Man: Across the Spider-Verse podría haberse llevado este premio por su gran calidad cinematográfica, resarciendo así al cine de superhéroes. Pero perdió. Consecuentemente, las películas que representan a Marvel y Dc en la historia de los Oscars siguen siendo, en su mayoría, olvidables.

Mejor maquillaje y vestuario

Sin duda alguna, la categoría de maquillaje y vestuario debería dividirse en dos ternas individuales. No todas las películas que destacan en un área lo hacen en la otra, por lo que evaluar dos prácticas tan distintas con los mismos criterios es poco justo. Ayer, Poor Things se llevó este Oscar por su increíble indumentaria, que le otorga al personaje de Bella Baxter un brillo distintivo. Pero, en cuanto al maquillaje, lo único que resalta es el trabajo sobre el rostro de Willem Dafoe. Sino ¿Qué más nos presenta?

En estos términos, es claro que Society of the Snow debería haber sido la ganadora de la contienda estética. Si comparamos su vestuario contra el de Poor Things en términos de originalidad, pierde por mucho, pero no puede negarse su asombrosa labor de adecuación a la moda uruguaya de los 70. Ni hablar de la cuestión cosmética. La enfermedad, el frío extremo, el hambre y la descomposición, son solo algunos de los estados humanos que detectamos gracias al minucioso esfuerzo de los maquilladores de Bayona, que no deberían haber abandonado la gala de La Academia sin su correspondiente premio.

Mejor producción

Hay que admitirlo: del gran trío comercial conformado por Barbie, Poor Things y Oppenheimer, la película de Greta Gerwig era la menos propensa a ganar alguno de los ocho Oscars a los que estaba nominada. Aunque se perfiló desde el principio como la gran favorita del público, no le fue tan bien en la temporada de premios, y esto último podría haber influenciado el resultado de ayer. Además, tenía una competencia desmedida en cada una de las categorías; excepto en la de producción, donde ostentaba todas las chances de erigirse victoriosa. Que no haya sido así, es un misterio incomprensible.

Sí, el cosmos por el que camina Bella Baxter es precioso, tanto en su inmensidad como en su pequeñez, y dejará una huella indeleble en la historia de los mundos de la ciencia ficción. Pero la configuración de Barbie Land, sus Barbies, sus Kens, y la contraposición de toda esta artificialidad con el mundo real, es una transposición perfecta del universo Mattel al cine en el tiempo y forma de nuestra contemporaneidad. Desde las carreteras hasta las sombrillas de playa, el ecosistema rosa de Greta Gerwig pone en palabras e imágenes un legado que muchos productores considerarían irrealizable. Crear un espacio de cero es complejo, pero confeccionarlo a partir de miles de ideas preconcebidas hace décadas es el desafío de una vida, y el equipo de Barbie lo llevó adelante a la perfección.

El caso Scorsese

Aunque se trate de la celebración cinematográfica del año, no es novedad que cada vez menos cinéfilos consumen los Oscars. Año a año, su legitimidad cae en picada. Si bien la estatuilla continúa establecida como el reconocimiento de ensueño para cualquier trabajador del cine, ya no es el parámetro indiscutible del criterio audiovisual. Esta perdida de estatus se debe a múltiples razones, y una de ellas reside en la predilección de La Academia por los nuevos directores en detrimento de los “viejos”.

En casi todas las ediciones, quienes compiten por el premio principal son, en su mayoría, cineastas jóvenes en edad y/o trayectoria contra maestros inalcanzables del audiovisual. Los primeros presentan ideas frescas. Los segundos exponen al séptimo arte en su máximo esplendor. Como es de esperar en el mundo del revés conformado por el circuito de cine comercial, siempre ganan “los más chicos”. Peor aún, a veces se llevan todo, y dejan a las leyendas con las manos completamente vacías.

Este año, el genio opacado fue Martin Scorsese. Ojalá pudiésemos decir que fue la primera vez en la que se lo ignoró con tanto descaro, pero es el caso contrario. The Last Temptation of Christ, Gangs of New York, The Irishman y The Wolf of Wall Street son solo algunas de sus icónicas producciones que, igual que Killers of The Flower Moon, fueron a los Oscars solamente para adornar las categorías en las que participaban. En la actualidad, lo importante es lo vistoso, y La Academia considera que los grandes apellidos solo son útiles cuando pueden otorgarle estatus a una terna llena de nombres desconocidos.

En realidad, nadie merece más un Oscar que aquellos directores cuya esencia se adaptó a la historia cambiante del mundo sin modificar sus bases, y Scorsese es el mejor ejemplo de este modelo. Desde los años 60, da forma a una cosmovisión cinematográfica fuertemente apegada al lenguaje clásico, pero siempre abierta a cualquier tipo de novedad técnica o temática que pueda sumarle valor. Como cualquier otro director, ama el cine; pero, a diferencia del resto, él lo adora sin egoísmo alguno, creando para engrandecer la historia del séptimo arte antes que para satisfacerse a sí mismo. Los votantes de los Oscars ya no deberían considerar darle algún que otro galardón de bajo calibre. Él se merece, por lo menos, el mejor premio a la trayectoria que La Academia pueda idear.