El poder de la autosuficiencia

La formación de los intérpretes de Estados Unidos en la comedia es probablemente su mayor valor y diferencial. Desde ya no sucede con todos, pero sí sin embargo la lista es muy larga. El espíritu teatral de hacer y mostrarse que el prestigioso teatro argentino debe llevar con orgullo, circula por las calles de Norteamérica en clubes de comedia. Digo Norteamérica porque es un fenómeno que también sucede en Canadá, la otra enorme industria del norte. Son artistas formados en la interpretación y la escritura de sus materiales por escuelas, cursos específicos y la propia práctica de exponerse. Sería un interesantísimo tema y nota aparte por qué sucede un desarrollo de dicho género tan firme a lo largo de los años en aquella cultura. El por qué de la existencia de tantos espacios de formación y teatros específicos, de late night shows por los que todos los demás artistas terminan pasando para conectar indefectiblemente con el humor (desde intérpretes a músicos y algunas personalidades internacionales de otros rubros). La comedia se ha convertido en un fin en sí mismo, es un fundamento en la cultura norteamericana, y además existe una industria que quiere (y puede) financiarla. Se podría decir que su desarrollo es tan grande que pareciera ser una industria paralela a la de “Hollywood”. Desde hace muchos años ha habido sitcoms, programas de sketches, series de humor, películas, personajes icónicos e intérpretes que han marcado la historia audiovisual. Así han surgido nombres propios que nunca serán olvidados, y también han surgido otros que, menos populares, han encontrado su lugar en el rubro. Entre ellos, está Jake Johnson. Algunos lo conocerán por “New Girl”, una serie de humor coprotagonizada por él y Zooey Deschanel, otros por sus apariciones esporádicas en pequeños personajes de películas independientes, a otros les sonará su cara sin saber de dónde, y otros no lo conocerán en lo absoluto. Como tantos comediantes se ha formado en la escritura de sus materiales, y por la existencia de financiación para nuevos directores y un mercado que se autoabastece pese a sus falencias ultracapitalistas, Jake ha podido realizar su primer película: Self Reliance. ¿La traducción de ese título? Autosuficiencia, o, confianza en uno mismo.

El argumento

Tommy, un hombre de unos aproximados 40 años, extraña a una ex novia y está aferrado a una rutina que lo aburre. A partir de un surreal episodio en el que el actor Andy Samberg lo invita a subir a una limusina y llevarlo a un galpón en el que lo esperan dos particulares personajes nórdicos, Tommy aceptará ser parte de un reality show en el que deberá sobrevivir durante un mes a un grupo de cazadores de distintos lugares del mundo. La regla es que podrán matarlo solamente si está solo. Mientras esté acompañado, estará a salvo.

A través de una divertida y absurda aventura, Tommy saldrá de su reducida zona de confort y conocerá nuevas amistades que cambiarán su vida para siempre.

Jake Johnson y Andy Samberg en comienzo de la aventura.

La autosuficiencia

Un relato audiovisual sostiene (y es sostenido) entre otras cosas, por un tema y una premisa. La definición más procesada y sencilla posible, o mi definición personal, sería que el tema es aquello de lo que habla el relato, y la premisa es la opinión que tiene el autor o la autora sobre ese tema. A veces los relatos audiovisuales esconden muy bien la opinión autoral, su premisa, y no comprendemos del todo que partido toman acerca de su tema. Eso puede ser tanto un error por omisión (sucede mucho cuando se relata un hecho terrible y moralmente dudoso con el que pareciera que el autor tan solo quisiera provocar a su espectador), un acierto por omisión (cuando pareciera que los autores ni siquiera han tomado una postura acerca del tema pero la experiencia es igualmente bien recibida por su espectador), o la concreta decisión de sembrar lo necesario para que el espectador se debata en su propia palestra que opina él mismo sobre lo expuesto en la historia (pienso como un exitoso y novedoso ejemplo de un caso así a “Anatomy of a Fall”). En general, las tramas de los relatos más ricos y profundos suelen estar alejadas de dichos temas. Es decir, no suele ser tan identificable el tema de la película a primera vista en relatos más complejos. Desde ya que complejidad no es sinónimo de calidad, pero sí sucede que si el espectador identifica rápidamente el tema porque el título mismo lo sugiere, o los primeros minutos lo evidencian, deberá luego el resto de la realización del relato hacer un gran esfuerzo para mantenerlo al espectador vivo y expectante.

Por un millón de causas posibles, un autor (y un realizador, en el caso del cine) puede quedar encerrado dentro de su propio hermetismo. Entre otras cosas por usar un lenguaje sumamente personal, o porque no comprende del todo como hablarle a los demás (probablemente incluso en su propia vida), o por pretender hacer del arte una suerte de lenguaje superior extraterrestre platónico, o porque está aprendiendo a traducir su imaginario en ese tan particular idioma audiovisual. Sin embargo y también como consecuencia de tantísimos factores que forjan a un individuo y un artista, esa fidelidad a su propia manera de narrar puede ser un enorme acierto. Se puede volver una huella personal, convertirse así en aquello que llamamos cine de autor, y entonces volverse la manifestación autoral (de alguna manera) una obra de arte dentro de la obra de arte.

Luego de este burdo resumen de algunos elementos del recetario necesario para contar una historia, puedo decir que Self Reliance gana mucho en la autosuficiencia de ser escrita, producida, dirigida y protagonizada por Jake Johnson, pero también pierde bastante.

Aquello en lo que gana

En adueñarse del camino de un antihéroe con todos los elementos posibles de la épica. En que sea claro cual es el estado crítico inicial con muy pocos elementos, que a la vez es sobre aquello mismo que el autor quiere reflexionar.

Defiende un diseño de escenas que navegan principalmente entre el humor y los límites del patetismo donde se asoma lo más trágico o melodramático. Son en general escenas largas de diálogos que, pese a estar contenidos por elementos propios de la ciencia ficción, son esencialmente naturalistas. Una familia entera discute sobre las aparentes ridiculeces que plantea Tommy cuando cuenta en qué se metió, pero son sostenidas con la misma verdad sobre la que hablarían si él fuera esquizofrénico o adicto a alguna sustancia. En la combinación de esos elementos, en el diseño de cada personaje y cómo defienden lo que defienden, está el humor y el particular punto de vista de Jake Johnson.

La dirección actoral es precisa y funciona como la mano de un pintor que hace aparecer los tonos que necesita el relato cuándo los necesita, desde la repentina y corta aparición de cazadores-asesinos ridículos, hasta cómo el protagonista va mutando y dejándose llevar por su propia miseria.

Es un gran acierto pensar la estructura de un relato de comedia como el de una tragedia en la que el personaje principal tan solo se precipita hacia su más profunda caída. Es decir, arranca en un estado de crisis y lo veremos profundizarla hasta su final a través de una trama épica.

Aquello en lo que pierde

La escasa distancia entre la trama, el tema y su premisa. Al terminar la película nos damos cuenta que el germen de la reflexión ya estaba claro en los primeros minutos. La sensación de algo inconcluso en el final se debe concretamente a que el protagonista no cambió mucho desde su inicio hasta su final. Aún aunque podría ser un acierto que sea una tragedia en la que lo vemos caer en el abismo, estrellarse contra el suelo y levantar apenas la cabeza. Es un relato sobre el tomar consciencia acerca de algo. No es eso algo errado en sí mismo, pero si el título ya lo anunciaba, el inicio de la película también, y nuestro personaje protagónico en verdad poco peligrará a lo largo del relato, pareciera que todo el dispositivo estuvo nada más a favor de hacernos reír un rato. De nuevo, no es esto un error en sí mismo, pero al no ser una comedia física donde el único condimento es el humor, queda latiendo luego de los créditos una sensación de vacío. ¿Para qué pasó lo que pasó? ¿Necesitó vivir todo eso el personaje para despabilarse? Quizás sí y en eso haya un último gesto cómico. Pero la experiencia que vive el espectador suele superar a la carta escondida debajo de la manga por más contundente y mágica que fuera.

En relación a la comedia, también hay que decir que por momentos aquello que se vuelve un acierto, también se vuelve un atentado contra el ritmo del relato. Jake Johnson (como actor y como autor) tiene un humor muy labrado, definido, sumamente respetable, que funciona y encanta, pero que a la vez retrasa la duración de las escenas y del avance de la trama en sí mismo. Al ir a favor de una comedia que necesita de la reiteración, de sostener el gag, de hacerlo durar hasta la incomodidad y el florecimiento de lo patético, son muchas escenas las que se alargan por demás y hasta se dañan a sí mismas.

El mayor logro de todos

Por más romántico y simplista que suene, al fin y al cabo lo único que importa es aquello que el título enuncia. La confianza del artista en sí mismo, de hacer y compartirse a la guadaña social, a un espectador moderno cada vez más impaciente. A un rubro lleno de pretenciosos, contenido dentro de una industria todopoderosa que tiende a forzar a los autores a convertirse en empresarios. Está en ello el espíritu que mantiene a esta película viva y la vuelve querible, aún con sus falencias. Es una épica comedia romántica contada por un artista valiente que sostiene en la teoría de su propia ficción y en la práctica de la realidad, que lo único verdaderamente transformador es confiar y hacer.

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