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La moral es asunto de cada uno. Sobre Golpe de suerte (2023), de Woody Allen

Dentro de una filmografía prolífica, un movimiento continuo que parece no detenerse, Woody Allen ha introducido variaciones sobre un puñado de temas. Uno de ellos se vincula, principalmente, con sus dramas. Desde Crímenes y pecados (1989) hay una idea recurrente que, con sutiles diferencias, vemos también en Match Point (2005), El sueño de Cassandra (2007) y Hombre irracional (2015): la moralidad es asunto de cada uno. Esto representa una mirada bastante pesimista con respecto a la noción de justicia, sea en el plano terrenal como divino, porque si Dios no existe y si la impunidad ampara, sobre todo, a los poderosos, cada cual hará lo que quiera en este mundo, incluso asesinar, siempre y cuando pueda lidiar con su conciencia y no lo agarren. Y en este derrotero existencial hay una palabra clave para Allen: suerte. “Más vale tener suerte que talento” ha dicho en alguna oportunidad y “saber presentarse”. Por lo tanto, en estas películas nunca ha sido un dato menor esta cuestión, sobre todo para que los crímenes y los pecados queden librados al azar. Y más en el contexto de una sociedad donde se sobreestima el esfuerzo como camino al éxito individual. Allen introduce la suerte como una salida absolutamente molesta en relación a dicho ideario.

En su última película, Golpe de suerte (2023) aparecen situaciones similares, y la palabra ya está incluida en el título. Se podría pensar inicialmente que estamos ante una historia moral más, y en algún punto es así. Varios elementos enmarcados en un nuevo contexto resurgen para indicarlo: vínculos problemáticos entre parejas, infidelidad, decisiones cuestionables, la ciudad (París) como marco ideal, cuadros sociales enfrentados y una sentencia que sobrevuela todo el tiempo: a medida que nuestra vida avanza, el significado de las buenas intenciones es tan dudoso y escaso como el de las malas.

El comienzo enfatiza el azar. Un encuentro casual entre dos jóvenes caminando por París al ritmo de una composición de Jazz. La chica en cuestión es Fanny, casada con un millonario pedante, Jean; el chico es un viejo compañero de la secundaria, Alain, quien en ese primer diálogo le confiesa que estaba enamorada de ella. Desde los primeros minutos se advierten la capacidad de Allen y la magistral fotografía de Vittorio Storaro para capturar la fotogenia de sus criaturas y de la ciudad, un espacio encantador que pronto contrastará con las intenciones oscuras que rigen el universo dramático. Toda esta primera parte se sostiene sobre la alternancia entre los diálogos de parejas, sean los de Fanny y Jean, como los de Fanny con Alain. Lo que cambian son los lugares, diferenciados tajantemente debido a la procedencia social de cada uno de los hombres. Fanny conoce los dos ámbitos. En su vida pasada, la bohemia fue sinónimo de frustración; en el presente, la necesidad de resolver las cuestiones materiales parece alcanzarle para dejar tranquilas las emociones. Fanny acepta ser una especie de trofeo para Jean ante los ojos del resto del clan, es el precio que quiere pagar a cambio de una estructura estable. Mientras tanto, su madre la visita y comparte el lujo y el confort. También, mientras tanto, avanza en la relación con Alain. Lo que sigue es un itinerario que reitera lo expresado en las películas precedentes. Todo se complica y las decisiones morales están a la orden del día con sus consecuencias.

No obstante, como diferencia sustancial, Allen introduce al personaje vanidoso de Jean para contrariar a la suerte como filosofía de vida o como creencia. Esto es algo novedoso. En sus historias anteriores, el azar era parte de la trama, surgía de la cadena de hechos. Aquí ocurre eso, pero además, hay un personaje que se manifiesta explícitamente sobre la suerte en estos términos: “Desprecio a la gente que confía en la suerte. Esa felicidad no existe. Tú lo determinas.” Es decir, por primera vez, Allen hace hablar directamente a un personaje contrariamente a su pensamiento como director. Es una jugada interesante en la medida en que el desarrollo de la historia servirá como un claro escarmiento.

Siempre, en este juego de roles (marido, esposa, amante, mamá/detective) lo propio del plan es que falle. De este modo, el destino, como una especie de libro escrito de antemano para determinar los caminos de los seres humanos, es una noción frágil. Todo depende del azar. Los dioses de la tragedia griega huirían espantados ante tal consideración, pero Allen se ha encargado de enfatizarla a lo largo de su filmografía y Golpe de suerte es un eslabón importante al respecto.

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