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El último de nosotros, será el mejor de todos

“No importa lo que pase, siempre sigues encontrando

una razón para luchar.”

Joel. Last of us

Después de una pandemia que duró prácticamente dos años y de la cual aún vivimos las consecuencias físicas, psicológicas, sociales y económicas, habiendo probablemente accedido a un punto de no retorno en el que entendimos que el fin del mundo es posible y tangible, hablar de distopías y relatos apocalípticos no es lo mismo. Existe una sensación innombrable, imposible de traducir, que hace cinco años pocos podríamos haber comprendido. Hoy día ver que un personaje en una película o una serie acciona por la desesperación de la supervivencia en un mundo destruido al que alguna fatalidad lo ha condenado, no se siente tan extraño. La profundidad de las emociones, la estructura psicológica de un personaje de ficción a la hora de atravesar cualquier tipo de travesía a lo largo y a lo ancho del apocalipsis, hoy debe estar a la altura de un espectador que carga encima con una fresca experiencia a cuestas. Antes había que fundar de cero esa sensación vertiginosa para que pueda ser de algún modo experimentada. Ahora, tiene que ser creíble para un espectador experimentado.

Existen distintos tipos de experiencias en torno a la animalidad de la supervivencia. En la realidad misma, y en el potencial (en apariencia) mucho más infinito de la ficción. No es lo mismo quedarse encerrado 6 meses porque afuera existe un virus que puede matarte, a quedarse sin comida en un mundo desolado o sobrevivir con una navaja contra una horda de zombies. Pero el impacto social, las calles vacías, el desabastecimiento de los supermercados, las máscaras, la desconfianza entre los individuos, el miedo de que en ningún lugar del mundo se encuentre la cura, el bombardeo de las noticias más insólitas que apenas pueden resultarnos familiares a quienes consumimos relatos distópicos, los extremos niveles de paranoia que han quebrado la psiquis de tantos. Hemos todos sido parte de un hecho que ha partido la historia de la humanidad en dos, y entre todas sus consecuencias, eso ha teñido a los relatos y la recepción de los mismos.

En el año 2013 llega a la Playstation 3 un juego sin precedentes que ha provocado que el 15 de enero del 2023, se estrene una serie que por ahora cuenta con una sola temporada y sobre la que ya se está desarrollando la segunda. Pedro Pascal, Bella Ramsey, y los creadores de la premiada serie “Chernobyl”. La expectativa para los fanáticos era enorme. El miedo a que saliera mal, era lógico. Luego de haberla visto por segunda vez, comprendo que estoy frente a una de las mejores series que he visto en mi vida.

Argumento

Luego de una pandemia generada por la mutación de un hongo llamado Cordyceps, la humanidad entera queda devastada. El hongo evolucionó, se propagó, aparentemente ingresó a través de la alimentación a un primer humano, y al expandirse por su cuerpo y controlar su cerebro, lo volvió violento, caníbal y se contagió a todo el resto por la sangre en las mordeduras. Veinte años más tarde de aquel día en el que se desata la epidemia en Estados Unidos y de vivir un trágico evento que lo marcará para siempre, Joel (Pedro Pascal) está en Boston y se dedica al contrabando. En una zona custodiada por FEDRA (agencia del gobierno totalitario de Estados Unidos), vive junto a su socia Tess y está obsesionado con reencontrarse con su hermano del cual desconoce el paradero. Una vez que recibe una pista posible, y con la promesa de tener autos, baterías, alimento y municiones para hacer el viaje hacia aquel lugar, deberá cumplir una misión. Junto a Tess, tendrán que proteger y trasladar a una niña llamada Ellie (Bella Ramsey) hasta donde se encuentra un grupo rebelde llamado las Luciérnagas. Una vez que descubran el verdadero motivo de la misión, ya no habrá vuelta atrás.

El increíble logro

Inicialmente me propuse hacer una nota con mucho más análisis que crítica, y desproteger un poco el adelanto de la información y, por ende, al lector espectador. Ahora que estoy a la mitad de esta nota, me doy cuenta que no podré con mi genio ni mi culpa judeocristiana y, aún caminando sobre la peligrosa frontera de hablar de más, los cuidaré del spoiler. Intuyo igualmente que, si no han visto la serie, tampoco entrarían a leer esta nota.

No es necesario haber jugado el juego para disfrutar de esta serie. Sin dudas quienes hemos gozado vivir la adrenalínica y terrible aventura ya sea en la PlayStation 3, la 4, o en una computadora, por supuesto disfrutaremos del increíble homenaje. El respeto por el parecido de los personajes, por los planos cinematográficos del juego, por la inolvidable secuencia inicial, por expandir momentos claves del relato y aprovecharlos para las libertades de la dramaturgia de la serie, por mantener vivo el clima, el ritmo, y servirse una vez más de la mágica música del argentino Gustavo Santaolalla.

En pocas palabras, la serie es acerca de la convivencia en un mundo ya destruido, entre ejércitos, grupos rebeldes, sectas, ciudades que se refundan intentando recuperar estilos de vida de antes, en el medio de un apocalipsis zombie. La diferencia con los zombies de otros relatos audiovisuales, es que son humanos a los que el hongo a domado, y que son conducidos como un ejército por este ser vivo, impredecible y todo poderoso que es el Cordyceps. Esquivando los errores en los que han estado cayendo muchas de las masivas producciones de plataformas, evitando repetir fórmulas de financistas que no se preocupan por la obra final, The Last of Us es verdaderamente una obra de arte. No lo digo solamente en un concepto emocional, como si fuera un sinónimo de “maravilloso”. Lo menciono por el detalle en el trabajo. Es una serie que está cuidada, pulida, con una narración sin precocidad, orquestada desde su guion, que como el juego tiene el diálogo justo, sin tropezar con lugares comunes propios de la épica y de la emotividad forzada, confiando siempre más en el poder sintético y poético de la imagen que en la vaguedad explicativa de los empresarios (como sucede en la serie de Netflix 3 body problem). Sabe inclusive ingresar en el climax de varios géneros con astucia, honrando las reglas de juego de dichos géneros como el western, el terror o el melodrama, pero sin doblegar sus propios principios. Respetando lo construido, cuidando el verosímil de aquello que pueden y saben hacer sus tan particulares personajes.

El valor de la velocidad narrativa de que sea lento aquello que merece tiempo y detalle, para que incluso la adrenalina en las persecuciones y peleas por sobrevivir se sienta más fuerte, está sostenido plenamente por las interpretaciones. Más allá del diseño sonoro, del propio guion, de la espléndida dirección de orquesta de la realización general. Las interpretaciones son detallistas, y podemos ver en todos los personajes el peso de la tragedia, los años que han vivido en ese mundo destruido e injusto, pero también podemos ver la insuperable universalidad de lo humano en como se vincula, en como vuelve a armar como puede la sociedad de la que depende. El peso de Pedro Pascal para componer a un Joel dolido, nostálgico, de pocas palabras, temible, es exacto. Está en la mirada, en sus movimientos, en como dice los textos que le tocan. Y la mayor virtud de su composición está en como va de a poco abriéndose y dejando ver el alma del personaje, dejándose conquistar por su compañera de viaje y conquistándonos a nosotros espectadores. Y mencionando la mayor obviedad de todas, eso solo es posible trabajando con su compañera de escenas. Con la actriz revelación que ya supo lucirse en sus pocas escenas en “Game of thrones” años atrás. Bella Ramsey rompe con los parámetros de lo real y a sus 18 años (la edad que tenía cuándo filma la serie) pareciera estar poseída por la sabiduría de una anciana. Desde su primer escena, lejos de caer en la obviedad en la que podría haber caído analizando de una manera literal la estructura psíquica de su personaje, alejándose del cliché de la adolescente resentida con el destruido mundo que la crio y con todo lo que le tocó vivir, vuelve real a su personaje. Real porque nos hace sentir que estamos acompañando como un testigo invisible a una persona que efectivamente vivió todo lo que vivió y guarda en distintos niveles de su ser, como puede, las terribles experiencias vividas. Pareciera que estamos viendo un documental sobre una adolescente que vivió en un mundo postapocalíptico. Ellie es un personaje que sabe reírse, sabe hacer reír, que intenta no conectar con los peores demonios de su pasado, que tiene la risa más dulce que podría tener una niña de 14 años. Y el trabajo que hacen ambos, actor y actriz, para sostener lo más fundamental de la serie que es el vínculo entre ellos, es quizás el mayor de los aciertos. Esa amistad, esa relación casi de padre e hija, es conmovedora gracias a las interpretaciones de ambos y la dirección de actores de toda la serie. Nada tendría valor y poco sería esta historia más que una serie como “The Walking Dead”, si no fuera por lo único que es el retrato de esa relación y aquello que ambos personajes atraviesan a lo largo de la historia.

Las reflexiones a las que se prestan relatos sobre el apocalipsis y en qué podemos convertirnos como seres humanos a la hora de la máxima supervivencia, son más que interesantes. ¿Cómo hemos llegado hasta ese límite tan drástico? ¿En qué nos convertiremos? ¿Siempre hemos sido así? ¿Habríamos podido evitarlo? Hay muchas películas, libros y series que han tratado con seriedad, inteligencia y sensibilidad este tema. Las preguntas filosóficas que despierta el escenario apocalíptico son en sí mismas suficientemente entretenidas, pero con el paso del tiempo se ha demostrado que ya no alcanza con solo plantearlas. Con descansar sobre las mismas y la fatalidad de los escenarios como para sostener un relato. The Last of us, honrando al juego que lo gestó, es una serie que apoya la enorme estructura de la ciencia ficción, en dos personajes que aprenden a quererse cuando ya nada en la vida podía conmoverlos, basando el camino del relato en la fuerza sobrenatural que da amar y dejar la vida por el otro cuando todo estaba perdido.

Chesi

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