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Meditaciones sobre cine (Cinema Speculation), de Quentin Tarantino. Algunas razones para amarlo

Un verdadero acontecimiento sacudió el mercado editorial recientemente. Se trata de la aparición de Meditaciones sobre cine (Cinema Speculation), de Quentin Tarantino. Una de las primeras impresiones que surge de la lectura es que Quentin escribe como filma. En este sentido, subvierte la idea de meditación en el sentido de especulación filosófica o discurso académico. Lo que tenemos es básicamente un conversatorio apasionado sobre el cine. Y la pasión hay que entenderla en un sentido litúrgico porque para Tarantino hablar de cine es una especie de religión. La diferencia con otros es que no se habla desde el púlpito sino desde la butaca, esa butaca cuyos ojos nacen desde la más absoluta inocencia. Sin ese punto de partida, jamás podrá entenderse a Tarantino. No el «l’enfant terrible» a la francesa, sino el pibe de barrio que mamó toda clase de películas sin ningún tipo de pudor, desde Godard a la Clase Z australiana, y con mucho orgullo. Por eso, cada vez que habla Quentin se trata de una declaración de trinchera, la del tipo que saca los trapos mientras otros embadurnan con citas de autoridad.

Otro efecto que se advierte es una especie de nostalgia de tipo festiva por una idea de cine que remite a la infancia. Y Los Ángeles es una ciudad descripta desde esa óptica. Cuando leemos las referencias a las salas cinematográficas de la década del sesenta y las sensaciones de esos dobles programas calificados como "memorables", nos percatamos de que hay una zona del cine hollywoodense que le interesa particularmente (1967-1970) y que coincide con su formación, mejor dicho con su educación sentimental. La revolución del Nuevo Hollywood aparece como una etapa alucinógena, intensa, de transición.

En varias oportunidades, se nota una defensa a ultranza del comentario como tipo discursivo. Es tan importante este modo de abordar una película, tan pasional, que no solo contagia las ganas de verla sino que, incluso, muchas veces es mejor lo que dice que la película misma. Toda la descripción que hace del comienzo de Alcatraz (1979), de Don Siegel, con un lenguaje que evoca el sentido de lo visual, parece superar al maestro. El estilo del análisis es coloquial, dialógico (siempre nos incluye como interlocutores, “Fuerte, ¿no?”) y rizomático. De allí la reivindicación de críticos como Kevin Thomas.Thomas también era pasional, uno adivina los gestos en su escritura, comparte su exaltación, de igual modo que ocurre con Quentin. Por eso, sobrevuela la máxima borgeana de que otros se jacten de lo que han filmado, él se jacta de lo que ha visto. Y sus películas van en esa dirección.

En la escritura de Tarantino, la experiencia sensorial de estar en una sala cinematográfica es difícil de transmitir con palabras: “Pero lo que esta sinopsis no transmite ni por asomo es lo condenadamente divertida que es la película”.

Los adjetivos utilizados, el énfasis para comentar una película y describir sus efectos forman parte de un dispositivo lingüístico dirigido a construir un estado de felicidad, de éxtasis, que nada tiene que ver con la especulación intelectual y académica. Incluso cuando se refiere a la violencia. El cine que legitima es adrenalínico y cumple una función catártica (como sus películas). Para ellos hay una serie de cualidades recurrentes: inquietante, intensas, buenísimas, malísimas, apasionante. Pero lo más importante son las sentencias que confirman su pasión, aún por películas que nadie defiende, como cuando al referirse a Where’s Poppa (Carl Reiner, 1970), declara que tiene “momentos visuales que se me quedaron grabados en el cerebro”.

Justamente, las películas de Tarantino tienen esos momentos, como si estuvieran concebidas y destinadas a ellos.

«Hay toda una discusión entre los críticos sobre la violencia, ya sea como forma lúdica o propicia para la reflexión. También en torno al carácter político de los films. Lo cierto es que Tarantino puede ser considerado en la actualidad uno de los pocos que mejor entiende la cultura y la sociedad americanas. Sin necesidad de subrayar el contexto permanentemente, parte de la base de que el espectador ya conoce en rasgos generales lo que fue ese tiempo, y toma el contexto para construir una ficción y reflexionar —entre otras cosas— sobre el poder y los costos de la simulación. La violencia es vivida como una fantasía catártica. Su cine puede ser violento, pero su mirada sobre la violencia es mucho más responsable de lo que se cree. Los que la ejercen son psicópatas, brutos o seres oscuros, y eso no los convierte en héroes.” dice el crítico Guillermo Colantonio en una nota sobre Los ocho más odiados (2016).

Si existe algo que aparece en las películas de Tarantino como en este libro es una pedagogía acerca de cómo enseñar cine, a cómo hablar de cine, y una defensa de la espontaneidad, de la defensa pasional. En el modo en que se cuenta algo, se pone en juego la eficacia del contagio. Incluso, con teorías y argumentos que rozan el disparate. Basta recordar el comienzo de Perros de la calle (1992) y su teoría sobre Like a Virgin de Madonna. En esta película introduce por primera vez el dispositivo de la amistad y juega con el subtexto de la homosexualidad. Esta idea de la amistad potenciada entre hombres es un caldo de cultivo en su carrera y sobrevuela en uno de los ensayos del libro dedicado a la relación de Clint Eastwood y Don Siegel.

Ahora bien, esta pedagogía encuentra su punto más alto en sus propias películas, verdaderos cúmulos de citas disfrazadas que llevan al paroxismo las ideas de remake, apropiación, copia y plagio. El canon de Tarantino desarma jerarquías. Las películas son películas al fin, independientemente de quiénes las hagan o de qué marcos teóricos las legitimen. Mientras otros tienden a separar, Tarantino las junta porque lo que verdaderamente importa es la experiencia de verlas. Entonces desarma el concepto de autor en la ficción, más allá del prestigio público de un nombre.Debido a lo anterior, uno encuentra a Quentin hablando de lo que sea y sobre quien sea en el cine. ¿De qué otro modo se puede entender esta pasión? De allí que los personajes de sus películas compartan este énfasis: ellos también se preparan, disfrutan, ven, comparten, enseñan y narran el acto mismo de mirar cine, un ritual con todas las letras.

¿Qué tipo de espectador acompaña a Tarantino? ¿Qué tipo de lector implícito es el invitado al festín del libro? El que pueda seguirle el ritmo, como en una conversación, el que se apasione y comparta esa enfermiza vocación desinteresada por una película. En ese hermoso texto titulado Nota al pie sobre Floyd, Floyd es el futuro espectador/interlocutor de Quentin, “el que ve todo y el que puede hablar con él”. De las charlas con Floyd, de las películas que vieron, se forjará gran parte de su educación sentimental y las semillas del blackexplotation en su propio cine. Floyd es su educación sentimental, “una huella indeleble en el chico de quince y dieciséis años (…) así como cierto legado que él no habría podido imaginar.” Una vez más, esa zona sagrada que es la infancia.

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