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Porque el amor subsiste aun en las despedidas: notas sobre el roce del destino en "Past Lives"

Si bien el cine tiene su arsenal de parejas inolvidables, en esta ocasión me decidí por ahondar en lo contemporáneo de la mano de Past lives (2023), una película que ha sabido no solo robarse, sino también estrujar los corazones de todxs quienes han tenido la inmensa dicha de verla. Conmovedora, sensible y de una autenticidad desgarradora.

Producida por la siempre astuta A24 y dirigida por la increíble Celine Song, este film se inspiró en una anécdota propia de la directora, que terminó utilizando como puntapié para desarrollar el resto del guion. Efectivamente, la cineasta coreano-canadiense imaginó para su ópera prima partir de un suceso fortuito, que tiempo atrás la había reunido con su esposo y su amor de la infancia en un mismo bar: escena intrigante con la que da inicio este film.

De esta forma sutil en sus modos, pero contundente en su efecto, nos sumergirnos de lleno en una historia que parece haber dado comienzo, antes de que sus espectadores llegasen a sentarse en las butacas. Nos sentimos testigos de un misterio por desentrañar que temporalmente nos lleva la ventaja; y al menos en lo que a mí respecta, resulto ser motivo suficiente para mantenerme cautivada de principio a fin.

El centro de la trama se construye en torno al concepto de “In-yeon”, que habla del destino que entrama conexiones entre las personas en una temporalidad que abarca múltiples vidas. Esta filosofía nos acerca al budismo y a su particular interpretación de la reencarnación, en donde las coincidencias y los reencuentros adquieren un matiz de relevancia que los aleja de la simple connotación aleatoria del azar.

Es un In-yeon si dos extraños se cruzan en la calle y sus ropas se rozan accidentalmente porque significa que debe haber habido algo entre ellos en sus vidas pasadas.

Nora (Greta Lee) es una escritora, que de pequeña, emigró con su familia a Canadá en búsqueda de mejores oportunidades laborales para sus padres (ambos artistas), con quienes comparte una voluntad de expansión profesional.

Si bien la película no se detiene a construir un tono melancólico en torno a la inmigración, ya que el personaje de Nora siempre tiene como Norte su realización personal, la relación sentimental con su ex compañero de clase Hae Sung (Teo Yoo) funciona como ese nexo de nostalgia, que la conecta con una vida “que pudo haber sido” y un lugar de pertenencia “con el cual ya no comparte una identificación total”. Como un personaje limítrofe entre dos culturales que la interpelan, Nora avanza haciendo equilibrio en una línea temporal: se permite observar el pasado, pero siempre y cuando pueda mantener un pie firme en sus proyectos futuros.

El trabajo actoral de los tres protagonistas es lo que le confiere veracidad e intimismo a este guion absolutamente fenomenal. Resulta difícil imaginar a alguien más en sus papeles, porque la entrega desinteresada con la cual abordaron el proyecto desborda la pantalla. Arthur (John Magaro), con quien Nora se casó para obtener su ciudadanía, representa esta tercera arista de una historia de amor que es reflejo de escucha, aceptación y entereza, aún en las inclemencias de transitar los fantasmas de nuestra propia vulnerabilidad.

Admito que ese amor latente que no consigue llegar a término, que tantas reminiscencias me traen al clásico agridulce In the mood for love (2000) de Wong Kar Wai, tiene un atractivo magnético cuyo efecto es instantáneo. Podríamos aducir que hay una gran belleza en los asuntos inconclusos o en aquellos amores atravesados por las circunstancias. Pero la real maestría de esta película radica en abrazar estos dilemas que nos dividen, para aceptarlos, y entender que en decisiones dolorosas como el soltar a un alguien, también hay un potente acto de amor implícito que repercute en unx mismx.

Como dato curioso, en varias entrevistas en las que participó el elenco se habló mucho sobre ciertos ejercicios de método, los cuales realizaron durante el rodaje en miras de alimentar reacciones más genuinas en su actuación. Mientras que Greta y Teo no tuvieron ningún tipo de contacto físico hasta grabar la escena de su reencuentro, Teo y John no se vieron en persona hasta el momento en que se conocen en pantalla.

Creo que estas experimentaciones dieron su fruto en actuaciones altamente conmovedoras, que traspasan la pantalla más allá de las diferencias culturales y lingüísticas. Quizás solo se trate de preferencias personales que se circunscriben a una apreciación muy subjetiva, pero el cine asiático siempre ha encontrado la forma de traernos romances que perduren en el imaginario colectivo. Principalmente, por ser fieles a la naturaleza vulnerable que emana de la complejidad de sus vicisitudes y asumir la responsabilidad por sus contradicciones.

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