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Babe, un poco a la izquierda del siglo XX

Spoilers

Hay un momento fascinante en Babe, el chanchito valiente (1995) la película dirigida por Chris Noonan que resultó un curioso hit a mediados de los años 90. Es casi al final, durante la competencia por la elección del mejor perro pastor de la región en la que habitan el granjero Hoggett y su fauna variopinta de animales, entre ellos el heroico chanchito. Luego de años de haberse presentado junto a su perro Rex e irse derrotados y humillados, Hoggett decide regresar al certamen tras observar las imprevistas y sorprendentes cualidades del cerdo Babe para arrear ovejas. Luego de una larga discusión con los organizadores del torneo por la afrenta a las tradiciones que significa la decisión de Hoggett de utilizar un chancho, discusión que termina sin embargo con la concesión inevitable de su deseo ya que el reglamento no contempla normativa alguna contra la participación de otras especies (la normativa podría venir dictada por el título del certamen que hace alusión a “perros pastores”, pero justamente uno de los juegos de comedia de enredos de la película es trastocar la determinación entre los nombres de las especies y su propósito en el mundo).

A Hoggett y a Babe, entonces, les llega su turno. Es un momento de gran tensión en el estadio. De un lado el temple inmutable de Hoggett, del otro las burlas de las masas campesinas en las tribunas. En el medio, Babe tratando de convencer a estas ovejas desconocidas mediante la amabilidad que le permitió destacarse en el oficio en la granja, portando como amuleto las palabras secretas que le trajo el perro Rex para lograr que estas otras ovejitas le lleven el apunte. De pronto, entre las risas del público, las ovejitas parecen responder y se desplazan de a poco en el territorio de césped. Responden con su parsimonia de ovejas a los pedidos de Babe y van caminando hasta ingresar todas al círculo dibujado en el medio del campo, luego hacen la gracia de salir primero solo las que llevan el collar y desde ahí van hasta el pequeño cercado que constituye la meta de la prueba, y junto al cual se encuentra apostado Hoggett. Entonces, a medida que las ovejas van entrando todas al espacio del cerco, en medio del aliento contenido del público ante la maravilla, sucede uno de los grandes momentos del cine de acción de todos los tiempos: en este punto de tensión máxima, la película suspende el tiempo en el momento en el que Hoggett empuja la cerca para dar por terminada la prueba en lo que se convertirá en una cumbre revolucionaria del arte del pastoreo.

Me emociona profundamente la devoción con que la película se ofrenda a que este oficio minúsculo, cotidiano, que tanto significa para el granjero Hoggett y para Babe (aunque en el caso de Babe menos por el orgullo de la victoria en sí que por el deseo de ayudar a su jefe y amigo) puede constituir también para el cine un pico de tensión y espectáculo.

Es un momento político. Babe es una película infantil que en la construcción de su espacio de granja de cuento de hadas (con todo lo maravilloso y terrible que tienen esos cuentos) trafica algo que se parece mucho a una utopía regresiva. A las imágenes de producción industrial a gran escala que vemos al principio Babe, el chanchito valiente le opone los valores y los tiempos de su pequeña granja familiar. Mientras que el primero se caracteriza por acotar la vida a un propósito fijo inamovible (el engorde de cerdos para ir a parar luego al matadero), la aventura que desarrolla el chanchito Babe en la granja Hoggett tiene que ver con un espacio de flexibilidad abierto a las distintas especies para reconvertir sus funciones. Babe llega al lugar como un premio que gana Hoggett y al que su esposa se prepara para degustar en la cena de Navidad; así es como pierde su inocencia cuando descubre que el destino prefijado para su especie es servir de alimento de los humanos, y que por esto de hecho muchas de las demás especies lo discriminan por considerarlo un bicho inútil, “sin propósito”. Así como la perra Fly que lo acoge en su familia yendo contra los mandatos determinados para su especie y lo instruye en las especificidades del universo de la granja, Babe terminará demostrando que puede convertirse en “perro pastor” y que puede hacerlo mejor que nadie porque sencillamente lo logra recurriendo a una innovación radical en el método que nadie había podido divisar antes: no hace más que dirigirse amablemente a las ovejas y pedirles que por favor lo acompañen hacia donde quiere trasladarlas el granjero, sencillamente porque así le salen las cosas.

Estamos, como dice la voz en off al final de la secuela de George Miller Babe, un chanchito en la ciudad, en un mundo un poco a la izquierda del siglo XX. Por supuesto que si esto no fuese más que un discurso presentado directamente, una bajada de línea, no sería una película muy interesante. El genio está en darle forma a una comedia y a una singular perspectiva a partir de estas premisas; lo primero se manifiesta como una comedia de enredos que imagina gags a partir del reto de poner a los animales en roles imprevistos, y en la misma línea jugar con cómo los mayores peligros se tornan cómicos por la perspectiva inocente con que (no) los ve Babe. El otro gran placer viene de cómo la película nos lleva a asumir la perspectiva de estos bichos, situación que implica muchas veces bajar la cámara y observar y desplazarse desde el suelo, y generar una distancia con el comportamiento humano que una vez incluídos en el mundo de los animales se nos presenta como algo entre grueso, ridículo y repentino. A medida que los animales se atreven a modificar sus roles en la granja, los humanos pueden ser capaces también de modificar las perspectivas que tienen en relación a ellos y a sus oficios. Es el descubrimiento por el que vitorea exaltado el público al contemplar la extraordinaria performance de Hoggett y Babe en el torneo.

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