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De Seúl a Nueva York, In-Yun mediante.

Spoilers

¿Qué hacés cuando te das cuenta de que el amor de tu vida ya no puede, por cualquiera fuese la razón, formar parte de la misma? Porque sí, la esperanza muere al último pero los amores que matan, nunca mueren.

Lo lindo de los clichés es que siempre esconden verdades en alguna de sus capas. Hay también cierta belleza en sentarse a ver promesas que después no llegan a cumplirse, y aunque ya lo sabíamos, lloramos y maldecimos a quien nos dio esa esperanza de la que hablaba. A los románticos nos destruye esta “trope” que a día de hoy en vez de nombrar a Casablanca y sus coetáneos como abanderados, prefiero mencionar a La La Land, Fleabag, Normal People y sobre todo a la protagonista de este artículo: Past Lives. Le di el estelar luego de algo de debate interno porque ofrece una escena de renuncia tan memorable como tierna y desgarradora.

Antes de entrar en detalles con esto último, quiero hablar sobre el romance. A diferencia de los finales felices que anhelamos al buscar "Hugh Grant películas" en internet, acá tenemos sustancia más “real”, así, entre comillas. Finales tan correctamente infelices, tan trágicamente verosímiles. De terror capaz, para los que después de ver el último capítulo de Normal People dijimos listo, ya está.
Una vez sentí en algún lado que “el romántico siempre tiene razón”. Creo que fue Ortega y Gasset en La Rebelión de las Masas. ¿Quién la va a tener ahora si está muerto? Lo asesinaron, pensaba.

Past Lives me enseñó que tal vez, como el rocanrol y las serpientes, no muere sino que simplemente muda de pieles.

Hasta esta película, rechazaba de forma casi automática a esa escena de renuncia en la cual ahora sí me meto de lleno. Por primera vez me quedó clarísimo: es ahí cuando el amor que comparten los involucrados se ve representado en todo su esplendor, en su máxima plenitud. “Te amo por quién sos y vos sos alguien que se va, así que te dejo ir”. Lágrimas, negación, y todas las etapas de duelo juntas mientras él se toma el Uber, ella vuelve a sus escaleras y hallamos paz en esta aceptación abnegada y llena de amor.

Es una obra infantilmente madura; maduramente infantil. Juega con la infancia para evocarnos lo intenso e irrepetible de ese primer amor cuyo rastro va a ardernos para siempre. Pero ya lo cantó Marilina: en pedazos volvemos a ser felices. Juega con lo macabro al obligarnos a aceptar que lo que ansiamos que suceda no es lo que debería suceder, pero lo resuelve tan a la perfección que no deja lugar a contras. Y ahí está el factor madurez: ambos tienen muy claro las personas que quieren ser, también las que son y dónde difieren de las que supieron ser. No se confunde la memoria compartida con la promesa de un futuro común.

La película es paciente a pesar de que nos tiene a los espectadores desesperados gritando por respuestas desde el vamos. Capaz es tan triste porque no hay maldad en ningún momento. Nadie tiene la culpa, ni siquiera el esposo de Nora es una mala persona, el mismísimo Hae Sung lo dice: “Jamás pensé que me dolería tanto que tu esposo me agrade”.

El giro que da Song al presentar el In-Yun es la frutilla de la torta para hacerlo perfecto. Termina de convencerme de que no todo está perdido entonces. Hay casualidad y causalidad en el amor, que más que un concepto es entonces un proceso. Puedo vivir con ese punto de vista. Estoy totalmente de acuerdo con quienes dicen que es un filme que, si estás prestando atención, te cambia.

En respuesta a mi pregunta inicial: sólo te resta bailar al ritmo de lo que fue, sobre la tumba de lo que pudo haber sido.

-Juli.

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