X-Men ’97 y los medios para contar historias

X-Men ’97 late en las redes como uno de los mejores productos que haya sacado Marvel y hasta como una de las mejores obras de superhéroes. La propuesta era riesgosa: continuar una serie icónica de los años noventa. Una serie con una narrativa ya comenzada y pausada hace casi 30 años debía complacer a los viejos fans y al mismo tiempo captar nuevos. Y no menor: contar con un bagaje de 76 episodios a sus espaldas.

Los diez capítulos que conforman la primera temporada de la serie dan cuenta de una maestría a la hora de narrar. Se logra producir una empatía hacia personajes conocidos mayormente en la actualidad pero de otros formatos y medios. En la consciencia popular está más presente el Xavier y el Magneto de la saga live-action llevada a cabo en los 2000s que el Profesor y Magnus de la serie animada. A pesar de llevar el mismo nombre no tienen las mismas características. Sin embargo, eso no impidió que su construcción diferente atrajera a nuevos espectadores.

Se podría decir lo mismo de otras obras animadas de la cultura pop: el universo de Spider-Man into the Spiderverse creado por Phil Lord y Christopher Miller y el moldeado por Dave Filoni, al adaptar Star Wars en su propio lore creado a partir de The Clone Wars. En ambos casos sus productos animados funcionan mucho mejor que muchos de sus proyectos live-action.

Se podría decir que la animación contiene ya en su gen una libertad creativa que suele ser más limitada en las producciones de carne y hueso. El conseguir locaciones, pagar costosos efectos especiales, fabricar vestuario, maquillar rostros, entre muchísimas más tareas conforman un presupuesto que condiciona el producto. Si bien esto no quiere decir que el trabajo de animación no tenga su precio, sí lleva dentro un potencial de menos ataduras a la hora de crear.

Son universos en donde a la vez funcionan líneas de diálogo y acciones que muchas veces no podrían traspolarse de forma directa al live-action. Hay un verosímil construido —y recibido por el espectador— que permite que se desenvuelvan situaciones que en otro contexto podrían ser difíciles de digerir, y hasta desarrollados de forma mediocre.

Dicho todo esto, la serie de X-Men ’97 es consciente de su propio medio y lo explota al máximo. Tiene la misma estética que su antecesora, pero con el salto de calidad propia de esta época. Tiene aquel equilibrio de melodrama, acción y desarrollo de personajes que la serie a la que le da continuidad pero adaptado a un público más maduro.

Y en tan solo diez capítulos se conforman varios arcos que se entrecruzan y confluyen en un climático final de tres partes. Nada está porque sí. Ni siquiera el capítulo dedicado a Jubilee y Roberto, o los dedicados a Storm —que podrían parecer “relleno”—, están demás. Contienen semillas que después son referenciadas y continuadas hacia el final.

Stan Lee y Jack Kirby crearon al grupo mutante en 1963, en plena tensión racial en Estados Unidos. Una problemática que tristemente continúa y que también se extiende hacia etnias y culturas no solo afrodescendientes, sino también del colectivo LGBT, de inmigrantes de países limítrofes o de minorías religiosas.

La metáfora en torno a la diferencia de los mutantes respecto a la mayoría de la humanidad es tratada a lo largo de diferentes secuencias. La discriminación es abordada desde varias aristas y polos; desde pequeñas situaciones como la “salida del closet” mutante a padres hasta mayores, como un mismo genocidio.

El final de temporada dividido en tres episodios conforman una escalada en épica que concluye en un final abierto y sugestivo. A pesar de que el creador, Beau DeMayo fuera despedido por Disney antes de estrenarse la serie, la segunda y la tercera temporada ya se encuentran en desarrollo.

Nota por Alex Dan Leibovich | Periodista | Redactor en Clarín, Indie Hoy, Peliplat y Erramundos.

Publicado el 19 de mayo del 2024, 08.24 PM | UTC-GMT -3.

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