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"Abigail": Scream con colmillos

Spoilers

Las bizarradas son más que bienvenidas.


Me explicaré.


Disfruto gozosamente con la mezcla de géneros, las sorpresas y el humor irreverente y (por favor) plagado de sarcasmo. Por otra parte, el género de terror es uno de mis favoritos, precisamente por lo que ofrece a sus creadores: hacer lo que les venga en gana con total libertad.


Pero también creo que esas libertades deben estar ejecutadas con algo de clase.


Continuando con mi explicación, reconozcamos que el género vampírico lleva unos años de capa caída. Ni tan siquiera una propuesta tan brillante como “The last voyage of the Demeter” del más que solvente director André Ovredal logró arrojar un producto identificativo, aterrador, o sencillamente con algo nuevo que decir. Además, el nivel de parodia alcanzado por las magníficas “What we do in shadows”, tanto película como serie de televisión, hace cada vez más difícil que se cumplan ninguna de las dos máximas de una buena película de vampiros: O que de miedo, o que de risa.


Por ello, era bastante difícil que esta “Abigail” recuperase el trono de las películas a las que intenta imitar sin éxito. Concretamente “From dusk till dawn”, de Robert Rodriguez. Ambas cintas comienzan con un secuestro y moviéndose dentro de unos códigos genéricos más cercanos al cine negro. Y esto, curiosamente, esto es lo único que funciona bien en “Abigail”. Se puede apreciar que sus directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillet , llegan desde la saga de “Scream”, una serie de películas donde no tienes que tener precisamente demasiadas destrezas a la hora de crear atmósferas o insinuar cualquier tipo de peligro. Realmente basta con ser explícito, retorcido y rematar la situación con algún chiste fácil para el supuesto jolgorio del personal.

Como decía, la película comienza con el rapto de la pequeña Abigail, una grácil bailarina de unos 10 años, por parte de una panda de seis mercenarios que se desconocen entre si. Una vez la niña es secuestrada, esta es llevada a una gran mansión donde les recibirá Lambert (Giancarlo Espósito, el eterno Gus Fringe de “Breaking Bad”) quien les increpa a esperar dentro de la casa, sin mediar razón alguna.

A partir de entonces, los despropósitos de guión danzarán a lo largo de la cinta tan libres como Heidi en lo alto de las montañas.

Aunque la dinámica inicial entre los personajes, jugando a conocerse, resulta atractiva, el misterio se rompe a los 5 minutos. Joey (Melissa Barrera) es la “Sherlock” del grupo y adivina mágicamente el pasado de todos ellos eliminando de un plumazo todo el juego que podía dar las verdaderas identidades de los mismo. Al menos, los guionistas se dejan un as en la manga con el personaje de Dan Stevens (Frank), que sí dará más juego posteriormente.


Pero lo más flagrante respecto a los protagonistas es lo rematadamente imbéciles que son todos. Me vale que un personaje sea estúpido, o que cometa errores, pero el hecho de que toda la panda sea idiota me parece de tal casualidad cósmica que solo puede ser una maniobra de guión igual de torpe. Por otro lado, esto hace que pronto dejes de empatizar con ellos, convirtiendo la película (de nuevo) en otro “body-count” que cambia a Ghostface por una niña vampiro. En “From dusk till dawn”, por ejemplo, el personaje de Quentin Tarantino era realmente odioso, pero finalmente, casi despertaba compasión por lo bien trabajado que estaba en el papel, al igual que pasaba con Harvey Keitel en la parte final. En esta película, los directores se olvidan que se puede ser gracioso, y al mismo tiempo humano, y que lo uno sin lo otro, rara vez hace sacar una sonrisa.

Siguiendo con las incongruencias de guión, Joey (nuestra Sherlock) tiene la genial idea de quitarle a la niña la venda de los ojos para que pueda ver a todos sus secuestradores. Pero claro, esto está muy justificado...¿por qué? Por que tiene un hijo. Fin de la justificación.

O mejor dicho, fin de la justificación para esta secuencia concreta, porque la película utilizará este banal discurso de la madre arrepentida en varias ocasiones, ejecutado completamente con calzador, en un intento de dotar de la humanidad de la que hablaba unas líneas más arriba.

El estereotipo no puede ser más enorme.

Y la acción se va sucediendo entre broma y gracieta auto referencial, chistes a costa de “Twlight” y demás ideas brillantes hasta que (por fin(, descubrimos que la niña bailarina es un vampiro. Lo único que sabremos sobre ella es eso, que tiene colmillos, chupa sangre y su padre no la quiere.

No sabemos por qué está obsesionada con la danza y el baile, o el recorrido que ha tenido desde que fue convertida. Aquí los elementos estéticos son ejecutados como mero adorno y no tienen ningún desarrollo conceptual detrás del mero hecho de generar una secuencia “cool”.

Los bailes que realiza la niña al ritmo de “El lago de los cisnes” podrían leerse como una referencia al “Drácula” de Todd Browning. Pero por contra, se sienten impostados, sin sentido ni finalidad concreta más allá de coreografiar alguna que otra muerte divertida.

Y es que parece que, en todo momento, los directores estén realizando otra entrega de “Scream” y no aprovechen toda la mitología que podía haberles proporcionado un material a priori tan rico como este.


Muchos espectadores, aún así, alegarán que es un entretenimiento más que digno. Pero en este aspecto, también siento discrepar.


Personalmente, me resulta muy divertida una película donde los personajes tienen vis cómica (cosa que aquí no sucede en ningún caso) o las situaciones son dirigidas desde un punto de vista que potencie el “slapstick” o ese tono de dibujo animado tan propio de cineastas como Peter Jackson o Sam Raimi.

Y no, esto último tampoco pasa.


Al contrario, estamos ante una película que comienza con ciertos intentos de generar suspense, avanza con buen pulso, pero pronto comienza a creer que explotar cabezas y partes humanas de manera consecutiva es lo más divertido que puede hacer.


Y, ojo, lo es las tres primeras veces.

Las quince siguientes, igual cansa.


Por no decir, aunque se pueda adivinar a estas alturas, que NINGUNA secuencia genera la más mínima inquietud. Resulta sorprendente la poca destreza de los responsables de este film a la hora de meter el miedo en el cuerpo, sobre todo viniendo de la que (teóricamente) es una de las sagas de terror más importantes de los últimos años.


El caso es que, tras una hora de asesinatos y sangre a raudales, donde los directores incluso se atreven a incluir un homenaje a Agatha Christie para demostrarnos lo intelectuales que son, la trama se desarrolla perezosamente para que asistamos al último e incoherente giro de guión.

Dicho giro sucede cuando, Joey, la protagonista es mordida y en ningún momento se convierte en vampiro. La película se salta a la torera sus propias reglas, ya que Joey, ni se convierte, ni es percibida como “no vampira” por otro vampiro, quien cree estar dándole órdenes como si fuese su maestro.


Una inconsistencia detrás de otra.


Pero el espectáculo debe continuar, y aunque el clímax haya tocado su cénit, y los supuestos traumitas de los personaje hayan sido más que saldados, un último Drácula de pacotilla tenía que hacer acto de presencia para que “Abigail” le verbalice: “Papi, nunca me has hecho caso”.


Y ojo, que esto surte efecto y Drácula se replantea (de manera canallita, eso si) todo el mal que ha hecho, dejando finalmente huir a la protagonista.


Y todos acaban felices y contentos a ritmo de una cancion hip-hop.


En definitiva, únicamente espero que con esta crítica, haya podido transmitiros todo aquello que creo que le falta a esta película:

Un poquito de ironía.

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