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El cine según Rejtman

De Martín Rejtman sabemos que es un porteño que vino al mundo con los años sesenta, y que estudió cine en Buenos Aires y en Nueva York. Que luego dirigió casi una decena de películas, aunque muchos lo definen como un escritor que hace cine. De hecho, un libro suyo, Rapado, fue filmado en los años noventa y es considerado casi unánimemente como el inicio de lo que dio en llamarse “Nuevo Cine Argentino”.

Según él mismo dice, “el cine argentino cambió mucho desde entonces hasta hoy. Y cambió para bien. Si yo tuve algo que ver con ese cambio, genial, me pone contento. Pero no veo la necesidad de las etiquetas”.

Es difícil encasillar la obra de Rejtman en un género. Algo similar sucede con directores como Caetano, Stagnaro o Bielinsky. Nos da la sensación de que oscilan entre varios géneros pero no encuadran en ninguno. Sin embargo, hay algo en común entre todos: el adn de Buenos Aires.

El propio Rejtman cuenta: “Empecé a buscar una forma en que los actores hablaran de un modo más creíble, más realista, aunque no fuera naturalista. La forma de filmar, los textos que escribía, una manera de filmar que fuera propia”.

En sus películas casi siempre vemos pocos personajes, pocos escenarios y un ritmo que no podemos definir como rápido ni lento, el ritmo Rejtman. Al igual que en sus libros, hay una sensación de que los personajes siempre están en acción, por más que no haya un objetivo dramático explícito.

Rejtman asegura que sus películas no entran en ninguna categoría, que no hace cine comercial, pero tampoco cine arte y que sería más fácil conseguir financiación si hiciera el cine que se considera ‘de arte y ensayo’: “Lo que a mí más me gustaba era el cine clásico de Hollywood. En lo que pensaba cuando filmé el corto Dolly vuelve a casa era en eso. Esa estética de planos largos, medios y americanos, con primeros planos muy dosificados. Aunque lo mío era mucho más contemplativo, era una mezcla rara”. Una mezcla rara tal vez sea el mejor acercamiento a una definición de las películas de Rejtman.

Rapado: el tono

Ya la primera escena de Rapado nos habla de un tono muy claro que va a caracterizar a la película en todo su desarrollo. El film empieza con una escena de dos hombres andando en moto por la ciudad. No es hasta el minuto tres que nos enteramos de que se trata de un robo. El hombre que va en la parte de atrás de la moto coloca una navaja en el cuello del protagonista, Lucio, y le pide que se baje. Lucio le da la billetera, se vacía los bolsillos y le da sus zapatillas. El ladrón le pide su reloj, pero Lucio no lo tiene. Hay una cierta desazón en Lucio, no se resiste, ni se queja, ni intenta defenderse. Simplemente acata sus órdenes y ve la moto alejándose.

A partir del robo, Lucio vaga por las calles de Buenos Aires, casi sin rumbo ni un propósito claro. Calles deshabitadas, disquerías, locales de maquinitas. A mitad de la película, decide robar una moto. La lleva a su casa, la limpia, la restaura y sale a andar. Maneja sin parar, primero por las calles y después por la ruta, a ningún lugar, simplemente maneja. Maneja hasta que la moto se le rompe. La lleva a arreglar pero no se puede. Así que deja la moto y se vuelve.

Rapado nos habla de los códigos de la juventud en los 90. Nos habla de cortes de pelo, de motos, de rock, de videojuegos. Los diálogos son casi absurdos, prima el silencio y un tiempo distinto, un tiempo propio. El reflejo de los 90 también nos habla de una clase media venida a menos, en crisis. Los billetes falsos, los robos, la justicia por mano propia. En una escena Lucio intenta robar una moto y el dueño lo atrapa. Lucio corre hasta que se cansa y se sienta en el cordón de la vereda. El dueño lo alcanza, lo mira, se prende un cigarrillo y lo escupe.

Pasaron 32 años desde el estreno de Rapado, pero sigue siendo actual. El año pasado, Arthaus y MUBI organizaron un ciclo de Rejtman con las copias restauradas en 4k. La página colapsó y las entradas se vendieron inmediatamente. Rapado nos llama la atención porque es muy vigente, nos habla de la juventud con melancolía y humor. Y lo hace a lo Rejtman, sin reglas, el tiempo borroso, no hay relaciones claras de causa-consecuencia, sino que los personajes toman decisiones por impulso, de manera repentina, casi como de casualidad.

Silvia Prieto: los personajes

Silvia Prieto, interpretada por Rosario Bléfari, es una joven de 27 años cuya vida toma un giro a partir de que descubre que hay otra mujer con su mismo nombre. En Silvia Prieto hay una sensación constante de que los personajes y los objetos que componen los distintos escenarios son, de alguna manera, intercambiables.

Silvia empieza un romance con Gabriel Rossi (Vicentico) que es a su vez el ex marido de la novia de su ex marido. El saco que Silvia le robó a un italiano en Mar del Plata va pasando por las manos de los distintos personajes, de una escena a otra. Walter, el compañero de cárcel que aparece al final, llega a la casa de Silvia y ocupa el lugar de Gabriel, casi como si fuera él.

Además, a Brite (Valeria Bertuccelli), la actual pareja del ex de la protagonista, le regalan una muñeca. Brite piensa que es idéntica a Silvia, entonces se la regala a ella. Silvia la tira desde un colectivo. Ahí la encuentra otro personaje. Todo cambia de escenario, los personajes no están aferrados a ninguna persona ni objeto ni hogar, pueden desprenderse de todo.

Rejtman juega constantemente con la dualidad. Hay dos Silvias, dos maridos, dos compañeras de trabajo, dos embarazos en simultáneo, dos vestuarios idénticos, dos compañeros de cuarto. A la vez, hay cierta desdramatización en la forma en la que se relatan los sucesos. Todos los personajes siempre están justos de plata, comparten habitación, Gabriel le pide un préstamo a Silvia en su primer encuentro, las salidas del mes son ir a un almacén chino que vende comida por peso, la persona a la que reemplaza Silvia en el trabajo fue atropellada por un colectivo.

Sin embargo, nunca se habla de esto en primer plano, la miseria no es protagonista. Es como si los personajes estuviesen desapegados de sus propias vivencias. No se apela nunca a la identificación ni a la empatía, casi lo contrario, como si se jugara con un tono artificial.

La voz en off de Silvia de alguna manera nos ayuda a entender a los personajes. Silvia duerme con Gabriel y a la mañana siguiente lo lleva a una parrilla. Ella come asado, él café con medialunas. Es una situación casi absurda. La voz en off nos dice “quería sacarlo a toda costa de mi casa para evitar la intimidad de la mañana”, como si esa voz le sumara otras capas a la situación que vemos en imagen.

Rejtman dice: “Siento que cada vez sé menos sobre cómo hacer películas”. Sin embargo, hay algo en su filmografía que nos genera la sensación de que sus películas dialogan entre sí, como si viendo la obra en conjunto pudiésemos distinguir un hilo narrativo y una estética articulada a lo largo de sus treinta años de trabajo.

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