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El auge del cine “perruno” (y porque nos hace llorar).

Spoilers

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a una proyección especial de Hachiko: una historia verdadera, una nueva versión de aquella película con Richard Gere que de seguro hizo llorar a más de uno, sólo que en está ocasión producida por completo en China. Conocen la historia. Hachiko, un akita inu, que espera a su dueño en la estación de tren, sin saber que su adorado humano jamás regresaría. Y de hecho, esta es la tercera versión oficial de una historia verdadera, siendo la primera Hachiko Monogatari, versión producida en Japón (lugar original donde ocurrió todo) en 1987. Después vendría la versión americana que cambiaría la ciudad de Shibuya por Rhode Island… porque aparentemente los americanos no soportan la idea de que las mejores historias ocurran en un lugar donde no se habla inglés. En fin, la proyección de la que hablo fue un evento de caridad donde los ganadores de un concurso por internet tenían acceso a esta proyección especial, con la única condición de donar alimento o enseres que pudieran donarse a albergues de perros sin hogar. Una película con causa. Pero lo mejor para los ganadores del concurso fue que podían asistir acompañados de sus mejores amigos de cuatro patas, ya que la función tuvo lugar en un autocinema. Después de todo, ¿cómo no ver una película que celebra nuestro vínculo con los perros, sin un perro a nuestro lado? Docenas de personas paseaban por el autocinema, tomándose fotos y dejando a sus perros socializar con toda clase de personalidades perrunas (¿”perronalidades”?). Desde los malhumorados que enseñaban los colimllos al menor acercamiento, hasta los más amigables y enormes perros que haya visto. Mucha gente asume que los perros grandes siempre son los más agresivos. Falso. No me vuelvo a acercar a un chihuahua.

Presenciar el vínculo que tanta gente comparte con sus perros propició el ambiente ideal para ver la historia de Hachiko una vez más, y esperar a que llegaran las obligatorias lágrimas al final cuando… bueno, ya se saben el spoiler.

Pero, ¿por qué lloramos tanto con estas películas sobre peludos? No es un género nuevo, y los perros han acompañado a héroes, y uno que otro villano, en el cine por décadas. Desde Rin Tin Tin, la primera superestrella canina de la historia, o Lassie, la border collie más famosa de todos los tiempos y que incluso lanzó una que otra carrera, como la de una tal Elizabeth Taylor, quizá la conozcan. En esos días los perros eran aventureros y héroes de acción, mientras Disney después hizo lo suyo dándoles una voz y características más humanas sin abandonar por completo su “perrunez”. Podría mencionar a los famosos 101 Dálmatas y la imperfecta belleza de su animación, pero creo que El Zorro y el Sabueso es un poco más lacrimógena, al comenzar con la promesa de una hermosa amistad para después rompernos el corazón con el eterno dilema de qué vale más, si quienes somos al nacer, o quienes elegimos ser.

En los años noventa los protagonistas perrunos se convirtieron en elementos cómicos que le dificultaban la vida a un humano, para que después este aprendiera una lección de vida relacionada al amor y la amistad. Tom Hanks pasa de odiar a Hooch, un adorable y algo baboso mastín francés, para después aceptarlo como su compañero en la fuerza policiaca. Socios y Sabuesos tiene todo ese sabor de película noventera policiaca, como Un Detective en el Kinder, ya saben, con todas esas cosas que nos hacen reír. Niños revoltosos, mascotas rebeldes y asesinatos, lo típico. Ah, y no olvidemos aquel desastroso San Bernardo con corazón de oro que se convirtió en la pesadilla de todos los amantes de Ludwig van Beethoven y la antítesis del rabioso Cujo (¿en qué estaba pensando señor King?)

Esta variante canina de la cinematografía cambió al mismo tiempo que nuestra relación con los perros. Las últimas películas del género se han enfocado más en explorar la conexión emocional que existe entre estos cuadrupedos y nosotros que en presentar simples aventuras cómicas. En La Razón de Estar Contigo, una de las favoritas entre los canófilos, un cachorro llamado Bailey reencarna en diferentes razas y vidas hasta reencontrarse con su niño original, Ethan. Cruzando la sagrada línea del spoiler, sobra decir que para que Bailey reencarne, primero tiene que… bueno… ya saben. La escena de la primera muerte de este dulce y fiel perro es bastante difícil de ver si compartimos nuestra vida con un canino. Ethan está ahí de pie junto a él, sobre una plancha en el veterinario y a punto de recibir su última inyección. El adolescente llora abrazando al hermoso retriever, y nosotros cómo audiencia no podemos evitar compartir su dolor. Bailey regresa en la forma de una pastor alemán parte de la policía llamada Ellie, y entonces la película entra a un tortuoso torrente de lágrimas cuando la perrita fallece en la línea del deber al recibir un disparo, en los brazos de Carlos, su compañero, y provocando una nueva reencarnación de nuestro héroe. Quien haya sufrido la pérdida de un compañero perruno, al que se puede llegar a amar como a un hijo, de pronto se sentirá identificado con el dolor de Ethan y los otros protagonistas humanos de esta historia.

Es sorprendente como otras tragedias perrunas nos dicen tanto de nosotros a través de los ojos de un perro. Marley y Yo parecería a primera vista una típica comedia familiar, sobre todo al ver los nombres de Jennifer Aniston y Owen Wilson en el poster. Pero, a través del divertido caos creado por el labrador titular, vemos los obstáculos a los que se enfrenta una joven pareja en su curso por la vida matrimonial. Los hijos, las deudas, los dilemas existenciales de la vida adulta se hacen evidentes a través de su relación con Marley, y cómo éste los acompaña a lo largo de sus vidas. En Mi Amigo Enzo, el perrito protagonista nos cuenta con su propia voz su incondicional amor por las carreras de fórmula uno ya que su humano es un piloto profesional –de ahí su inspiración para el nombre del filosófico Enzo– La historia pasa a ser la escenificación de cómo este piloto lucha por equilibrar su vida familiar con su pasión, utilizando lo que Enzo llama “El Arte de Manejar Bajo la Lluvia, el arte de mantener el control y la calma aún en los momentos de tormenta, en una metáfora donde la pista de carreras se convierte en la vida, con sus inesperadas curvas e instantes de paz donde podemos acelerar para ganar, o sólo dedicarnos a disfrutar del viaje.

Y regresando a esta nueva versión de Hachiko, con el perrito sumergido en su eterna espera con el mundo a su alrededor cayendo víctima de esa tormenta de la que nunca podremos escapar: el cambio. Hachi mantiene la fe en encontrarse con su profesor, aquel amable y dulce hombre que aceptaba los cambios en su vida –sus hijos creciendo, la vejez– con un estoicismo que rayaba en la resignación. De esta forma el akita es lo único que permanece impasible cuando todo a su alrededor se derrumba; gente se va, gente regresa, el paisaje mismo cambia cuando los lugares favoritos de Hachi, ahí donde guarda sus recuerdos, son demolidos tanto por la naturaleza como por el hombre. Así este inquebrantable perro nos demuestra la verdadera razón de porqué lloramos con su partida; porque un perro nos permite ver el mundo desde nuevos ojos, una mirada fresca que intenta enseñarnos sobre los placeres más simples de la vida; que jugar, acurrucarse junto a los seres amados, ser feliz, son el único propósito de la existencia. Cuando vemos a un perrito iniciar su viaje al más allá, en la realidad y la ficción, perdemos un poco de esa inocencia, pero siempre y cuando recordemos el verdadero mensaje que los perros vinieron a enseñarnos en esta Tierra, las lágrimas serán menos dolorosas.

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