Quizás ustedes sean muy jóvenes, pero hubo toda una generación de púberes que quisieron ser paleontólogos. Me enorgullece admitir que soy parte de ella (aunque por supuesto luego me dediqué a cualquier otra cosa). Esa inolvidable etapa de mi vida se la debo a una película: Jurassic Park (la primera). Cómo no amar ese ojo de t-rex ávido por desayunarse al par de niños gritones; esos raptores devenidos en chefs de cocina; esa isla paradisíaca devenida en infierno prehistórico. Sus detractores podrán objetarle errores de guion, de continuidad y de actuación, entre otros. Pero una película que te tiene meses revolviendo la tierra del patio de tu casa, a pesar de los retos y castigos de tus viejos, buscando fémures de gliptodontes o dientes de iguanodón; y que te hace soñar que la realidad puede ser fantástica -para mí- es un peliculón.
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