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"Fallout": El fin del mundo como nunca lo habías jugado

El maridaje entre los videojuegos y la ficción, ya sea a través de las adaptaciones cinematográficas o en formato serie, no siempre nos ha traído grandes alegrías. Podríamos comenzar a enumerar multitud de intentos fallidos y rellenar por completo esta critica únicamente despotricando contra la mayoría de ellos. Pero como eso no sería demasiado constructivo, me parece más interesante cuestionarme por qué suelen fallar este tipo de producciones, y qué ha hecho bien “Fallout” para salir victoriosa de la quema.


Aunque teníamos el precedente de “The last of us”, una serie que -con sus defectos- adaptaba bastante bien el videojuego original, en el caso que ahora nos ocupa, creo que se consigue de una manera más rica y auténtica.


Normalmente, el mayor problema de las adaptaciones de videojuegos, suele ser el querer trasladar el original con todo lujo de detalles. Salvo en sus cinemáticas, los videojuegos no tienen una esencia tan puramente cinematográfica como se suele creer. El ritmo es impuesto por el propio jugador, la acción suele ser repetitiva, y - sobre todo en los videojuegos de última generación- el “lore” del mundo abierto es tan inmenso que resulta inabarcable en su adaptación.


No olvidemos que el cine no es un medio interactivo – aunque algunos como Charlie Brooker intentaran lo contrario con su “Black Mirror: Bandersnacht – con lo cual, la narrativa tiene que estar mucho más reforzada y trabajada que la que nos ofrece un videojuego. Aunque los videojuegos tienen sus propias misiones – que de por si se encuentran guionizadas – el formato no es exactamente el mismo, y no entender bien este pequeño gran salto, resulta ser el talón de Aquiles de tantas adaptaciones nefastas. Además de todo esto, también hay una gran dosis de “fandom”. A la hora de elaborar la serie en cuestión, los creadores suelen querer contentar al jugador previo, por lo que se suele caer en elementos introducidos con calzador que no entenderá el espectador “no jugador” y que a su vez será insuficiente para los fans de los juegos originales.


¿Es esto entonces una misión imposible?. Para nada, y “Fallout” es una buena muestra de ello.


La post-apocaliptica historia de un mundo devastado tras una explosión atómica en un 1950 alternativo, consigue enganchar y ser más que disfrutable, incluso para los que no han jugado a la saga de videojuegos.

Obviaremos varios elementos de la trama, ya que sería demasiado extenso, pero lo más importante es conocer a los tres personajes protagonistas: Lucy (Ella Purnell), Maximus (Aaron Moten) y El Necrófago (Walton Goggins).


La primera, una inocente superviviente que nació en los refugios antinucleares creados por la misteriosa empresa Vault-Tec antes de la devastación. Podría considerársela como el eje central de toda la trama, ya que tiene una misión muy clara: Encontrar a su padre después de que este haya sido secuestrado durante un asalto al refugio por parte de personas del “mundo exterior”. Así, Lucy tendrá que hacer frente a un mundo cruel y tremendamente hostil, encontrándose por el camino con los otros dos personajes. Maximus, por su parte, es un inseguro joven que malvive adherido a “La hermandad”, una organización militar de acción bélica donde sus miembros visten unas enormes armaduras robotizadas tipo “mecha”. Y el tercero, y quizá personaje más interesante, es El necrófago – alias Cooper Howard – un ex actor del Hollywood clásico reconvertido en muerto viviente sin corazón que campa a sus anchas por el yermo al más puro estilo John Wayne, cometiendo una carnicería tras otra. Digo que es el más interesante porque, gracias a este personaje, conectaremos los acontecimientos pasados y presentes de “Fallout”, y conocer a Cooper antes de que se convierta en el malvado necrófago es una de las mejores cosas de la serie.


Y como toda buena serie, la trama está tan llena de matices que resulta imposible desarrollarla plenamente en estas líneas. A grandes rasgos, podemos decir que el contraste de los caracteres de estos tres personajes principales, funciona magníficamente bien. La candidez de Lucy, funciona como los ojos del espectador, completamente atónitos ante la cantidad de salvajadas que se llevan a cabo en este mundo tan atroz. Maximus, es un perfecto antiheroe, que da la vuelta a los roles de género de manera inteligente. Nos presenta a un personaje muy inseguro, en búsqueda de su sitio, y con un gran conflicto con conceptos como la masculinidad, la violencia o el honor. Y finalmente, el necrófago, une a estos dos personajes por comparativa extrema. Él es un espejo de lo que nuestros queridos Lucy y Maximus podrían acabar siendo si quieren sobrevivir en el yermo, aunque es cierto no siempre fue así. En el pasado, Cooper era una cariñoso padre de familia, y el descubrimiento de los negocios que su propia esposa llevaba a cabo con Vault-tec, es la piedra angular de gran parte de esta temporada.


Pero si tenemos que hablar de algún aspecto que realmente marca la diferencia de “Fallout” con otras adaptaciones, ese es sin duda su sentido del humor. Es cierto que los videojuegos ya tenían cierta carga irónica, pero la serie explota este valor de manera excelsa. Y ello, contribuye precisamente a que su gráfica y explícita violencia sea más tolerable, ya que aunque es tremendamente gore, consiguen que soltemos más de una carcajada. Creo que conseguir alcanzar este tono es un gran acierto por parte de sus showrunners Geneva Robertson-Dworet y Graham Wagner. Y es que, por mucho que se haya vendido como “Una serie de Jonathan Nolan”, el hermano pequeño de Christopher ejerce aquí únicamente como productor y director de los tres primeros episodios. Este es un claro ejemplo de las enormes diferencias entre los directores de una película y los de una serie, donde la última palabra es la de sus creadores (o showrunners), labor que no ejercen aquí ni el citado Nolan ni su socia Lisa Joy. Ambos, venían de ser showrunners y directores en “Westworld”, cuyo estilo y tono era diametralmente opuesto a esta “Fallout”, pero que curiosamente ya tenía ciertas mecánicas relacionadas con los videojuegos dentro de su trama.


Por su parte, la labor de Robertson-Dworet y Wagner, en tareas como la imagen del “concept” general de la serie, aplicado a través de la fotografía y la dirección artística, es sencillamente apabullante. Se consigue perfectamente una estética mixta entre los productos habituales de la América de los años 50, y la imaginería robótica de estilo retro que aportan a la serie una seña de identidad absolutamente propia.


Por todo ello, “Fallout” resulta ser un entretenimiento de primera, pero también hay en ella un imponente subtexto que resuena de manera impactante con los días que nos ha tocado vivir. Grandes guerras, amenazas nucleares, el buenísimo absurdo de algunos gobiernos, la maldad desmesurada de otros...un sinfín de temas de lo más interesantes que se van desarrollando delante de nuestros ojos de manera divertida y carente de toda gravedad. Y es que la irónica frase que menciona Maximus – “Todo el mundo quiere salvar el mundo, pero nadie se pone de acuerdo en cómo” – resume de manera genial el espíritu de la serie.


Por poner algún pero, se le puede achacar el hecho de algunas ausencias explicativas en referencia a como funcionan ciertas cosas en este universo – sobre todo si no has jugado a los juegos – así como cierta propensión a la saturación de violencia que en algunos momentos puede resultar excesiva. Pero no obstante, la serie compensa estas carencias desarrollando muy bien las tramas paralelas de los 3 personajes en los últimos capítulos, ofreciéndonos un final satisfactorio y preparadito para una pronta temporada 2.

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