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El verano que dura para siempre: el amor en Los Puentes de Madison

Spoilers

He visto la película Los Puentes de Madison (The Bridges of Madison County, Clint Eastwood, 1995) varias veces, así que ya sabía qué esperar cuando decidí repetirla en un avión. Pero en esta ocasión, me convertí en un mar de lágrimas en la incómoda silla en la que estaba, mientras sobrevolaba el Atlántico. Y estoy seguro de que no fue una coincidencia: yo venía de vivir un romance de verano casi tan intenso como el de Robert y Francesca. Una de mis ficciones favoritas se volvió mi realidad. Me puse en los zapatos de una de mis parejas icónicas del cine y reviví mi propia historia en la diminuta pantalla del asiento frente a mí que proyectaba este clásico del cine, una obra maestra para mí que ha sido ignorada y olvidada por muchos.

La película cuenta la historia de Robert (Eastwood), un fotógrafo de la revista National Geographic que se pierde buscando un hermoso puente en el estado de Iowa, Estados Unidos. Él se detiene a pedirle ayuda a Francesca (Streep), una ama de casa como cualquier otra, ocupada en sus cosas. Ella decide llevarlo hasta el lugar, mientras las conversaciones que tienen nos van revelando las cosas que tienen en común, los dolores que esconden y los vacíos compartidos que empiezan a llenar con algo que solo tiene un nombre: amor.

Una de esas escenas que me arrugaron el alma es cuando Robert vuelve a buscar a Francesca y ella está con su esposo, Richard (Jim Haynie), en medio de un diluvio torrencial. Las lágrimas de Robert se mezclan con la lluvia que le moja hasta el alma y él está ahí, parado, observando, esperando. Francesca pone la mano sobre la manija de la puerta, dispuesta para abrir y salir corriendo a su encuentro, pero duda… ¿Lo hace, o no lo hace? Es una escena sencilla, pero cargada de profunda emoción, tristeza, impotencia, y de lo que al final se trata toda la cinta: las decisiones que tomamos.

Una decisión no es buena, ni mala. Cada opción trae resultados diferentes, y con esto es con lo que tenemos que aprender a vivir. Mi romance de verano se terminó porque mi viaje se acabó, así como el intenso amor de Francesca y Robert llegó a su fin cuando la familia de ella regresa de un viaje. Ahí es cuando Robert le pide que se vaya con él y construyan una nueva vida, y él se lo deja claro: "este tipo de certeza llega sólo una vez en la vida." Ese fue un amor de esos que ocurren una vez en la vida, si uno tiene la inmensa suerte de vivirlo, y produce la certeza de estar en el lugar y el momento correcto.

¿De dónde viene esa supuesta certeza, de la cabeza, o del corazón? ¿Es ella la que nos impulsa realmente a tomar la decisión? En el caso de Francesca, significaba dejar a su familia y empezar una vida con un hombre al que apenas conocía, o quedarse en su rutina de ama de casa insatisfecha. Ninguna de las decisiones es mala, solo radicalmente opuestas y la certeza de que una nunca se cruzará con la otra. La vida de todos nosotros está llena de momentos así: por pequeños que sean, a veces nos dividen el camino y nos obligan a elegir una sola posibilidad.

Nunca entendí por qué esta película no triunfó más. No es de las más populares del año en que se estrenó ni recibió muchos reconocimientos en el circuito de premios de Hollywood (Solo tuvo una nominación para Streep a Mejor Actriz, su número 10, que perdió frente a Susan Sarandon), pero fue un éxito de taquilla: recolectó más de 180 millones de dólares en el mundo, nada mal para una cinta con un presupuesto de 24 millones. Varios famosos de Hollywood estaban detrás de esta historia: Sydney Pollack, Robert Redford y Steven Spielberg querían dirigirla, y para protagonizarla se barajaron nombres como Barbra Streisand, Catherine Deneuve, Glenn Close y Cher, pero cuando Eastwood tomó el proyecto, solo tenía en mente un nombre para la protagonista, por sugerencia de su madre. Y la logró conseguir.

La gran mayoría de películas están diseñadas para ser aspiracionales, para hacer sentir al espectador que el mundo funciona y que sus sueños se vuelven realidad. Los Puentes de Madison no tiene ese final feliz que la gente espera, y eso está bien. Hace parte de las decisiones de Richard LaGravenese al adaptar la novela de Robert James Waller. Este puede ser uno de los pocos ejemplos donde la adaptación audiovisual supera a su versión literaria, pues la historia crece hasta volverse una de las mejores historias de amor jamás contadas en el cine, así no tenga el final feliz que esperamos. Pero así también es la vida, tenemos que aprender a vivir con nuestras decisiones, así nos duela hasta el alma. Yo estoy aprendiendo a entender que mi romance tuvo su final de temporada, así como Francesca aprendió a vivir con el corazón dividido entre su familia y el hombre que le sacudió hasta la raíz. Y ustedes, ¿también se desvelan pensando si tomaron la decisión correcta, o qué habría sido de sus vidas si hubieran hecho lo otro que habían pensado? ¿O eso sólo pasa en la ficción?

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