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What If? La La Land

Los musicales en las películas quedaron algo anticuados, incluso si hacemos una encuesta mental que estoy inventando en mi cabeza ahora mismo, el 90% de las personas menores de 30 años evitan este género. Pero, siendo honestos, hay una producción que nos hizo poner pie al suelo respecto a los musicales, y también con el amor. Y así se puede decir que La La Land no me hizo creer en los musicales, pero sí en un amor (aunque no sea el romance que todos imaginamos)

La La Land: La ciudad de los sueños (2016), surge como esperanza y devastación. Ah, sí, esa maravillosa película que nos recuerda que el amor verdadero y los sueños están destinados a crecer y arder en un resplandor de fuegos artificiales... para luego desaparecer como las luces de Navidad en enero o como tu ex de aquel verano.

Dirigida por Damien Chazelle, la trama gira en torno a la pareja icónica de Mia (Emma Stone), una aspirante a actriz cuyo talento es tan reconocido como el de una extra en un infomercial del mediodía, y Sebastian (Ryan Gosling), un pianista de jazz cuyo amor por el género lo convierte en un héroe trágico de su propia película de bajo presupuesto. Estos dos seres se encuentran en Los Ángeles, la ciudad donde los sueños van a morir, y rápidamente se embarcan en una relación que solo puede ser descrita como un tren descarrilado en cámara lenta pero con buena música de fondo, y claro, es un musical.

Desde el primer número musical y las casualidades de la trama, la química entre los protagonistas es palpable y mientras ellos se enamoran, nosotros somos arrastrados en un viaje emocional que se siente manejado por un conductor de carreras bajo los efectos de químicos de dudosa procedencia.

El amor en La La Land es retratado de manera tan romántica que nos hace cuestionar todas nuestras elecciones de vida. Mia y Sebastian están tan profundamente enamorados que, naturalmente, tienen que elegir entre su amor y sus sueños. Porque, claro, en el universo musical de La La Land, el equilibrio no existe. Es una decisión de todo o nada, como elegir entre café o helado en un día caluroso, excepto que tu elección determina el resto de tu vida y te deja -alerta de spoiler- con un sabor amargo en la boca.

Sebastian persigue su sueño de abrir un club de jazz, porque todos sabemos que Los Ángeles necesita otro club de jazz tanto como necesita otro Starbucks. Mientras tanto, Mia finalmente obtiene su gran oportunidad en el cine, demostrando que si trabajas lo suficientemente duro y rompes suficientes relaciones, Hollywood te recompensará. Y al final, ¿qué obtenemos? Un montaje musical que nos muestra cómo habría sido su vida juntos si hubieran hecho sacrificios distintos, como si estuviéramos viendo un episodio de What If? de Marvel.

Así que, si buscas una película que te haga creer en el amor, solo para luego arrancarte el corazón y pisotearlo con unos zapatos de baile mientras Emma Stone te ve con esos ojazos, La La Land es tu mejor opción. Nos enseña que el amor verdadero significa estar dispuesto a dejarlo ir, o al menos sacrificarlo en el altar de tus ambiciones. Porque, después de todo, ¿quién necesita una relación duradera cuando puedes tener un Oscar y un club de jazz que probablemente fracase en cinco años?

La La Land: donde los sueños son grandes, las melodías son pegajosas, y el amor es tan efímero como la carrera de un ganador de American Idol, pero lo más importante: nos recuerda que el amor no siempre es lineal, ni es eterno, ni es al lado de quienes creemos, no es como en las películas con las cuales crecimos. Quizás el amor sea el reflejo que vemos al cumplir un sueño.

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