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Ricardo Darín, actor en español: hay que hacer un libro (parte 2)

Spoilers

Al igual que en la primera parte publicada ayer, empezaremos otra vez por hablar de Política de los actores de Luc Moullet, modelo clave de ensayo -o de ensayos- acerca de actores. Ese libro plantea acercamientos novedosos y de gran singularidad, mediante la búsqueda de continuidades, constantes, detalles y rupturas en la carrera de cuatro actores del cine estadounidense (Gary Cooper, John Wayne, Cary Grant y James Stewart), protagonistas indiscutidos de varias de las décadas de mayor esplendor de la industria cinematográfica americana. Las aproximaciones a sus carreras y a sus estilos que hace Moullet no son homogéneas, no parten de un modelo preestablecido a aplicarse de manera rígida a todos ellos sino que el autor observa, revisa, pone en contexto, reflexiona y a partir de ello obtiene algo así como lo distintivo de cada actor, aquello que lo convierte en una presencia de alguna manera “firmada”, una presencia actoral que se vuelve singular, con algunas características que se mantienen en varias películas. Sin reglas férreas o hipótesis rígidas y forzosamente generales, siempre decidido a la observación en detalle (en la tradición de Serguei Eisenstein y Jean-Luc Godard, como Santos Zunzunegui en el libro La mirada cercana), Moullet encuentra a veces la permanencia de la búsqueda de la madurez, en otras se centra en el uso de las manos y en otras en las diagonales de la figura y los fondos. Incluso en una ocasión rompe -con aviso y casi con pesar- su propia idea de no apelar a cuestiones de la vida privada de los intérpretes estudiados porque considera que en ese caso particular hacer uso de ese dato ilumina cuestiones cruciales para el ensayo. Por último, al pensar en escribir sobre actores es siempre justo recordar las muchas veces disruptivas descripciones actorales de Pauline Kael y las ideas de escritura, observación y descripción de James Agee en su magnífico retrato breve y perdurable de Lauren Bacall a propósito de Tener y no tener de Howard Hawks (1944). Fascinado ante una actriz que con esa película debutaba en el cine, Agee claramente se dio cuenta de que estaba asistiendo al nacimiento de una estrella. Entre otras cosas, dijo esto sobre la rutilante aparición de Bacall: “tiene una presencia cinematográfica imponente, extrema, incapaz de pasar inadvertida. Su personalidad está compuesta de un filtrado de la Davis, la Garbo, la West, la Dietrich, la Harlow y Glenda Farrell, aunque ella le da un toque completamente nuevo a su particular versión de todas ellas. Tiene la vitalidad de una jabalina, la elocuencia de movimientos de una bailarina nara, una astucia arrebatadoramente femenina y una pizca de agridulce absolutamente única. Además de todas esas virtudes y una voz de trombón, consigue componer el papel de chica dura con el que un Hollywood píamente regenerado llevaba mucho, mucho tiempo soñando.”

Y así como cualquier libro sobre Bacall incluye de manera destacada sus dos trabajos con Hawks, cualquier libro que quiera hacerse sobre Ricardo Darín debería ubicar en un lugar destacado, quizás el más destacado, sus dos trabajos con Fabián Bielinsky. La lamentablemente muy corta carrera como realizador de Bielinsky (murió en 2006, a los 47 años) consta de dos largometrajes y ambos fueron protagonizados por Darín (la suya es la gran permanencia entre una película y otra, además de la maestría de Bielinsky). Ese par de largometrajes son extremadamente importantes para cualquier acercamiento a la carrera de Darín, en primer lugar por el hecho de que los personajes interpretados por el actor en estas dos películas son extraordinariamente disímiles. En Nueve reinas el personaje de Darín, llamado Marcos, es extrovertido, expansivo, parlanchín, lanzado, verborrágico, veloz, tenso e hiperactivo, incluso impulsivo a pesar de tener ensayadas y probadas una enorme cantidad de trampas que ejecuta casi a diario. Personaje táctico, aplica sus habilidades con performances a corto plazo, se pone a prueba constantemente. Su aparente socio pero en realidad oponente, Juan-Sebastián (Gastón Pauls), sabe esperar, tiene una estrategia. En la otra película con dirección de Bielinsky, El aura, el personaje interpretado por Darín será un taxidermista epiléptico: introvertido, obsesivo, detallista, perfeccionista y apagado, cerebral y carente de sonrisas, solitario y con ropas nada elegantes y tampoco llamativas. Con un corte de pelo tan prolijo como desangelado, con una postura física de hombros sin tensión, como si no estuviera del todo bien acomodado sobre sus piernas, es un personaje que intenta pasar desapercibido y que se deja llevar por las circunstancias (incluso podría pensarse que “es llevado” a un viaje a un lugar lejano). El taxidermista -que nunca exhibe ningún nombre en el relato- no es un hombre de acción (aunque tendrá que ponerse en movimiento), en cambio Marcos en Nueve reinas es sinónimo de acción constante (aunque tendrá que detenerse, o más bien lo harán detenerse). Por otro lado, es fundamental tener en cuenta que Nueve reinas es una película urbana sobre criaturas netamente urbanas. Y que El aura es una película que se anima a salir de la ciudad, cuyo protagonista es un ser claramente solitario.

Brevemente, uno podría planificar para el futuro -o para un libro- otros ejes relacionados con el trabajo de Darín con otros directores, por ejemplo sus colaboraciones con Juan José Campanella en cuatro películas: El mismo amor, la misma lluvia, El hijo de la novia, Luna de Avellaneda y El secreto de sus ojos y sus posibles continuidades, diferencias y conexiones entre personajes distintos pero siempre urbanos, nunca con gran poder y siempre con alguna frustración a cuestas. El Darín del poder, por su parte, podría ser visto en función de las dos películas que filmó con Santiago Mitre: La cordillera y Argentina, 1985. Un Darín más conectado con algunas asperezas sociales y violencias varias podría ser el de las dos colaboraciones con Pablo Trapero, el de Carancho y Elefante blanco. Y tampoco deberían faltar los roles de Darín en Relatos salvajes (su personaje fue y es un fenómeno que excede por mucho al cine), Truman, Todos lo saben (una internacionalización muy fuerte, con director iraní pero sin tener que abandonar el español), El baile de la victoria, Delirium (pieza clave, porque en ella Darín hace de “Darín” y uno de sus temas es la actuación para cine y otro muy importante el lugar del actor como estrella), La señal (protagonizada y co-dirigida por Darín), Kamchatka (una vez más, un personaje en el pasado) y varios otros títulos que filmó tanto en Argentina como en España, porque aún incluyendo todo lo antedicho faltaría todavía mucha carrera de Darín por revisar, analizar e interpretar. Sin embargo, un posible libro que lleve el título de Ricardo Darín, actor en español no debería ser una biografía y tampoco un mero recorrido cronológico por la filmografía del actor en el cine, ni cada una de las películas que protagonizó Darín debería recibir una atención similar. Como bien apunta Moullet, las filmografías de los actores son en general mucho más grandes que las de los realizadores y sus lógicas no son equivalentes. Y para escribir sobre el trabajo como actor de Darín debería prestarse especial atención a sus formas de hablar y de usar el idioma, aspecto crucial desde el propio título de estos artículos-propuesta. Como tantas otras veces, Serge Daney es una fuente de precisión conceptual: “El diálogo de cine (entre todos los sonidos) es un objeto paradójico. Difícil estudiarlo sin estudiar al mismo tiempo al que lo dice: el actor, sin dudas.”

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