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Tierra de faraones: Howard Hawks en Egipto

“Hice esta película por una simple razón: el CinemaScope”, le decía Howard Hawks a los críticos de Cahiers du cinéma en 1956, a pocos meses del estreno de Tierra de faraones, la única película en la que el director experimentó con este formato de pantalla. Uno se pregunta qué habrá atraído al pragmático, terrenal y moderno Hawks hacia esta historia antigua, asociada a la obsesión megalómana del faraón por erigir la pirámide más enorme de Egipto. Y al ver la película es cierto que una primera respuesta sería que hay que darle la razón a Hawks: el CinemaScope brilla en Tierra de faraones, pocas veces en la historia del cine como en la secuencia cerca del inicio en el que Hawks narra la incorporación de las multitudes egipcias a los proyectos de la construcción de la pirámide.

Hawks narra en dicho segmento el paso de los años en la construcción de la pirámide como registro de un cambio en el ánimo del pueblo, que van del entusiasmo de los cantos iniciales a la fatiga producida por la opresión de los años, manifiesta en el silencio de los trabajadores y la necesidad de los opresores de sostener el ritmo de la obra introduciendo música de timbales. Hay pocas secuencias en las que la anchura del CinemaScope se emplee de una forma así de alucinante para filmar a las masas, una prueba de cómo el cambio de tamaño de la pantalla permite imaginar la narración de otro tipo de fenómeno. Hawks, a quien solemos recordar trabajando en escalas más pequeñas, en su genio para encontrar detalles al contar la vida de grupos envueltos en ciclos diarios de trabajo y descanso, concluyó luego de ver la película: “Nos pasamos toda la vida aprendiendo cómo comprometer al público a concentrarse en una sola cosa. Ahora tenemos algo que funciona justo al revés, y mucho no me gusta”. Es raro verlo saltar de dimensión en Tierra de faraones e incluso él mismo al parecer no se sintió muy contento con el resultado, una película que más bien despejaba entre sus proyectos fallidos.

En algún lado César Aira cuenta cómo cuando Alberto Laiseca preparaba su novela La hija de Kheops se desvelaba imaginando el prolongado sacrificio de los obreros entregados a la construcción de la pirámide faraónica, preguntándose en qué medida valía la pena, aún pese al sueño de una obra eterna como promesa, un sacrificio semejante rodeado de una vida sumida en las privaciones más extremas. ¿Tenía derecho el faraón de privar a sus súbditos de felicidades como la cerveza? Tierra de faraones esla película sobre la construcción de la pirámide sin la cerveza que pedía Laiseca. Cuando la mujer que el hijo del arquitecto acaba de traer del palacio a sus mucho más modestas viviendas prueba el caldo y con gesto de asco les pregunta: “¿Esto comen ustedes?”. “Todos los días”, le contestan.

El lugar para el placer sensual y cotidiano desaparece en esta película junto con el gusto por el trabajo tan característico de los personajes del director. En una película como Hatari!, Hawks crea una burbuja alrededor de su equipo de cazadores y narra desde una estructura en las que vemos de un lado las aventuras de caza y del otro las escenas nocturnas de descanso, de disfrute del ocio que sigue al trabajo y las pequeñas comedias que despierta este tempo. Hatari! es una película cuya narración se dedica a imaginar momentos de gloria para sus personajes y envolver estos episodios en escenas que recorren con pausa las etapas necesarias para que ese brillo humano surja. En Tierra de faraones la tarea pierde cualquier intersticio de placer al dilatarse indefinidamente en el tiempo y convertirse en consecuencia opresiva de la obsesión del faraón (un personaje que en la obra de Hawks tiene un posible paralelo en el Thomas Dunson que hace John Wayne en Río rojo). Tal vez sea, como dice el crítico Miguel Marías, que una de las claves está en que en Tierra de faraones los que trabajan no son los mismos que los que descansan.

La construcción de la pirámide se extiende por décadas. El tiempo pasa, los hombres y las mujeres envejecen, la muerte despliega sus formas. A Hawks no le gustaba mucho la película porque decía que la clave de su propio fracaso había estado en que no le había regalado a la audiencia ningún personaje querible. “Eran todos unos hijos de puta”. Lo había atraído a la historia de la pirámide la fascinación por filmar lo que los hombres eran capaces de hacer con la piedra, la arena y sus manos. Pero es como si al llevar su imaginación hasta Egipto hubiera visto la realidad de frente y esa fascinación hubiera virado a un tono más denso. También hay que decir que a lo largo de su obra Hawks encontró la forma de hacer películas basadas en el placer de filmar las dinámicas de solidaridad entre los integrantes de sus grupos de profesionales, sin dejar de percibir la amenaza y el terror que hay por fuera de ese pequeño círculo protector. En sus películas aparece varias veces un personaje un poco más oscuro que los demás, situado ligeramente desplazado del resto (dos veces los encarna Richard Barthelmess, en The Dawn Patrol y Sólo los ángeles tienen alas), en el que se manifiestan las huellas de ese contacto con el terror del afuera y al que los demás trabajan por traer de nuevo al núcleo del grupo, en una dinámica que nos recuerda que la solidaridad es frágil pero mantenerla en pie también es parte de la tarea.

Me pregunto al final de dónde habrá sacado fuerzas Hawks para filmar una historia tan terrible y con tanto dolor. Quizá la respuesta esté en el gesto de un personaje secundario, en el episodio en el que Joan Collins pone en marcha la estratagema para asesinar al hijo del faraón y heredero del trono. Collins elabora un plan minucioso que va de enseñarle a tocar la flauta al chico para atraer hacia él la serpiente que cometerá el atentado. Es una escena lenta y aterradora. La música de la flauta es hechizante y la serpiente se acerca de a poco al chico que toca absorto su instrumento. En un contraplano, vemos cómo la hermosa reina Nailla (la actriz francesa Kerima) descubre con atrocidad la serpiente; la película vuelve a un plano del chico tocando con la serpiente al lado y en un nuevo contraplano de la reina la vemos pedirle al niño que siga tocando mientras se acerca sigilosa hasta la cama, justo antes de lanzarse encima de la cobra y quitarse la vida para salvar la de su hijo. La vemos por unos instantes justo en el momento en que ya decidió su muerte y avanza. No es cualquier cosa ver una película de Howard Hawks. Es un gesto estremecedor, y de una fuerza suficiente para demoler una pirámide.

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