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The Florida Project, ¿la otra cara del sueño americano?

Spoilers

The Florida Project, estrenada en 2017, es una de las películas más reconocidas de Sean Baker, reciente ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes con Anora. The Florida project sostiene un sutil equilibrio entre drama y fantasía, una mirada de los márgenes de Disney World, “el lado b” del parque temático más famoso del mundo.

En la película prima el contraste, la ambigüedad de la pobreza en el país de las maravillas, las tiendas inmensas y coloridas, la grandilocuencia frente a la miseria.

La protagonista de la película, Moone, es una niña de seis años que vive con su madre Halley en una habitación del motel “Magic Castle” en Kissimmee, Florida, un lugar que está tan solo a unos kilómetros de Orlando.

La primera escena nos muestra a dos niños (Moonee y Scooty) sentados frente a una pared violeta pastel (color protagonista de la paleta de todo el film). Están aburridos, en silencio. Escuchan el grito de otro niño que les dice “Moonee, Scooty, ¡turistas en el Future!” Los tres salen corriendo, suena “Celebration” de Kool & the Gang. La intro podría ser de una típica película de Disney.

Pero la música se corta y los tres niños aparecen corriendo junto a la autopista, llegan a “Futureland”, un motel venido a menos, y empiezan un concurso de escupitajos desde un balcón hacia un auto. La dueña los reta y ellos le gritan “perra infeliz”, “basura”, “no sos nada”. Todos insultos que no parecen corresponderse con su edad, ni con su tamaño. Parecen adultos gritando. Después, a lo largo de la película, nos enteramos de que la dueña de ese auto es una abuela que está cuidando a los hijos de su hija (que los tuvo a los quince y no los puede cuidar). Y una de sus nietas, Jancey, se termina convirtiendo en una parte fundamental en la vida de Moonee.

La mirada de la película está focalizada completamente en los niños. Incluso en las escenas en las que ellos no participan, los planos están contrapicados (de abajo hacia arriba) para no perder de vista nunca que percibimos la realidad a través de ellos. Acá me parece es donde se encuentra la particularidad del director, que le escapa a los golpes bajos o la condescendencia porque, más allá de que en la vida de Moonee están sucediendo cosas hostiles y poco divertidas para una niña de su edad, la cámara la sigue a ella y a lo que ella percibe de esa realidad.

Dentro del cotidiano de los personajes que forman parte del mundo de Moonee hay uno fundamental: Bobby, el gerente del motel (brillante interpretación de William Dafoe). La relación entre Bobby y Moonee es tensa, casi siempre Bobby reta a Moonee y ella hace travesuras para molestarlo (como bajar la térmica del motel para que todos los huéspedes se enojen). Pero es Bobby el que siempre los está mirando, incluso a lo lejos.

Hay una escena en la que un señor entra al patio del motel y se acerca a las niñas. Bobby, que está colgado de una escalera, lo registra inmediatamente. Ahí lo vemos a él, desde abajo, casi como una figura de “ángel guardián”. En cuanto presiente algo sospechoso, baja corriendo (provocando que se le caiga el tarro de pintura) y lo echa a patadas, haciéndole prometer que jamás se va a volver a acercar.

Cuando Bobby se empieza a dar cuenta de que Halley está atendiendo clientes dentro de la habitación (con Moonee en el baño) le pide que todos sus invitados que se registren en recepción y le dejen su identificación. Incluso en la secuencia final, cuando llegan las asistentes sociales a llevarse a Moonee temporalmente con otra familia, Bobby es quien dice “lleven afuera a Moonee para hablar en privado”.

Cuando Moonee y Scooty adoptan a Jancey como parte de su grupo, le muestran su universo cotidiano casi de forma fantástica. Pasean con ella por las tiendas de regalos (un lugar con un mago gigante, un local con forma de naranja, una heladería con forma de helado). “Acá es donde conseguimos helado gratis”, le dicen, y piden monedas en la fila. Les alcanza para compartir un helado entre los tres. Luego van a unos condominios abandonados en donde Moonee imagina cómo sería su habitación, “acá iría mi cama, allá mi biblioteca, allá mis juguetes”.

Cuando le muestran el motel donde viven, recorren las habitaciones y le dicen a Jancey: “el hombre de acá fue a varias guerras, el otro tiene una enfermedad que le agranda los pies, al de allá lo arrestan mucho, la mujer de acá cree estar casada con Jesús, nadie usa el ascensor porque huele a orina, cuidado con el agua porque me hizo ir al hospital”. Todo es terrible pero Moonee lo dice de forma risueña, alocada, con la emoción de una niña que le está abriendo su universo a otra niña.

El motel en donde vive Moonee es un lugar de tránsito, un “no lugar”. Bobby las va cambiando de habitación porque “ningún huésped puede establecer residencia”. La gente paga, duerme y se va. Salvo Moonee, Halley y su amigo Scooty, que vive en la habitación de abajo con su madre Ashley, amiga de Halley. Ashley trabaja en un restaurante cerca del motel y les regala comida a Moonee y Scooty. Hasta el día en el que los niños prenden fuego los viejos condominios, y Ashley le prohíbe a Scooty volver a juntarse con Moonee, porque no quiere tener problemas con la asistente social. A partir de ahí la relación entre las madres se vuelve muy problemática y ya no permiten que sus hijos jueguen juntos. Casi al final de la película, Moonee toca la puerta de la habitación de Ashley para pedirle plata. Esta se niega y le dice que todo el motel sabe que ella está atendiendo clientes. Halley la tira al piso, le pega y al día siguiente Ashley la denuncia al servicio social.

En The Florida Project no hay un juicio a la forma de ser madre, a la forma de ganarse la plata. Halley siempre está al borde de no poder pagar pero se las arregla todo el tiempo para, de alguna forma u otra, tener dónde vivir. Compra perfumes truchos y los vende en la puerta de hoteles a turistas, roba pulseras de entrada a los parques y las revende; pero nada sale bien, la atrapa la policía, el de las entradas se da cuenta, la gente deja de comprarle. Cuando no encuentra otra solución y nadie le puede prestar plata, se crea un perfil en una aplicación y empieza a recibir clientes en su cuarto. Halley es mostrada sin condena, con sus contradicciones y su devoción absoluta por Moonee.

Según cuenta Alexis Zabe, el director de fotografía de la película, la idea era filmar dentro del parque pero nunca consiguieron el permiso. Entonces, la única opción fue filmar con un teléfono, porque cualquier otra cámara habría llamado la atención. En el final de la película, cuando Moonee se da cuenta de que la van a separar de su madre y la van a llevar con otra familia, escapa corriendo y va al motel de Jancey a buscarla. Le toca la puerta y le dice que es su mejor amiga y que es probable que no la vuelva a ver. Y es la primera vez que la vemos llorar, llorar como una niña de seis y meterse los dedos en la boca. Jancey la agarra de la mano y la textura de la pantalla cambia. Toda la corrida a los parques de Disney, hasta llegar al castillo, la vemos filmada desde un celular. Moonee y Jancey corren, agarradas de la mano, escapando de su realidad. Es probable que todo esto suceda en la cabeza de Moonee, que en realidad el verdadero final es que se la llevan a un hogar y Halley pierde la custodia. Pero nuestra mirada está con Moonee y nos escapamos (queremos escaparnos) con ella en su fantasía.

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