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Harry Potter y El prisionero de Azkaban .

Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004).

En el quinto largometraje del talentosísimo e iracundo mexicano Alfonso Cuarón, el anteojudo mago adolescente deberá (de nuevo) unir fuerzas con sus prodigiosos pero desvalidos compañeros "hechiceros" para capturar al villanesco Sirius Black, prófugo de la prisión-claustro-fortaleza Azkaban, hogar de la escoria e inmundicia del mundo "mágico". Es notorio el virtuosismo escénico desplegado por el compatriota en comparación con su antecesor , el penssylvano Chris Columbus, poseedor de una estética visual que por veces se siente ramplona en los filmes anteriores, muy a pesar de contar con innegable talento para los melodramas lacrimógenos de familias clasemedieras americanas (" Papá por siempre", "Quédate a mi lado", "Mi pobre angelito") que sin tanto bombo y platillo cuece sus habas y las endilga en las gargantas cinéfilas .

Y justo por ello, nuestro chilango enganchado por la sexualidad- bisexual-homosexual de personajes previos de su imaginario llega con ojo astuto y competente para taclear y desmenuzar los bemoles de las cuestiones pubertas, que con el cambio de dirección logra también la deformación del lenguaje funesto previo con la cámara fluida e hiperkinética del cinefotógrafo australiano Michael Seresin, que no da tregua a su vertiginosa pericia , emulando el terror latente y persistente de aquel reo azkabino que deambula por los pasillos escolares. Y de esta fructífera mancuerna chilanga-cangurística-estilística se escupe una bien lograda realidad "mágica" anclada al mundo " muggle": Adolescentes que cambian las túnicas por mezclillas holgadas y blusas vistosas que marcan- remarcan el paso a la madurez y a la concepción individual de cada escuincle mágico, liberándoles de la homogenización tan común en la infancia.

Y con ese cambio tan sútil pero vital da inicio el derrame del "jugo" humano: Los problemas de la adolescencia, el entendimiento de la orfandad y la soledad , el cuestionamiento de la propia existencia y la constante búsqueda de pertenencia, temas que se muestran y engatusan al espectador en las constantes buhardillas en las que nuestro hechicero estrella echa la mirada en numerables ocasiones (torres, puentes, campanarios, dormitorios)...que se vuelven momentos taciturnos en los que invade la melancolía propulsora del melodrama eficiente que contrasta con la siniestra fábula febril subyacente del libro, incluyendo la escabrosa rendición musical que cimenta la familiaridad mágica desde los primeros minutos con aquel verso de brebajes brujísticos de Macbeth (something wicked this way comes) entonado por el coro estudiantil , con sapos y reptiles incluidos. Y es así que la disparidad y los contrastes abundan en la película: Lo bueno y lo malo, lo mágico y lo "muggle", lo gris y lo vivaz , el miedo y la gallardía, la orfandad y la progenie, la oscuridad y la refulgencia...concepto que, como bien remarca aquel brujo barbado y longevo, líder la de la reputada escuela de hechicería: "La felicidad puede ser encontrada incluso en los momentos más oscuros , si tan sólo recordamos encender la luz..."

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