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Siempre volveré a un Viaje a la luna

Spoilers

“¿Quién determina la ciencia: el método o la vida?”

Sergio de Zubiria

La imagen más famosa de esta película continúa siendo muy bella y graciosa: una luna haciendo una mueca de dolor, porque un cohete cae sobre su ojo derecho, lastimándolo y haciéndolo sangrar. Esta es la parte que más me cautivó de Viaje a la luna, del director Georges Méliès. Una película realizada en 1902, que vi hace poco a color, gracias a su versión restaurada.

En la película los científicos son magos y uno de ellos convence a la mayoría de viajar a la Luna, para descubrir qué secretos hay allá, qué formas, qué vidas desconocidas la habitan. Este periplo se hace realidad dentro de la historia, y los magos llegan a la Luna, duermen sobre ella, sueñan en ella y la recorren: es su conquista. Allí las estrellas tienen caras humanas, y otros astros son la casa de algunas mujeres mientras en Saturno habita un anciano; vidas que aparecen fuera de las cabezas de los magos, en un momento en el que duermen, en un momento crucial en donde lo que se muestra podría ser el mundo de sus propios sueños o la ajena realidad habitando todo ese cielo encima de ellos.


Ya despiertos, luego de estar rodeados de un aura de puntitos amarillos, los magos se encuentran un paisaje demasiado nuevo, en donde un paraguas se convierte en un elemento de la Luna, entre enormes hongos rojos, entre texturas extrañas y criaturas peligrosas, que los persiguen hasta que los magos se ven obligados a volver a la Tierra nuevamente, para salvar sus propias vidas. El líder de los magos es el último de ellos en subirse al cohete, él se sujeta temeroso de una soga que está unida a la punta del cohete y, con su propio peso, jala el cohete con dirección a la Tierra, y saca a los demás magos de ahí, huyendo.


Se podría decir que las criaturas peligrosas que se encuentran en la Luna son extraterrestres, pero yo prefiero llamarlos habitantes de la Luna: metáforas de aquellos que llegan primero a vivir en un lugar y, por ello, son dueños de él. Luego de que los magos se suben en el cohete que los llevará de vuelta a casa, incluso el mago que se sujeta de la soga, uno de los habitantes de la Luna logra engancharse de la parte trasera del cohete y llega con todos los magos a la Tierra.


Entre paisajes y lugares que parecen pinturas hechas a mano por un personaje invisible detrás de la pantalla, dados los colores y la calidad restaurada de la imagen, los magos caen sobre el mar y regresan a su lugar de origen. A su regreso, reciben medallas de parte de quiénes parecen ser los dirigentes de la ciudad. Todos están muy contentos, porque los viajeros han regresado desde un lugar demasiado extraño y desconocido. Los magos triunfan, y la ciencia avanza desde lo que comenzó como un sueño, como una idea interesante gestada entre los interrogantes y las pasiones que conforman la vida y que nos hacen sentir vivos. Una vez más se confirma que a la ciencia la determina la vida, no el método.


Todos bailan, celebran con alegría la consolidación de los sueños que inevitablemente se truecan en ciencia, y a la Luna, herida y triste, no la vemos al final, pero podemos imaginarla durmiendo, descansando de la intervención humana que lastimó su ojo.

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