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De la novela al cine - Que nadie duerma (2023), la adaptación de la novela homónima de Juan José Millas

— La ficción tiene mucho que aprender de la vida real.


— Y según tú, ¿qué le diría la vida real a la ficción?


— Que no mienta.

Que nadie duerma (2023)


La adaptación cinematográfica de la novela homónima de Juan José Millás, Que nadie duerma (2023), fue una de las grandes sorpresas en la última edición de los Premios Goya. Contra todas las apuestas, su cabeza de cartel, Malena Alterio, se alzó con el Goya a Mejor Actriz Protagonista, pasando por encima de las brillantes interpretaciones de sus compañeras.


Fue sin duda una de las ediciones más reñidas que se recuerdan en los últimos tiempos. Patricia López Arnaiz llegaba a la celebración del cine español con un personaje brillante, una interpretación honesta y una mirada cargada de lucha y valentía, en su trabajo en 20.000 especies de abejas (2023). Lo hacía también Laia Acosta, en la reconocida adaptación de la novela Un amor de Sara Mesa: Un amor (2023). Fue sin embargo la consagrada Malena Alterio, proveniente de una de las familias más reconocidas en la historia del cine y el teatro español cine español, la que consiguió alzarse con el cabezón gracias a su interpretación en Que nadie duerma (2023).

Antonio Méndez Esparza y Clara Roquet, director y guionista mano a mano


La adaptación libre del reconocido escritor quedó en manos de Antonio Méndez Esparza, quien tras leer la novela, tuvo claro desde el principio que cabía un relato más allá de las letras. Para la escritura del guión, trabaja mano a mano junto a Clara Roquet, una de las guionistas más reconocidas del panorama español actual. Directora de Libertad (2021) y guionista de Creatura (2023), su último trabajo en pantalla se encamina hacia el formato de las series. Bajo el título de Las largas sombras (2024), la última apuesta de la plataforma Disney+, Roquet vuelve a enfrentarse a una adaptación de una novela, en este caso de Elia Barceló, y cuenta para encabezar el elenco con nada menos que Elena Anaya, Itziar Atienza, Marta Etura y Belén Cuesta.
«Juan José Millás fue muy generoso y nos dio total libertad. Yo me enamoré del libro, era una novela fabulosa con un personaje fantástico, con muchos matices. Había una parte que era inadaptable, pero creo que hemos respetado la esencia de la protagonista», comenta el director sobre la “libre” adaptación del texto.

Antonio Méndez Esparza, nacido en Madrid en 1976, se traslada a los Estados Unidos para realizar un máster en Bellas Artes por la Universidad de Columbia. Gran parte de su carrera la desarrolla fuera de España, y pese a que los rodajes y producciones tienen como base diferentes regiones de los Estados Unidos, jamás ha estado desconectado de la industria cinematográfica Europea. Ya con su primer largometraje, en 2012, gana el Gran Premio de la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes, a quien nombró Aquí y allá. En el año 2017, realiza su primera producción española, La vida y nada más (2017), logrando ser el primer trabajo nacional en recibir el Premio John Cassavetes en los Film Independent Spirit Awards.


Dentro de sus últimos trabajos destaca el estreno de su primer largo documental en el Festival de Cine de San Sebastián, Courtroom 3H (2020). Que nadie duerma (2023), su último y cuarto largometraje, supone la primera vez en muchas cosas. Y es que por primera vez, el director se lanza a rodar íntegramente en España, y cuenta con actores profesionales para defender su película, algo que previamente no había hecho jamás. Y es que en películas como Aquí y ahora o La vida y nada más, Esparza toma la decisión de trabajar con actores no profesionales, quizás en busca de la naturalidad y la verosimilitud tan presentes en este último trabajo.


«”Ahora van a venir estos dos y te van a vender una licencia de taxi”. Y así era, día tras día», asegura la protagonista sobre el modo de trabajar del director. «Para mí, el cine va unido a la idea de capturar la realidad de los hermanos Lumière. Si me hubieran dado más presupuesto, habría añadido dos horas más solo con Malena en el taxi, encontrándose con gente. Hay una parte de retrato contemporáneo, de documento gráfico, que me apasiona del cine».Es por eso que Que nadie duerma (2023) debe ser analizada teniendo en cuenta no solo la perspectiva del autor, también su manera de trabajar, de acercarse al guión, de rodearse con un equipo muy concreto, con el que sabe que es posible aquello que desea.


El bagaje cinematográfico propio condiciona la perspectiva que tenemos sobre una película y su reparto antes de verla. Es así como todos aquellos que en España hayamos/hayan crecido viendo a Malena Alterio en series diarias cómicas tan reconocidas como Aquí no hay quien viva, podrían a primera vista dudar de que la naturalidad fuese el matiz principal de su interpretación. Y sin embargo, con Que nadie duerma (2023) nos demuestra que no hay género que se le resista, que puede trabajar un drama contenido al mismo nivel que los ritmos de una comedia viva y picada.

Género y argumento


Este es precisamente una de las mayores incertidumbres a la hora de clasificar esta película, categorizarla en el género al que pertenece. La decisión de perseguir una naturalidad y una frescura constante que subraya su director, choca en un primer visionado con los elementos “fantásticos” y fuera de tono que a nivel argumental presenta la película. No estamos hablando de fantasía en un sentido literal, sino más bien en referencia a la extrañeza de los acontecimientos, a su plasticidad, su juego de espejos en el que no se acaba de distinguir que es lo que pertenece a la realidad y qué pertenece a la ficción.


A grandes rasgos que nadie duerma podría clasificarse como una road movie, una película de carretera​ en el que la historia se desarrolla a lo largo de un viaje. películas como Paris, Texas, Telma y Louise, o la española Vivir dos veces, se considerarían dentro del género. También como no Taxi Driver (1976), el aclamado largometraje de Scorsese, en el que un hombre que luchó en la guerra de Vietnam, decide comenzar a trabajar como taxista nocturno para combatir su insomnio y encontrar una nueva forma de vida. Algo muy similar a lo que sucede en la película de Méndez Esparza, como analizaremos más adelante.


Pero más allá de su vinculación con la carretera a nivel argumental, la película es un claro ejercicio de tragicomedia, el reflejo de una situación vital realmente crítica en un momento complejo, que la protagonista atraviesa con desparpajo y ligereza. Que nadie duerma (2023) cuenta la historia de Lucía, una mujer de mediana edad que se ve envuelta en un despido multitudinario de la empresa de clínica dental para la que lleva trabajando más de veinte años como programadora informática. Es así como, teniendo que ocuparse de los cuidados de su padre y con un pronóstico laboral complejo, decide reinventarse como conductora de taxis y empezar una nueva vida, presentándose al mundo como una mujer cuanto menos honesta, vulnerable y de gran dignidad. La carretera y las horas muertas acompañan la vorágine emocional. Los encuentros lejos de resultar tranquilizadores, se revelan cuanto menos abrumantes, con excepciones claro está.


Una de las figuras que consigue ser refugio para Lucía es precisamente el personaje de Aitana Sánchez Gijón, una productora teatral que en los pequeños trayectos logrará ser confidente de la protagonista. Pero no todo son alegrías dentro del vehículo, pues Lucía también se enfrentará a un hombre que trata de abusar de ella, a una pareja que casi parece obligarla a cometer un delito mientras le guían a zonas en las que parece nunca haber llegado un taxi, a quien fuera su jefe antes del despido improcedente, y al desaparecido vecino con quien apenas comienza a iniciar una historia de amor, deja de dar señales de vida. Es un viaje, tanto a nivel metafórico como práctico, el que realiza la protagonista desde el momento en el que decide hacerse con la licencia del vehículo.


Es en este punto donde la película conecta con la misma soledad urbana tan presente en Taxi driver (1976). «El trabajo de taxista, pensó Schrader (guionista de la película), era la metáfora perfecta para transmitir la sensación de locura provocada por la soledad, puesto que la persona que lo desempeña lleva de un lado a otro de la ciudad a decenas de personas sin llegar a establecer una relación con ninguna de ellas». Es el mismo sentimiento de soledad que comparte Lucía, en el que a pesar de cruzarse con cientos de personas semanalmente, la conexión real con el otro parece cada vez más complicada.


Uno de los grandes giros de guión se da en el momento en el que, abrumada por la música operística a todo volumen, decide subir a hacerle una pequeña visita a su desconocido vecino. El flechazo se da a primera vista y el amor surge de la manera menos esperada, tanto que no dura más de un par de encuentros, pues esa figura misteriosa que cocinaba a ritmo de Puccini y Pavarotti, desaparece de la noche a la mañana sin dejar rastro alguno. El vínculo con su vecino, un actor que se hace llamar Calaf, como el protagonista de la ópera Turandot, cambia totalmente el rumbo de la vida de Lucía.


La historia cifrada que Méndez Esparza presenta en Que nadie duerma (2023) se remonta a 1998, año en el que Puccini presenta la ópera Turandot en Pekín, tras varias décadas de prohibición por parte del Gobierno chino. La trama gira en torno a una princesa que decapita a los pretendientes incapaces de resolver tres acertijos. El aria más famosa de la ópera, ‘Nessun dorma’ (de donde procede, en parte, el título de la película), es reconocida como una de las composiciones más hermosas de la historia de la música. Tras los años de censura, la celebración de este evento fue majestuosa, tanto como se subraya en el largometraje.


A través de su vecino, Lucía conoce la historia de Turandot, y poco a poco se va identificando con la historia de la princesa, de su propia lucha contra el sistema y el desamor. La transformación sucede a nivel estético, visual y psicológico, y secuencia a secuencia la joven se va convirtiendo en una descendiente de la cultura china que representa al barrio madrileño en el que habita, Usera.


El elemento operístico condiciona el lenguaje y el código del largometraje, haciendo que la fantasía de la que hablábamos antes, se introduzca gracias al universo que la ópera abre. «Es un mundo fantástico. Un mundo en el que uno no sabe si es real, si es mentira, si es la ficción. Cuál es la ficción, la realidad…» dice Malena Alterio en una entrevista para Días de cine. La realidad se bifurca y los diversos sucesos a los que Lucía tiene que hacer frente dentro del taxi comienzan a ser cada vez más inesperados. A través de su vivencia con Calaf, la joven se introduce en este mundo nuevo, al mismo tiempo que trata de escapar de su realidad. Que nadie duerma (2023) podría precisamente analizarse como «la realidad más estricta y la fuga de esa misma realidad».
Con todos los elementos que se han analizado a nivel argumental, hay algo en el cuarto largometraje de Méndez Esparza que también tiene que ver con lo social, con la denuncia de las situaciones laborales precarias del país y con los cuidados a las personas en la tercera edad. Es quizás uno de los puntos con menos fuerza de la película, pero hay algo de todo esto que también resuena en el espectador una vez termina de verla. La crisis y la precariedad son condicionantes de la vida de Lucía, como lo es la decisión de localizar la película en el barrio de Usera, en los suburbios de una ciudad llena de prisa y modernidad como es Madrid.


Hay quienes consideran que el largometraje también tiene tintes de suspense, aunque quizás yo lo consideraría más cercano al surrealismo, a un plano fantástico y alegórico en el que puede suceder cualquier cosa. Todos estos elementos, desde la road movie que lleva a Lucía en su viaje personal, la realidad terrenal de los barrios marginales, y la tragicomedia que introduce Turandot definen y ayudan a categorizar el último trabajo de Antonio Méndez Esparza.

Detrás de los nombres


«Los títulos de todas mis películas son de alguna manera brújulas», confiesa el director en una entrevista y quizás quiera hacer referencia a la guía que marca el destino de sus protagonistas. Si bien hemos dicho que el título de esta, siendo una adaptación de la novela homónima de Juan José Millas, haría referencia por una parte a su vinculación a nivel argumental con la ópera Turandot, con el aria que Pavarotti canta. Pero también hace referencia al estado de la protagonista, a un estado de alerta, de búsqueda, de reinvención obligada, que no la deja descansar.

Estructura y composición


Desde el inicio, la utilización de la cámara se revela como un elemento ajeno a la ficción, como un elemento más de la propia elaboración y no como algo que acompaña desde la cercanía casi imperceptible a su protagonista. El nivel de tensión e intriga que marcan los créditos iniciales, rojos y de grandes visuales, trabaja junto a una música muy característica para presentar la primera secuencia. Un zoom-in muy lento y el volumen desorbitado de la melodía, hace que el diálogo de la secuencia inicial sea algo inentendible. La cámara, desde la lejanía, parece introducirse sin permiso en su vida, y hasta que no la reinvención del modo de vida, todo carece de organicidad.


A partir de aquí, el tiempo se suspende y todos los sucesos que van aconteciendo parece que pudieran suceder en cualquier orden. Las variaciones de un guión muy natural, que parte de las improvisaciones de las que hablaba Malena Alterio, componen secuencias abiertas, configurables entre sí como si de un puzzle se tratase. En estas elipsis temporales en las que Lucía va conociendo a sus clientes, hay una clara fragmentación de las secuencias, a las que se les quita «la introducción, el desarrollo o el desenlace para descontextualizar a un espectador dominado por la inminente sensación de peligro».


La película ya está disponible en Amazon Prime.

Nahia Sillero.

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