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Placer de repetición. Cine por segunda vez (o tercera)

Fotograma de la película Perfect days de Wim Wenders (2023)

Me sorprendo bastante cuando –muy de tanto en tanto, es cierto– me encuentro con personas que dicen no ver películas por segunda vez.

¿Cómo alguien podría sustraer para sí el placer de volver a ver una película que le gustó mucho? Más bien ¿qué ocurre o tiene que ocurrir para que alguien no sienta deseo (si no necesidad) de ver una película que amó por segunda vez? ¿Qué ocurre si no se produce ese deseo?

Una amiga pertenece a este “grupo”, y argumenta: “Tengo tantas películas por ver que siempre prefiero ver algo nuevo –pendiente– antes que volver a ver algo que ya vi. Y como la lista de películas “por ver” es, por definición, inacabable, entonces nunca veo una película por segunda vez”. El argumento funciona, es casi irrebatible, pero sospecho que no todo el mundo es tan analítico como mi amiga.

¿Se divide el mundo entre personas que vuelven a ver películas ya vistas y las que no?

Para mí es algo de lo más extraño, pero quizás es más común de lo que me parece.

¿Qué opinan ustedes? ¿Son de ver por segunda (o tercera o cuarta) vez muchas películas? ¿O solo algunas, las más apreciadas?

Yo no. Yo soy de volver a ver casi todo, y las películas que más me gustan las puedo ver un número indeterminado de veces. Así, en mi adolescencia vi infinitas veces El gran Lebowsky (The big Lebowski, 1998), la película que indudablemente más he visto en la vida (fácil cerca de 100 veces). Pero es un caso que excede lo “normal”. Por supuesto me sé muchos de sus parlamentos de memoria, su soundtrack también permanece grabado en mi cerebro, etc. Pero también, como por un efecto de “rebote”, es el motivo de que haya visto muchas veces Fargo (1997), Barton Fink (1991) y casi todas las de los Cohen. Creo que no hay película de ellos que NO haya visto por lo menos dos veces.

Esto último me hace pensar: es muy probable que, de mis directores favoritos, todo lo haya visto más de una vez.

De Casavettes por ejemplo. Todo lo he visto dos veces. ¡Dos al menos! Y eso me hace pensar ahora: ¿No es maravilloso volver a ver una película como A woman under the influence (1974) o Shadows (1959) o Faces (1968) (o Love Streams (1984) o …) ¡en el cine!? ¡Ese sí es placer! Porque, digámoslo: una cosa es ver por segunda vez una película que amamos, pero otra muy distinta es volver a verla en un cine. Es la magia de los ciclos de cine, supongo, en los que puede ocurrir que veamos estrenos, pero me juego a que en la mayoría de las veces volvemos a ver películas que amamos. Ahhh, la reproductibilidad técnica. De otro modo ¿cómo serían posible los clásicos?

La contraparte de lo anterior es cuando enganchamos una película ya vista en la TV o en el cable (¿o debería hablar en pasado, ¿sigue ocurriendo esto?) ¡Qué maravilla! No tiene nada que ver con lo anterior, pero igualmente tiene un sabor delicioso y el placer único de la serendipia televisiva. En esos casos no importa que la película haya empezado (al menos para mí, pero ¿ustedes qué opinan?): es un regalo precioso de aquellos anónimos demiurgos, esos programadores que espero que todavía existan.

Gena Rowlands en A woman under the influence de John Casavettes (1974). Detalle.

El desafío de todo esto –pienso ahora que termino de escribir esta breve nota– es la tarea de confeccionar la lista imaginaria o mental de las películas que hemos visto recientemente y que volveremos a ver. Porque sin duda volveremos a verlas. Aunque no sepamos bien cuándo ocurra eso. Como ya dije, soy casi un obsesivo de las “segundas veces” (y de las terceras, cuartas… también) así que, básicamente, casi todas las películas que veo caen en mi lista. ¿Quizás el suspense pierde un poco su potencia al volver a verlo? Tal vez, pero no necesariamente. Pienso en esto porque una película que de seguro veré de nuevo (y pronto) es As bestas (2022) de Rodrigo Sorogoyen, una película bella y terrible, con una tensión dramática como pocas. En esta lista también está Perfect days (2023) de Wim Wenders, por una razón muy particular que emana de la misma película: para (volver a) paladear ese “tiempo del cine”, ese lapso temporal que cedemos y empleamos en borrarnos mirando a los fantasmas de la pantalla, un poco como el protagonista miraba las copas de los árboles, y también sus sueños.

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