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“El sabor de la vida” – Armonía y sensibilidad entre sabrosos platillos

Hay dos cosas que ocurren inmediatamente después de salir de ver El sabor de la vida, nuevo trabajo del vietnamita Tran Anh Hung: querer parar en cualquier lugar en donde vendan comida para tratar de saborear algo de lo que se ve en pantalla, y querer saber más sobre la figura central de la cinta, el cocinero Dodin Bouffant. Ambas encierran una triste verdad de fondo: en el primer caso, difícilmente encontremos un lugar en donde la comida sea tan exquisita como lo que nos muestra el director; en el segundo, Bouffant es un personaje ficticio que, para redondear el desengaño, ni siquiera tiene en su origen las caracteristas que lo hacen tan entrañable en su encarnación cinematográfica.

Ambientada a fines del siglo 19 y partiendo ligeramente de la novela de Marcel Rouff La vida y la pasión de Dodin Bouffant, la cual está también ligeramente basada en la vida de Anthelme Brillat-Savarin, gran interesado en la gastronomía, la cinta nos muestra el día a día de Bouffant junto a la cocinera Eugénie, quien posee el mismo talento en la cocina. Luego de muchos años compartiendo la misma casa, rutina y profesión, el vínculo laboral dio paso a una relación de amantes, pero mientras él insiste en la idea de casarse, ella prefiere mantener la relación en los mismos términos. Sin renunciar a su idea, Dodin apuesta a lo que mejor sabe para lograr su objetivo y hacerla cambiar de opinión, aunque la vida les tiene preparada una amarga sorpresa que afectará repentinamente sus planes, obligando a ambos a replantearse lo que quieren hacer con su futuro.

El cine y la gastronomía han tenido en el pasado varios acercamientos, siendo uno de los más prestigiosos La fiesta de Babette, exitosa cinta danesa de Gabriel Axel que ganó el Oscar a Mejor película extranjera, y varía en calidad y forma, yendo desde la aventura animada de Ratatouille hasta la comedia pasatista y efectiva Chef, con y de Jon Favreau. Sin embargo, ya esos tres ejemplos, tan salvajemente distintos, se caracterizan por dos cosas en común: el lugar central en el que ponen a la gastronomía (que no es, en este caso, solo la comida) y el respeto que sienten por el arte de cocinar, mostrándolo no como una acción diaria sino como un evento, un ritual que se debe respetar.

También ahondan en el valor expresivo de la gastronomía, vertiente a la que El sabor de la vida se aboga en cuerpo y alma: si en La fiesta… la comida era tanto un agradecimiento a la comunidad como una oda de amor cristiano, aquí ejerce como una hermosa declaración de amor de pareja, logrando con la situación central del film, una intimista cena en la que Dodin cocina para Eugénie, una de las escenas más románticas que se han visto en el cine reciente. Los platos y las decisiones detrás de ellos forman parte de un delicado lenguaje que el film enseña a su público desde su primera escena, que como no puede ser de otra manera, es un generoso almuerzo: el nivel de detalle que pone la mirada del director en la preparación de la comida, filmando con dinamismo cada pequeña acción que ocurre en la cocina de los protagonistas (escenario clave en donde transcurre la mayor parte de la acción) marca el paso del ritmo y el foco de la cinta además de mostrarnos la importancia, tanto social como discursiva, de la comida en sus vidas; no por nada luego de esa misma comida Eugénie afirma que no necesita estar en la mesa ya que dialoga a través de sus platos.

Y ese lenguaje entre el espectador y la cinta, por medio de la comida, es el que permite que la narración se pueda detener en esos detalles ya que, a través de ellos, se advierten los matices que construyen las personalidades de los personajes, creando así una historia de enorme sobriedad que, a través de cada plato, va ofreciendo información de forma indirecta sobre las formas de ser de los personajes y el orgullo personal que sienten ante su labor y el tiempo que comparten juntos.

Es entre esos momentos que se divisa un aspecto clave de la película: lo que ha logrado el director, con su virtuosismo visual y a través de sus personajes, es no solo una delicada historia de amor maduro sino también un canto al respeto: hacia el trabajo, hacia la comida, hacia la labor de los demás, hacia la vida y hacia los seres que nos acompañan en el camino. Nuevamente se utiliza a la gastronomía (a esta altura, un personaje más, tan importante como los dos protagonistas) para develar el mundo interior de los personajes: El sabor de la vida muestra un profundo respeto hacia los platos que cocinan, y a partir de ahí se advierte el amor de los cocineros hacia los comensales, a la vez que su paz interior cuando hacen lo que aman y logran transmitirlo a los otros, sobre todo a la hora de enseñarle a alguien más.

La película está protagonizada por Juliette Binoche y Benoit Magimel, quienes traen a la mesa la calidad que los caracteriza. Desde el lado de ella, el misterio que advirtió Kieslowski cuando la definió luego del rodaje de ‘Tres colores - azul’: la capacidad para transmitir los pesares de su personaje a pesar de una apariencia radiante y, en muchos momentos, distante. Su Eugénie llena la pantalla de calidez en todo momento, incluso cuando la trama la lleva a transitar diversas adversidades que alimentan el drama central de la cinta. Y desde el lado de él, un carisma arrollador que potencia su fuerte presencia escénica, la que complementa con una inesperada faceta tierna que explota en los delicados momentos finales.

Anh Hung, un realizador siempre preocupado por la estética de sus películas, imprime a partir de su puesta en escena un estilo sofisticado y que se queda en un punto medio entre lo naturalista y lo profundamente calculado, apostando por un look en apariencia sencillo (montaje discreto, sonido ambiente durante toda la narración) que tiene, de todas formas, elementos artificiales que potencian el lenguaje visual de la cinta, como el trabajo de iluminación que ayuda a componer las tomas más expresivas y bellas del metraje. Y redondea el muy buen nivel un libreto – también cortesía de Anh Hung – que delicadamente construye, en cada intercambio entre los personajes, esa filosofía hacia la vida que se apoya en el amor y el respeto hacia el otro, teniendo como mayor ejemplo de sus intenciones y resultados un intercambio clave (que figura en los últimos segundos del trailer) que, incluso siendo ejecutado de la misma forma sutil que todo el resto de la película, se vale de detalles sencillos para diseccionar a sus protagonistas de forma contundente: la protagonista le pregunta al chef si él la ve como su esposa o su cocinera, pregunta que ella define como fundamental para su vida. La respuesta del hombre es una afirmación hacia los principios que unen a ambos personajes y los hacen indispensables para el otro; una relación amorosa – y culinaria – basada enteramente en el reconocimiento mutuo, el amor hacia lo que hacen, la dignidad y la admiración hacia sus resultados.

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