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Breve comentario a la película “Paranoid Park” (2007)

“Estoy mezclando el orden al escribir. Lo siento, pero no soy bueno en redacción, con estas palabras “pensadas” por el protagonista Alex Tremain (Gabe Nevins), se anuncia lo que bien podría catalogarse como una oda a la juventud, a esta etapa conflictiva a la que conocemos como Adolescencia. Y no es para menos, pues la mayoría de adolescentes, al igual que Alex, a menudo no saben qué expresar, por donde empezar o simplemente cómo sacar todo lo que llevan dentro.

De esta manera, y sin descuidar por un solo instante la complejidad e indecisión del adolescente, el reconocido director norteamericano Gus Van Sant nos ofrece la película número 20 de su filmografía personal, la cual se presenta como una apuesta muy experimental de montaje e intercambio de formatos de cinta (alternando entre 35 mm, digital y Super 8), atravesada por cerca de 20 fragmentos de música incidental que abarcan géneros tan diferentes pero importantes como blues, soul, electrónica, hip-hop, punk y hasta clásica, sin olvidar las magníficas piezas retomadas del soundtrack de la película “Julieta de los Espíritus” del cineasta italiano y maestro de todos los tiempos, Federico Fellini.

Pero la cuota experimental no se detiene en el magnífico montaje del film, pues cuestiona los métodos clásicos de alternancia de cámara durante los diálogos entre dos personajes, y los mecanismos tradicionales de elaboración del casting, al hacerlo por vez primera a través de la página web myspace.com, contratando a actores no profesionales y, en la mayoría de casos, sin ningún tipo de experiencia en teatro, cine o televisión. Todo ello, sencillamente da cuenta de la importancia que Van Sant le atribuye a los medios de comunicación, integración y expresión del joven contemporáneo.

Paranoid Park, desarrollada y filmada en Portland (Oregon, EE.UU.) nos aproxima al mundo de un adolescente de clase media, amante del skateboarding y de clara apatía política, que empieza a desenvolverse en medio de una familia descompuesta, de padres separados, retratando así una situación muy común en los EE.UU. Alex Tremain simboliza o representa al joven en estado de confusión, que prefiere la compañía de amigos (o incluso desconocidos que compartan su afición) tratando de eludir su realidad familiar.

Pero esta película, galardonada con el Premio del Jurado en el Festival de Cannes (2007) y sobre la cual expertos han dicho que es una “Proeza visual irrepetible. Un ejercicio depurado e impresionante” e incluso que: “Hablar de perfección es quedarse corto”, nos acerca también a la noción del devenir, del cambio impredecible o, lo que viene a ser lo mismo, el futuro incierto en el que se ve ineludiblemente envuelta la vida adolescente.

Similar al impacto provocado por el asesinato descrito en el Extranjero de Albert Camus, el homicidio ejecutado accidentalmente por Alex Tremain corta en dos momentos al film del director de Elephant y Last Days. No en vano, Van Sant reserva para la creación de la atmósfera precisa la Sinfonía No. 9 en D menor, Op. 125 del monumental compositor alemán Ludwig Van Beethoven, cargada de misterio, fuerza y tremenda agitación.

Finalmente, y por petición de su amiga Macy, Alex Tremain decide narrar la historia del inusual y trágico accidente. Valiéndose de lápiz y papel construye lo que viene a ser el guión de esta majestuosa película, el cual desemboca en el destino ideal de todo escrito… consumido en las llamas. O, por lo menos, esto es lo que aconsejaría Franz Kafka, o lo que solicitara en vida uno de los poetas más grandes de Francia y todos los tiempos, Arthur Rimbaud: que sus propios escritos dieran a parar al fuego. Al ver quemar el escrito y escuchar de forma simultánea una de las canciones más sentimentales del film, “Angeles” de Elliot Smith, sólo resta la conmoción y, por qué no, un par de lágrimas.

Autor: Sandro A. Díaz Boada

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