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La atemporalidad de La Princesa Mononoke, de Hayao Miyazaki

Spoilers

¿A qué nos referimos cuando decimos que una película es “atemporal”? ¿Qué es lo que nos hace revisitar una cinta una y otra y otra vez, sin importar el paso de los años? Si bien creo que la respuesta a estas preguntas es extremadamente personal y subjetiva, considero que la atemporalidad es una consecuencia de la capacidad de un autor de plasmar en su obra temáticas tan intrínsecamente humanas que siempre resonarán con las personas, sin importar la época, acompañadas de una estética capaz de sentirse fresca y única tras el paso de los años.


La Princesa Mononoke (1997), película del cineasta japonés Hayao Miyazaki, es una obra ambientalista y antibelicista, situada en el Japón feudal del período Muromachi, en donde seguimos el viaje de Ashitaka, un joven príncipe de una nación en decadencia, en su búsqueda por salvar su vida y encontrar el origen de los males que llegaron a su aldea.


¿Qué es lo que me trae una y otra vez a esta película? Bueno, por supuesto que la belleza visual y sonora es una buen motivo para regresar a este mundo fantástico; la magnitud de sensaciones de asombro e incredulidad que me genera a partes iguales es algo que pocas veces he experimentado en mi vida, podría detenerla en cualquier momento aleatorio y estoy seguro de que tendría ante mí una pintura digna de ser expuesta en un museo, y si a esto le sumamos las majestuosas composiciones del maestro Joe Hisaishi, nos encontramos ante lo que yo considero es una descarga sensorial sin precedentes, capaz de conmover a cualquiera, sin importar su edad o lugar de origen.


Pero lo que constantemente me lleva de vuelta a La Princesa Mononoke va más allá de lo estético. Nos encontramos ante una película profunda, temáticamente rica, llena de capas de análisis que dan espacio a una cantidad infinita de discusiones y reflexiones sobre la contaminación y destrucción del medio ambiente, la búsqueda incesante del ser humano por encontrar un equilibrio con su entorno, y el demonio de la guerra, la codicia y el odio; si hay algo que destaca a esta obra es su particular forma de abordar temáticas tan presentes en la historia de la humanidad, con mucha calidez, sutileza, sensibilidad, espiritualidad, y por encima de todo, respeto hacia los seres vivos que habitan en nuestro mundo.


Si hay algo que aprecio mucho de esta cinta es la forma tan cruda, y a la vez tan conmovedora, de retratar la muerte de la tradición y la cultura, reflejada en la decadente tribu de los Emishi, contrastando su equilibrado y espiritual modo de vida con la industrializada Ciudad de Hierro, y la contaminación y destrucción del bosque causada por sus habitantes. Sin embargo, aún en este sitio tan gris y aparentemente violento y desconectado de su entorno, encontramos enormes muestras de bondad, amor y empatía, ejemplificada perfectamente en casos como el de las prostitutas compradas y liberadas por Lady Eboshi, a quienes les dio trabajo en su forja; de esta forma, Miyazaki nos recuerda constantemente que aun en la maldad hay bondad, y que la realidad es más compleja que una simple lucha de buenos contra malos.


Para mí, esta película es un constante recordatorio de que, a pesar de nuestras aparentemente irresolubles diferencias, siempre hay luz en la oscuridad, bondad y empatía en la maldad, y siempre habrá una manera de entendernos, y de encontrar el equilibrio con nuestro entorno. La Princesa Mononoke es, por encima de todo, una historia con un mensaje fuerte y realista, que refleja crudamente nuestra realidad tan caótica y en constante conflicto, pero que encuentra la manera de ser un faro que ilumina mi porvenir y me da esperanzas para dirigirme hacia un mejor futuro. Es una tesis aparentemente simple, pero extremadamente difícil en la práctica, que resuena mucho con la serie de conflictos que nuestro mundo está viviendo en estos momentos: “Ver con ojos libres de odio”.

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