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Volver a ver: Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez...primavera.

Si pensamos en películas para ver nuevamente hay una amplia selección, porque con el paso de los años y nuestras propias experiencias, las películas adquieren nuevas capas de significado y revelan otras profundidades. Contrario a lo que podría pensarse, ver una película otra vez es como ver una nueva película.

El caso de Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera, del director Kim Ki Duk del año 2003 y ganadora del Oso de Oro en el festival de Berlín en el 2004, es un digno representante que mencionar.

Tanto la primera como la segunda vez que la vi quedé profundamente conmovida con las hermosas imágenes de la película, su ritmo y su simpleza. Fue la segunda vez que en otra etapa me ayudó a recordar cosas, que a veces, se pierden en el transcurso de la vida, como la misma película lo cuenta:

La historia comienza cuando un niño es abandonado en la puerta de un monasterio flotante, aislado en medio de un lago junto a las montañas, y es acogido por el único monje que habita el lugar. Así se establece una relación de maestro y aprendiz, donde el monje le enseña al niño el respeto por la vida en todas sus formas, sin privarlo de experimentarla por sí mismo. El tiempo en la película pasa según las estaciones del año en ciclos que comprometen las edades del joven huérfano transcurriendo desde la infancia juguetona e inocente a la juventud y luego la adultez, acompañado por simbolismos budistas y también por la compañía de algunos animales que se sitúan según el ciclo que nos revela la etapa de desarrollo y vinculación con lo interno y externo de los personajes.

Es en la juventud donde llega al monasterio una mujer con su hija en busca de una cura para una extraña enfermedad, que más bien parece abulia, y comienza entonces un nuevo ciclo en la vida de este hombre que va alejándose lentamente de las enseñanzas de su maestro, para ir a recorrerla vida como se le plazca.

Las cosas caerán por su propio peso y las fuerzas de la naturaleza humana lo llevarán lejos de ese lugar aislado en las montañas donde los colores de las estaciones del año marcan la estética en el paisaje, para encontrar un destino cruel y evitable.

La película es una analogía a la vida y sus etapas hasta la muerte, a la ceguera de los impulsos y las pasiones sin control. Es una oda a la disciplina y al equilibrio de las cosas, así como volver a poner en el lugar que corresponde aquello que se ha perturbado, roto o movido: La redención.

Cada uno de esos gestos es un gran esfuerzo en uno mismo e implica someternos a la irrestricta capacidad de ordenar nuestra mente y con ello controlar nuestra naturaleza, para que no sea el destino el que mueva los hilos de la vida, sino nuestra propia capacidad, es así como ni un monje asceta está exento de los avatares de la existencia, también nos señala que podemos elegir el lugar donde queremos estar cuando tomamos consciencia de ello.

Kim Ki Duk es director y actor de la película y al elenco no se le dio más que instrucciones para sus actuaciones, no hubo guión. Así también el monasterio fue construido por el propio director en un lago de Corea del sur.

La película nos presenta finalmente el invierno, esa estación del año dura y silenciosa, que es quizás, en el mensaje oriental que recoge el film, el momento donde nuestras capacidades más íntimas se ponen a prueba para resarcir aquello que no estuvo bien, es una invitación a la profundidad.

Y como el título lo dice, después de cumplido muchos ciclos, todo vuelve a empezar. En resumen, "Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera" es una película que merece ser revisitada, no solo por su mensaje, sino también por su hermosa estética y su profundo impacto emocional.

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