Maestro y autor: acerca de John Carpenter

¿Existen todavía realizadores capaces de contrabandear ideas, en películas industriales y de género? Cada quien piense en quien desee. Yo extraño a John Carpenter.

John Carpenter (1948) es uno de los más importantes directores de la historia del cine. Desde su primer film -Dark Star (1974)- la relación con la crítica fue pendular, rara; él lo señala con claridad: “Depende del país. En Francia soy un auteur. En Inglaterra soy un director de películas de terror. En Alemania soy un director de cine. En los Estados Unidos soy un don nadie”.

Si recordamos casos similares, hasta Alfred Hitchcock fue menospreciado: Psicosis (Psycho, 1960) no encontró financiamiento; y el maestro supo también ser calificado como una especie de entertainer. La tarea crítica -posterior y francesa- se encargó de enarbolar sus méritos autorales: mientras el apodo “Hitch” sintetizaba en Estados Unidos al inmenso director inglés, François Truffaut prefería decirle “Monsieur Hitchcock”.

El caso de John Carpenter sería un poco el mismo: luego de homenajear a su idolatrada Río Bravo (1959) -de su idolatrado Howard Hawks- en Asalto al Precinto 13 (Assault on Precinct 13, 1976), Carpenter acierta la taquilla con Noche de brujas (Halloween, 1978) e inaugura, como saben hacerlo los maestros (sin premeditar, sino haciendo), la larga tradición del asesino serial y el slasher. Entre estos dos films -gigantes y de presupuestos pequeños- Carpenter ya cimenta un talento narrativo, de temática acerada (1): héroe o heroína, forzados por las circunstancias, deberán hacer lo que hacen para no solo restituir cierta calma a su alrededor, sino para definirse ellos mismos. La cuestión es así de existencial. El entorno amenazante, que rodea a los protagonistas de Asalto al Precinto 13, bien puede sintetizarse en la figura ominosa de Michael Myers. O en los peligros que circundan a los protagonistas de La niebla (The Fog, 1979) y El príncipe de las tinieblas (Prince of Darkness, 1987).

Carpenter dixit: “Mi único criterio cuando trabajo bajo contrato es conseguir el control creativo del film (…) y me dejarían el control solo si se hace muy barato”. El cine de Carpenter, marginal, escapa a los presupuestos disparatados y, cuando puede, se burla de ellos (como es el caso de Fuga de Los Angeles -Escape from L.A., 1996-). Su hastío frente a los grandes estudios se evidencia tras sus disgustos de rodaje en Rescate en el Barrio Chino (Big Trouble in Little China, 1986) y en la constante búsqueda de una mayor independencia creativa. Una de sus pequeñas y mayores películas es ¡Sobreviven! (They Live!, 1988), donde da rienda suelta a su radiante anarquismo: una invasión extraterrestre domina a la humanidad (¿o a Estados Unidos?) desde hace tiempo y permanece oculta bajo rostros aristócratas y burgueses; mientras, la publicidad esconde de manera subliminal sus órdenes precisas: Obedezca, Consuma, Sométase, Mire TV (2).

Dixit 2: Kurt [Russell] me cae muy bien. Podemos hablar de chicas y de deportes (…) resulta muy fácil de dirigir. Kurt siempre parece saber qué quiero”. Las colaboraciones con su actor fetiche son cinco: Elvis. El rey está vivo (Elvis, telefilm de 1979), Escape de Nueva York (Escape from New York, 1981), El enigma de otro mundo (The Thing, 1982), Rescate en el Barrio Chino y Fuga de Los Angeles. “Snake” Plissken, el personaje emblema de Russell/Carpenter (en Escape de Nueva York y Fuga de Los Angeles) se constituye como el modelo del (anti)héroe carpentiano: solitario, rebelde y, claro, anarquista. El guion pergeñado por Carpenter -en 1974- acerca del convicto forzado a liberar al presidente norteamericano, de la isla prisión en la que se convierte la Nueva York de 1997, solo pudo rodarse en los años ’80; sus burlas al mandatario lo hacían intolerable para los productores. Pero la pesadilla mayor para el realizador fue su remake de El enigma de otro mundo (The Thing, 1951, Christian Nyby, Howard Hawks): la tortuosa experiencia de un contacto extraterrestre, que dinamita la confianza de un grupo humano varado en el ártico, no interesó al público, sumido en la “explosión de amor” (dixit 3) que fomentó E.T. El Extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982) de Steven Spielberg.

Dixit 4: [Dirigir] no se trata de una sola cosa. No es solo un plano de seguimiento o solo los objetivos, o la iluminación, o la música… Es como un matrimonio de todas esas cosas”. Luego de mirar con crítica bufona y no menos cáustica -pocas películas se atrevieron a hacerlo, y todavía es así- a la Iglesia Católica en Vampiros (Vampires, 1998), con un Jack Crow extraordinariamente interpretado por James Woods (¡¿por qué no filmaron más películas juntos?!), Carpenter visitó el planeta rojo con Fantasmas de Marte (Ghosts of Mars, 2001). En su argumento, el film retoma las premisas de sus anteriores trabajos: en el año 2176, los terrestres explotan la superficie marciana mientras viven asentados en colonias, hasta que espíritus antepasados del mismo planeta invaden sus cuerpos e inician una revuelta. Para detener a los fantasmas, la teniente de policía Melanie Ballard (Natasha Henstridge) se verá obligada a unir fuerzas con el criminal “Desolation” Williams (Ice Cube). Dixit 5: “Marte es una fuerza poderosa dentro de los asuntos humanos. Siempre lo ha sido. Es el dios de la guerra, el dios del amor. Marte es el color rojo”.

Hubo un film más, Atrapada (The Ward, 2010) -que en su momento devolvió el nombre de Carpenter a la gran pantalla, algo celebrado por todo cinéfilo-, con psiquiátrico y fantasma, una situación de algún modo recurrente en su cine, que conoce un ejemplo por lo menos magistral: En la boca del miedo (In the Mouth of Madness, 1994) no esconde sus influencias lovecraftianas, y aun cuando no esté basada en ninguno de sus relatos, se vuelve una de las mejores obras dentro de la progenie fílmica inspirada por el escritor de Providence.

Más allá de que el nombre de John Carpenter sea el que bautice a la serie Suburban Screams (2023), en donde también participa, es su tarea en otra serie, anterior, Masters of Horror (2005-2006), la que realmente vale lo suyo; concretamente, el episodio Cigarette Burns (T01-E08), que podría ser entendido como la radiografía que el propio Carpenter practica sobre sí mismo en su amor por el cine; en este caso, a partir de una película maldita que enloquece a quien se atreve a verla. Dejar las tripas en el proyector, tal como le sucede a Udo Kier, es una de las imágenes más fuertes por conmovedoras, en su acto de ofrenda, que un realizador la ha obsequiado al cine.

El western, el terror, la ciencia-ficción; todo teñido de una mirada crítica, lúdica, de lucidez inclaudicable. Todas variables que rebotan entre sí, pero solo cuando se invoca el nombre que corresponde.

John Carpenter, maestro maldito.

Notas:

(1) Lo que se suma a la banda musical que realiza para cada una de sus películas: de corte minimalista, y que oscila entre el blues y el rock.

(2) Según Fernando M. Peña: “(…) disfrazado de Ken Loach, Carpenter registra largas colas de desempleados, tiendas de lona y nylon habitadas por homeless, ollas populares, gente que se cubre precariamente de la lluvia con cajas de cartón” (Revista Film #14, jun/jul 1995, p.34).

Leandro Arteaga

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