Comidas temibles | The Stuff (Larry Cohen, 1985)

El acuerdo entre el escritor y director Larry Cohen y la productora New World Ltd., fundada por el gran Roger Corman y su hermano Gene en 1970, era hacer una película “a lo Cohen”. A inicios de los ‘80, eso significaba un blockbuster de horror, quizás con elementos fantásticos y del policial. Un film impactante con una trama lo suficientemente buena para mantener pendiente al público, ni más ni menos.

Cohen había forjado su reputación en la desaforada década del ‘70, siempre en el ámbito del cine independiente y de bajo presupuesto. Primero con títulos del luego llamado blaxploitation, como Bone (1972) y Hell Up In Harlem (1973). Y más tarde con distintas variables del horror film, uno de los géneros más taquilleros de la década que estaba por llegar: It’s Alive (1974) y su secuela, It’s Live Again (1978), God Told Me To (1976) y Q. The Winged Serpent (1982), todas historias inquietantes con elementos de ciencia ficción y efectos especiales ingeniosos. Perfect Strangers y Special Effects, de ambas de 1984, mostraron que Cohen también podía abordar con toda suficiencia el thriller y el policial.

En ese mismo 1984, Cohen y New World empezaron a trabajar en The Stuff, un nuevo título de horror a estrenarse el año siguiente. El guión, como siempre en las películas de Larry Cohen, corría por cuenta de él mismo y partía de una observación bastante evidente en los Estados Unidos de comienzos de los ‘80: el hiperconsumismo relajado e irreflexivo de la era marcada por la llegada el poder del ex actor y ahora presidente republicano Ronald Reagan. Según comentaría más tarde, a Cohen le llamaba particularmente la atención el mercado alimenticio, y la forma en que la comida se había convertido en un producto más del fetichismo capitalista, además de una álgida arena de competencia exacerbada y espionaje empresarial.

Es decir cómo la comida tenía menos que ver con una cuestión de salud y alimentación que con la industria del entretenimiento y la publicidad, algo que en el mundo de hoy damos por hecho pero que en aquella década de avance neoliberal era una novedad que venía a sacar a los alimentos del espectro aburrido de los productos del mercado. El ejemplo más obvio fue la expansión del modelo de las cadenas de comidas rápidas, todo un símbolo del libre mercado estadounidense en el marco de la entonces candente Guerra Fría. A Cohen le interesaba la contradicción entre el atractivo de esos productos alimenticios, de entrega rápida, colores llamativos y sabores estandarizados, y sus cualidades naturales. Estaba al tanto que detrás de la promoción publicitaria aparecían noticias y declaraciones científicas que advertían sobre los efectos negativos que la ingesta continua de la comida hiper procesada causaba en la población.

Esa fue la idea central sobre la que se montó la película. Y que se completaría con los aspectos por los cuales Cohen era conocido: el horror, la fantasía algo bizarra, y el policial. Así, The Stuff quedó planteada como la historia de un postre helado irresistible, creado a partir de una sustancia extraña descubierta en una cantera en Alaska (el comienzo tiene llamativas similitudes con The Thing, la exitosa remake de The Thing From Another World, firmada por John Carpenter en 1982). Antes de ser debidamente analizada, la sustancia empieza a ser envasada y comercializada como un sustituto del helado y el yogurt, con propiedades beneficiosas para la salud pero que genera dependencia en quienes la ingieren, al punto de sustituir cualquier otro alimento. Un niño descubre que las cualidades especiales del postre se deben a que la sustancia con que se produce en realidad está viva, y usa a sus consumidores como huéspedes en su plan de colonizar los cuerpos humanos y dominar el mundo. Para cuando las autoridades decidan escuchar las advertencias del niño, la sustancia ya habrá convertido a buena parte de sus consumidores en zombies, inundando las ciudades con su textura blancuzca e imposible de controlar.

Todo el avance de la sustancia sobre la humanidad, que da lugar a las escenas de horror más vívidas de la película, con impactantes secuencias de gore blanco, tiene un trasfondo. Y es el aspecto más contestatario y quizás menos resaltado de The Stuff y de muchas películas similares de los ‘80: una radical crítica a la avaricia sin control del capitalismo en su etapa neoliberal. Aunque la sustancia pareciera perseguir objetivos de destrucción y aniquilamiento en su psiquis extraterrestre, los verdaderos villanos del film de Cohen son los empresarios y publicistas confabulados (y a la vez enfrentados en una guerra de espionaje empresarial sin cuartel) para enriquecerse vendiendo un producto que, saben muy bien, es dañino para la salud de sus clientes. La comercialización de un producto así es una estafa y a la vez un crimen contra la salud de la población. Sin embargo, esa mirada crítica sobre el trasfondo de las cosas tal como se las presenta desde el poder al común de la población no era novedad en Cohen, que en 1977 había escrito y filmado un precedente de esta faceta de thriller corporativo en The Stuff: The Private Files of J. Edgar Hoover, una drama biográfico sobre el fundador y presidente hasta su muerte del FBI, Edgar Hoover.

El segundo rasgo desatendido de Cohen como realizador impregna todo el metraje de The Stuff, y es el humor. Ya desde sus primeras películas de blaxploitation, en su cine conviven los trágico y lo cómico como lo hacen en The Stuff: tanto la recreación de la estética de la publicidad televisiva, como las escenas de frenesí consumista, donde los compradores aparecen como adictos desesperados, son pasos de pura comedia. Y también lo son muchas de las escenas de horror, donde el impacto de los cuerpos que se deshacen en una sustancia blanca producen una mezcla de impresión, asco y risas en simultáneo.

Finalmente, este aspecto de The Stuff sentaría diferencias entre Cohen y la productora New World. Después de unos pocos meses de rodaje entre agosto y septiembre de 1984. Más una posproducción que tomó los primeros meses de 1985, la película estuvo lista para inicios de abril. New World tuvo algunas objeciones sobre el corte del director, y pidió suprimir algunas escenas para que la acción se desarrollara más rápido, algo que disgustó a Cohen en el momento pero que, tiempo más tarde, aceptaría como cambios beneficiosos. Lo que no era solucionable fácilmente era el tono general de la película, que estaba más cerca de la sátira y la comedia que del horror que planteado originalmente, y que era el concepto con que se promocionó y distribuyó la cinta.

Años más tarde, Larry Cohen revelaría que The Stuff “tenía más aspectos cómicos de los que los ejecutivos [de New World] quizás esperaban”. “Pensaron que iban a obtener una película de terror absoluta con mucha sangre y sustos, e hicimos una película que era más satírica y tenía mucho humor y comentarios. En muchos casos interpretamos a los personajes para reírnos y eso diluyó en gran medida el elemento de terror. Hizo que The Stuff fuera más lo que yo consideraría ‘Una película de Larry Cohen’, pero menos una película de terror comercial convencional”.

El día siguiente al estreno en Nueva York, los diarios no se distribuyeron por una tormenta inaudita, y las muchas buenas críticas que recibió The Stuff no llegaron a los lectores. En ese verano de 1985, luego de un buen rendimiento en la taquilla que se consideró insuficiente para las expectativas de la productora, The Stuff se distribuyó en formatos VHS y Betamax, donde tendría un recorrido más largo y encontraría a nuevos espectadores, que lentamente fueron dándole su merecido reconocimiento debajo del radar de la historia grande del cine de los ‘80 y la convirtieron en una película de culto. “Creo que New World estaba decepcionado de que The Stuff no fuera más horrible y desagradable, más bien una película de monstruos”, admitió Larry Cohen, que falleció en 2014. “Sabía incluso antes de que la película llegara a los cines, The Stuff atraería a una audiencia diferente a la que estábamos tratando de conseguir”.

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