Hablar de cine de animación es hablar de Jan Svankmajer. Si bien la primera imagen que aparece en nuestra memoria puede tener su origen en el mundo de Disney, el trabajo realizado por el artista checo logra ubicarse por encima de cualquiera de las producciones más conocidas o comerciales. Sus propuestas innovadoras, su carácter multifacético y su constante experimentación surrealista lo convierten en uno de los grandes referentes en la historia del stop-motion. Además de sus trabajos como cineasta y animador, se dedicó al dibujo, la pintura, la escultura y la poesía. La inmensidad de su capacidad creativa aparece en cada uno de sus films en los que combina, como si de un collage audiovisual se tratara, técnicas de animación que implican el uso de muñecos, máquinas, objetos y figuras de arcilla con actores reales. Nada de lo que crea pasa desapercibido; una vez que se descubre el mundo de Svankmajer, es imposible permanecer indiferente.
A finales del siglo XX escribió un decálogo que permite profundizar en su pensamiento creativo. Las ideas que expone son fácilmente extrapolables a cualquier lenguaje artístico. En él da cuenta de la importancia de la libertad y de la creación asociada a la improvisación, del arte como forma de autoterapia, de la riqueza de la ambivalencia, la subversión y lo fantástico. Svankmajer sabe que crear es una forma de crear-se, de meterse de lleno en la obra. Un espacio de vida, muerte y resurrección. En su segundo mandamiento elabora lo que será la premisa central de la película británica Stopmotion (2023), ópera prima de Robert Morgan.
“Entrégate sin reserva a tus obsesiones. Tus obsesiones son lo mejor que posees. Las obsesiones son relictos de la infancia. Y precisamente de los abismos de la infancia provienen los más grandes tesoros. En esa dirección, siempre se debe mantener la puerta abierta. No importan los recuerdos, importan los sentimientos. No importa la conciencia, importa el inconsciente. Deja que ese río subterráneo fluya por tu interior”.
Mi Marioneta

Ganadora del Premio Especial del Jurado en el 56° Festival Internacional de Cine de Catalunya Sitges 2023, el estreno de Stopmotion a principios de 2024 pasó, extrañamente, desapercibido. Morgan, conocido por cortometrajes de animación como The cat with hands (2001) y Bobby Yeah (2011), presenta en su primer largometraje una historia cuya riqueza no sólo se encuentra en el modo en que utiliza el stop-motion como herramienta visual y narrativa, en lo que refiere a la tematización de la labor de quiénes se ocupan de crearlo, sino también en su abordaje de las relaciones humanas, especialmente la del artista con su obra y, con ella, la de una madre con su hija. En ambas, la creación artística y la capacidad de “dar vida a lo que no lo está” serán los temas centrales que median los vínculos y las dinámicas afectivas.
Morgan nos invita al mundo de Ella (Aisling Franciosi) en una secuencia que nos acerca y nos obliga a mirar de frente a la protagonista. El parpadeo de las luces de colores nos revela un rostro cambiante y ambiguo, donde a la preocupación que manifiesta le sigue una sonrisa que se percibe siniestra. No podemos advertirlo aún, pero Ella será un personaje cambiante y peligroso.
A esta secuencia inicial, le sigue un plano detalle de sus manos trabajando. Ella asiste a su famosa madre Suzanne (Stella Gonet) en la que será su última película, a causa de una artritis avanzada que le imposibilita trabajar y realizar tareas cotidianas. Ambas, dedican su existencia a la animación, a la realización de películas en stop-motion. Sin embargo Ella, desprovista de toda autonomía, se convierte en un cuerpo que se limita a ejecutar los pedidos de su madre y a ocultar sus deseos de proponer nuevas ideas. No por nada es llamada “cariñosamente” puppet, mi marioneta. Cuando su madre sufre un derrame cerebral masivo, experimenta por primera vez una sensación de liberación personal y creativa que la llevará a encontrar su propia voz.

Esta búsqueda de autonomía comienza con el abandono de la casa materna. Para Ella será central encontrar un espacio de trabajo que le permita sentirse en libertad. Su novio Tom (Tom York) será quien le consiga un desolado estudio en un edificio abandonado. Aunque el lugar parece ideal para empezar de cero, el encuentro con una pequeña niña (Caoilinn Springall) será determinante para sacar a la luz traumas de su pasado. Este vínculo que en apariencia es creativo, llevará a Ella a abandonar el deseo de su madre de terminar la película para meterse de lleno en la realización de una idea propia que es, en verdad, la materialización de los relatos que la pequeña niña le cuenta en cada uno de sus encuentros. Juntas comienzan a construir la historia de una jovencita perdida en el bosque que, durante tres noches, será perseguida y acechada por un hombre al que llamarán Ashman (el hombre de las cenizas). Sin saberlo, vuelve a ceder su libertad a las órdenes de otros.

Morgan decide construir el papel de la pequeña niña como el de un personaje que opera a nivel simbólico. No sólo ocupa el lugar de su estricta madre, orientando y corrigiendo su proceso creativo, sino también el de ella misma, en su infancia. Ella es esa niña que, desprovista de toda mirada adulta, se anima a jugar. Pero este vínculo creativo se volverá aterrador y perverso cuando Ella comience a realizar sus muñecos con carne fresca, con carne putrefacta y, eventualmente, con carne humana por recomendación de la pequeña. La obsesión se apodera de ella, convirtiendo su realidad en una alucinación de la que no puede escapar. Esta libertad que apenas comienza a experimentar se pondrá en peligro cuando descubra que Polly (Therica Wilson-Read), la hermana de su novio, roba su proyecto para ejecutarlo en una empresa de publicidad. Este episodio será el detonante de su crisis mental. Ella se convierte en la protagonista de su propia historia, su casa es la casa del bosque, Ashman se vuelve una sombra real.

“Los grandes artistas siempre se plasman en sus trabajos”. La literalidad con la que Ella comprende esta frase es lo que hace que el film pase de ser un thriller centrado en la complejidad de las relaciones filiales y de los procesos creativos que implican “darle vida a algo”, a una película de terror atravesada por el body horror. Ella pone su cuerpo a disposición al punto en que cede el control de su existencia, convirtiéndose en un bloque de cera maleable o, quizá, en una marioneta que termina enredada en sus propias cuerdas.
Aunque Morgan opte por construir su historia alrededor de temas ya conocidos en el universo del horror, específicamente aquel que refiere al artista perturbado, el modo y las formas con que los presenta están cargados de originalidad. El uso de secuencias construidas íntegramente en stop-motion, que luego encontrarán su correlato en el accionar de los personajes, operan multiplicando las capas de lectura propuestas al espectador. Para esto, es fundamental el modo en que emplea el sonido y cómo lo distorsiona conforme la desconexión de Ella se hace cada vez más real. Incapaz de salirse de sí misma, las voces de los otros se sienten lejanas y bajas, inútiles al expulsarla de su trance creativo. A sí mismo, la cámara pierde estabilidad ofreciéndole al espectador planos con movimientos frenéticos que visibilizan su caos mental. Aisling Franciosi, que ya incursionó en el horror protagonizando The Nightingale (2018) de Jennifer Kent, es determinante para sostener al film en ese límite borroso entre la alucinación y la realidad. A ese rostro cuyos primeros gestos nos presentaban a una jóven sumisa desprovista de toda motivación le imprime, hacia el final, la brutalidad y la urgencia de quien siente perder aquello a lo que le dió vida.

Stopmotion es una película inquietante que busca desestabilizar al espectador mediante pequeños y perversos actos cotidianos que, unidos, transforman la realidad en algo aterrador. Lo más escalofriante del mundo que Morgan nos presenta es una protagonista que, como sugiere Svankmajer, no duda en entregarse por completo a sus obsesiones. Su desmesura es caprichosa y ajena a cualquier racionalidad. Es el contacto con su infancia lo que la libera del control materno, permitiéndole conectarse con su sensibilidad. Tanto en la historia de la jovencita que corre por el bosque como en la de Ella, que huye de su casa para liberarse de su madre, hay un punto en común: siempre hay una mano que guía milimétricamente cada uno de sus movimientos, como si fueran marionetas.



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