Actores | Liam Neeson en Contrarreloj (2023)

Spoilers

- I’m in control here.

- No, you’re not.

Hay actores que son un género en sí mismos. De hecho, son tan buenos en eso que hacen que lo hacen bastante seguido. Algunos dirán que detrás de esa prolífica repetición está el peligro del “encasillamiento” interpretativo. Puede ser. Pero allí mismo, en la eficacia y la consistencia de la fórmula probada, otros pueden identificar la construcción de un personaje, de una marca registrada, de un tipo de película. Ni lento ni perezoso, el público no tarda en tomar nota y, pronto, pide más. Al poco tiempo, nos topamos con frases felices como: “¡Ey, ya salió la nueva del pelado Statham!”, “¿Viste la última de Van Damme?”, “A mi me gustan las de Charlie Bronson” o, por qué no, “Veamos una de Liam Neeson”.

En las últimas décadas, el otrora célebre actor dramático, asociado a títulos prestigiosos como La lista de Schindler (1993) y Michael Collins (1996), devino figura madura y recurrente de los thrillers de acción. En este periodo, a fuerza de tiros y trompadas, y pesar de su avanzada edad (hace poco cumplió 72 años), Neeson cultivó un vasto corpus de películas que no sólo le cosechó varios cheques, sino también una asociación casi inmediata al género. Usualmente armado, solo y con cara de circunstancia, el irlandés protagoniza la mayoría de los pósters de estos films, los cuales tienen como denominador común su heroísmo inquebrantable, independientemente de la amenaza que lo aceche (lobos hambrientos, narcos mexicanos o Ed Harris), de la salud mental de sus personajes (amnesia post-coma, principios de Alzheimer, etc) o del medio de transporte en que se hallen. Dentro de ese último rubro, podemos toparnos con una amplia gama de escenarios, tales como “Liam Neeson en un avión” —la extraordinaria Non-Stop (2014)—, “Liam Neeson en un tren” —The Commuter (2018)—, “Liam Neeson en un camión sobre hielo” —The Ice Road (2021)— o, en el caso de la película que hoy nos convoca, “Liam Neeson en un coche-bomba”.

Contrarreloj (2023) descansa sobre los hombros de Neeson; mejor dicho, sobre su rostro. Sin él, no hay película. Tratándose del protagonista que está presente en la mayoría de los planos, esto puede sonar a obviedad pero, dada la premisa reclusiva de la película, dado el espacio reducido en que se desarrolla y las pocas escapatorias que su cámara tiene, Contrarreloj es absolutamente dependiente de que él haga bien su trabajo. Caso contrario, si Liam falla, todo se desmorona a su alrededor. Afortunadamente, éste no es su primer rodeo. Desde la inesperada resurrección que Búsqueda implacable (2008) significó para su carrera, el actor ha encarnado a innumerables personajes en situaciones apremiantes, pero siempre resguardado por la misma máxima: por más complicada que esté la cosa, Liam Neeson está en control (y si aún no lo está, entonces es una mera cuestión de tiempo para que lo esté). En efecto, hay algo en él que transmite una inexplicable seguridad. Tal vez sea su figura estoica, la templanza de su rostro, la confianza que emana su grave voz, su pasado como jedi o un combo de todas las anteriores. Sea cual fuere la razón, esa reconfortante sensación de que todo estará bien no la transmite cualquiera. En ese sentido, Neeson pertenece a la Escuela de Héroes de John Wayne: con edades similares, ambos interpretaron personajes que funcionan como faros de esperanza para el público, figuras protectoras (aunque no necesariamente paternales) que no descansarán hasta ponernos a salvo, salvar el día o arreglar el mundo. A pesar de que todo esté negro, con ellos al volante, siempre hay luz al final del túnel.

Dirigida por Nimród Antal (responsable de Vacancy (2007) y Armored (2009), DVDs que mil veces divisé pero jamás alquilé), Contrarreloj es nada menos que la tercera remake del film español El desconocido (2015), lo que un poco explica por qué su ambientación en la ciudad de Berlín se siente tan arbitraria (sólo vemos un poco de ella y recién hacia el final, como si la locación fuera fácilmente intercambiable en función de quién adquirió los derechos). En cuanto a su trama, decir que es una combinación de las de Máxima velocidad (1994) y Phone Booth (2002) puede resultar una descripción algo vaga, pero no por ello menos ilustrativa. Lo importante es que se trata de una “película de espacios reducidos”, un hermoso subgénero que suele poner a prueba a los directores, desafiando su creatividad para posicionar la cámara, su capacidad para sostener la tensión sin cortar a un montaje paralelo y su ingenio a la hora de lidiar con la exposición, con resultados tan memorables —Locke (2013)— como olvidables —All Is Lost (2013). Sin lucirse demasiado pero cumpliendo con lo que promete, el film de Antal se halla a mitad de camino entre esos adjetivos.

Curiosamente, tratándose de una película ambientada en un auto en movimiento, Contrarreloj necesita parar para avanzar: en su mayor parte, gracias a un montaje aceitado y a una puesta de cámara eficaz, el relato fluye y avanza rápido, como el coche-bomba del protagonista; sin embargo, la progresión de su trama demanda la detención temporaria del vehículo, ya sea para que Neeson atestigue el accionar del villano, para que mire un rato las noticias o bien para que le explique a las autoridades qué está pasando. ¿Tales paradas atentan contra el ritmo del film? Un poco, pero también son un mal necesario para que funcione. Similarmente, el guión logra mantenerse imprevisible durante buena parte del viaje, aunque, al mismo tiempo, el “giro sorpresa” del final se ve venir desde la primera escena. Y ni hablemos del curioso accionar de la policía, que pasa de sorprender a todos con su aparición repentina en el segundo acto, para luego desaparecer por completo en el último (de manera tal que el héroe pueda resolver todo a la antigua, con un mano a mano con el antagonista, como haría Wayne).

No obstante, la peor de las contradicciones que aquejan al film es aquella con la que concluye: luego de confiar en las capacidades actorales de Neeson durante 90 minutos, en los segundos finales, Antal decide “reforzar” su labor con unos inserts bien feos, unos flashbacks desubicados de los miembros de su familia, como para que quede bien claro en qué está pensando el héroe, ahora que aprendió la lección y cambió sus prioridades en la vida. “Si el zapato de Cenicienta encajaba perfectamente, ¿por qué se cayó?”, preguntó el villano un par de escenas antes. Bajo la misma lógica, uno podría preguntarle al director húngaro lo siguiente: si Neeson es tan bueno en lo que hace y le confiamos la conducción de este vehículo, ¿por qué intervenir su actuación y “darle una mano” desde el montaje? No, señor. Confíe en su actor, más aún cuando éste ya sigue los pasos no sólo del Duke, sino también del propio Eastwood: The Marksman (2021) bien podría haber sido protagonizada por un Clint más joven. ¿Acaso habrá sido ella la The Shootist (1976) del irlandés? ¿O falta aún para su gran y crepuscular despedida como leading man de acción? Dicen por ahí que su última colaboración con Robert Lorenz —In the Land of Saints and Sinners (2023)— está muy bien. Tal vez sea esa entonces. Habrá que verla, y con gusto. Al fin y al cabo, “es una de Neeson”.

Puntos de luz

Ilumina y aumenta su visibilidad — ¡sé el primero!

Comentarios 2
Tendencias
Novedades
comments

¡Comparte lo que piensas!

Sé la primera persona en comenzar una conversación.

5
2
1
0