Una obra de arte
Una obra de arte no nos debe dar todo, debe en cambio invitar al espectador a construir significados junto al autor. Sería muy aburrido observar una pieza donde ya todo esté dicho y el espectador no pueda realizar ningún aporte. Es que en el cine, al igual que en las otras formas de arte, una obra es, tal como lo indica el poeta nicaragüense Rubén Darío, al menos tres cosas al mismo tiempo: lo que el autor dice que es, lo que ella es en si misma y lo que el espectador cree que es. Esto lo tenía bien claro el joven Alejandro Amenábar, que en el año 2001 estrenó una de sus películas que pasaría a ser una obra maestra de terror psicológico: Los Otros.
Protagonizada por Nicole Kidman, quien encarna Grace Stewart, una mujer devota del catolicismo, de clase alta que está aislada en su mansión (una antigua casona de 50 habitaciones) con sus dos hijos. Ella está a la espera del regreso de su marido, pues recién acaba de terminar la segunda guerra mundial, donde el estaba sirviendo.
Desde el principio Amenábar nos invita a construir la historia desde la perspectiva de Grace y de sus niños. Casi todos los elementos que percibimos en la escena lo hacemos desde la perspectiva de la mujer y sus críos. La narrativa, magistralmente llevada crea una atmósfera oscura con un ritmo pausado y que posteriormente aumenta en la medida que avanza el film, hasta que, finalmente se nos revela el gran secreto: la verdadera historia que se nos está contando.
La importancia de los detalles
Durante el desarrollo de la película se van sumando detalles que nos hacen experimentar los eventos paranormales propios de una casa embrujada, una casa habitada por espíritus desencarnados de los cuales apenas logramos tener cierta percepción, la suficiente para mantenernos pegados a nuestros asientos. En repetidas ocasiones el mundo de los muertos se cruza con el mundo de los vivos haciéndonos percibir destellos de ese otro mundo que nos hace poner la piel de gallina. A esto se le suman otros elementos como la enfermedad de los niños y su incapacidad de exponerse a la luz, puesto que ello les causaría graves quemaduras por causa de algún tipo de foto sensibilidad. Esto obliga a la familia a mantener la mansión con las ventanas enteramente cubiertas por cortinas que impiden el paso de la luz. Así mismo, para protección de los niños, cada puerta debe ser cerrada antes de pasar a otra habitación lo cual hace del abrir y cerrar puertas y del uso de un gran manojo de llaves una constante durante toda la película, causando aumento de la tensión y de la expectativa al no saber que hay detrás de cada puerta.
Un cambio de perspectiva
Los personajes misteriosos, que fungen al inicio como contrapeso, sospechosos al menos desde el principio, son los sirvientes que, recién llegados a la mansión, se esmeran por atender a la dueña de la casa y sus pequeños. Ellos nos van dejando pistas para guiarnos hasta conocer “la nueva realidad”. Sin embargo, el contrapeso de la trama lo llevan verdaderamente otros, a quienes no percibimos con claridad, tal como si en un esfuerzo por ver abriéramos los ojos lo más que pudiéramos para solo ver pequeños destellos que nos ayudan a hacer conjeturas.
Toda la película está llena de pistas que tanto Grace como nosotros somos incapaces de procesar o de reconocer hasta que se nos revela de un solo golpe la realidad. El brusco cambio de perspectiva que ocurre al espectador es como si nos alzaran de nuestro asiento y nos elevaran para observar la obra total, casi desde la altura del autor. No es fácil para los realizadores conseguir este tipo de efecto. Una obra que juega con nuestra mente, alterando nuestra forma de percibir el mundo, impactando nuestros sentidos con pequeños elementos que en principio nos llevan a construir una historia errónea en la que nos perdemos tanto como los protagonistas, para luego retomar el camino correcto hasta alcanzar la luz.
La cantidad de símbolos presentes en esta obra de arte son considerables, pero hablemos solo de los que desde mi perspectiva considero los más relevantes. En primer lugar esa gran mansión de 50 habitaciones, cuyas ventanas están tapadas por cortinas y cuyas puertas deben ser cuidadosamente abiertas y cerradas para evitar que nos dañe la luz, no es más que nuestra propia mente. El temor es el que nos mantiene a oscuras, el temor a salir lastimados por la luz, es decir, a ser lastimados por la verdad, la “realidad real”. Los tres sirvientes son el subconsciente, donde guardamos toda esa verdad que estamos evitando para protegernos. Las tumbas ocultas, las fotografías en viejos álbumes, los muebles cubiertos por sabanas blancas, entre otros elementos, son verdades bien escondidas en nuestro subconsciente y que gradualmente cuando se descubren o se destapan son traídas al consciente.
Finalmente, cuando todas las cortinas son removidas, la casa se ilumina, ya no hay necesidad de tener todas las puertas cerradas, ya no hay necesidad de protegerse, desaparece el miedo al daño que puede causar la luz. En ese momento, en el que se entiende que el peligro es irreal, irremediablemente se desvanece. Los elementos perturbadores salen de la mansión, han sido derrotados, lo cual no quiere decir que no llegarán otros. Sin embargo, ya entendiendo que esas perturbaciones son pasajeras y no son propias la película termina magistralmente repitiendo un mantra que no deja lugar a dudas acerca de la revelación a la que acaban de acceder los protagonistas: ¡esta casa es nuestra!¡esta casa es nuestra!¡esta casa es nuestra!
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