¿Qué hace que la adaptación de un libro a una película sea buena? ¿Acaso es el seguir cada capítulo exáctamente como está en la obra original? Lo dudo. ¿Es acaso añadir tantos personajes relevantes como sea posible y no intercambiar los nombres de éstos sin motivo alguno? Eso ya es un buen inicio. ¿Es respetar el mensaje de la novela incluso si la trama sufre los inevitables cambios que conlleva el adaptar (palabra clave) una historia de un medio al otro? Probablemente…
Bram Stoker’s Dracula (1992) es un ejemplo muy peculiar, pues vista de manera superficial parecería que es una adaptación bastante fiel al libro; sobre todo si se le compara con otras adaptaciones cinematográficas donde se tomaron bastantes libertades creativas pero que no lograron ser sino la sombra de lo que Bram Stoker escribió.
No deseo que se me tome como un purista que quiere que religiosamente todo tal y como lo escribió Stoker. El cine pueden hacer cosas que la litaratura no, y viceversa. Pero deseo explicar por qué siento que este filme (por amado que sea) no sólo fracasa como adaptación, sino también como película.
Emepezemos por ver por qué es una mala adaptación. Como mencioné antes, los cambios son inevitables. Y aquí hay cambios que funcionan y cambios que no:
El vampiro como monstruo sexual
Drácula no fue el primer libro en mostrar al vampiro como aquel agente que incita a las personas a cometer lo que en ese entonces se consideraban depravaciones sexuales. John Polidori lo hizo con su Lord Ruthven, quienes volvía más promiscuas a las mujeres que seducía. También lo hizo Le Fanu en Carmilla, donde muestra el deseo entre dos mujeres como algo monstruoso. ¿Por qué los vampiros de Bram Stoker serían diferentes? Después de todo, en la novela, el conde mira el rostro de Jonathan Harker mientras susurra “Sí, yo también puedo amar.” Y las tres vampiresas que habitan el castillo Drácula encienden en Jonathan el deseo de ser besado por ellas. En una película de Coppola, lo que era una mera sugerencia en la novela sobre el verdadero significado del “beso” en el contexto del vampirismo, se vuelve explícitamente sexual, pues el pudor victoriano ya no cuadraba mucho con las sensibilidades de una audiencia de los noventa. Éste es un ejemplo de un aspecto de la novela que fue modernizado de manera exitosa. Veamos otro, de la misma naturaleza, con el que no pasó lo mismo.
Lucy Westenra es uno de los personajes más populares debido a que muchas personas del presente siglo han visto en ella a una de joven que estaría a favor del poliamor, debido a que expresa su frustración por el hecho de que una chica no pueda desposar a más de un hombre. En la novela esta frustración de debe a que Lucy es tan gentil que no quiere lastimar los sentimientos de ninguno de sus tres pretendientes —dos de los cuales ama como amigos, mientra que con el tercero sí se quiere casar—. Cualquiera de esos análisis acerca de Lucy (el moderno y el victoriano) pueden ser ángulos interesantes para una adaptación. Pero a los guionistas de varias películas de Drácula (incluyendo la que nos compete en este artículo) deciden irse por la vía fácil: Lucy es una joven promiscua que se arroja a los brazos de cualquier hombre que se le ponga enfrente. Dejando a un lado el si podemos o no juzgar a la gente por sus niveles de libido, lo cierto es que 1) en caso de que se le quiera ver a Lucy a través de la lectura moderna antes mencionada, “la persona poliamorosa promiscua” es un estereotipo que afecta negativamente la percepción que se tiene sobre quienes practican el poliamor y 2) esa en definitiva no es la Lucy Westenra del libro.
¿Pero acaso no había dicho hace unos párrafos que el vampirismo va de la mano con el deseo sexual? Así es, pero Coppola nos muestra a una Lucy coqueta y lasciva antes de que sea mordida por Drácula. Por lo que no hay tanta diferencia entre la Lucy humana y la no-muerta.
Ya he explicado, entonces, que el que la película sea más explícitamente sexual no es necesariamente un punto a favor ni en contra —todo depende de cómo se lleve a cabo ese cambio—. Hay otro aspecto de esta versión, sin embargo, que sí que es un crimen capital a la hora de adaptar. Uno que cambia radicalmente la historia que nos está contando en comparación con la original:
Drácula, ¿el héroe trágico?
Coppola nos promete que por fin veremos una película fiel al trabajo de Bram Stoker y sin embargo no llevamos ni dos minutos cuando nos introducen al príncipe Vlad (Drácula), quien, aprendemos más tarde, hace todo su malévolo plan para reunirse después de 400 años con aquella quien es la reencarnación de su difunta esposa Elisabetha: Mina Murray. Nada de esto está en el libro y cambia la historia de manera irrevocable.
Finjamos por un momento que no me molesta ese aspecto de la película. Drácula ama verdaderamente a Mina y esa es la razón por la que no la quiere convertir en vampiresa. De acuerdo. ¿Si la ama al punto de “cruzar océanos de tiempo” para encontrarla, entonces ¿por qué era tan esencial para su plan violar, asesinar y condenar al infierno a la mejor amiga de su amada? ¡¿Y por qué Mina lo sigue amando después de enterarse de que el es el culpable de la muerte de Lucy?!
Pero bueno… Una película puede ser una mala adaptación y aún así ser un buen filme, dirán algunos, y yo estaré de acuerdo. Sin embargo Bram Stoker’s Dracula tampoco es una buena película, principalmente porque hay dos narrativas en conflicto que nunca llegan a armonizarse.
Coppola vs Stoker:
En la novela, el Conde Drácula es un ser ruin que, si bien dice que también puede amar, nunca hace nada para demostrarlo. En la película, una vez el Conde llega a Inglaterra, se dispone a buscar y seducir a Mina, lo cual logra de manera bastante eficaz. Mina lo ama porque recuerda la vida que alguna vez vivieron, pero la audiencia nunca los vemos juntos (en la vida en la que Mina era Elizabetha) más que por unos segundos y eso al parecer debe ser suficiente para que aceptemos la historia de amor que alguien al parecer no tuvo las ganas o creatividad para escribir. No es como que la novela tenga ya una historia de amor bastante desarrollada… Un momento, claro que la tiene… ¡El amor que se tienen Mina y Jonathan!
La escena que mejor ejemplifica lo diferente que son estas dos historias es aquella donde Mina bebe la sangre de Drácula. En la novela, Mina está aterrada y no es difícil interpretar esa escena como una violación (encaja con el antes mencionado tema sexual del vampiro) en la que hay un intercambio sin consentimento de fluidos. Coppola, sin embargo, no tuvo problema alguno con hacer de ésta una escena en la que Mina voluntariamente bebe la sangre de Drácula mientras se le graba a Winona Ryder de tal manera que parece que está a punto de hacerle una felación a Gary Oldman.
Bram Stoker’s Dracula, para concluir, es una película con hermosa fotografía, fantástico diseño de producción, maravillosa música y actuaciones (en su mayoría) decentes. Sin embargo intenta ser dos cosas muy diferentes a la vez y el afán de no soltar ni la historia de terror gótica ni la historia de romance trágica evita que tenga un claro objetivo e impide que llegue a verdaderamente ser el Drácula de Bram Stoker.
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