Si bien es de conocimiento general en el mundo del cine que Stephen King ha expresado sus "irreconciliables" diferencias con la adaptación de Stanley Kubrick de "El resplandor" (que, para mí, es una de las mejores), hay otra película basada en su obra que muchos parecen haber olvidado. Sin embargo, cuando se habla de las peores adaptaciones, "Cujo" (1983) viene rápidamente a mi mente.
Para aquellos que no la vieron o que la han relegado a un rincón oscuro de su subconsciente, aquí va un breve resumen de la trama: Cujo es un San Bernardo, una raza de perros conocida por su amabilidad. Sin embargo, tras ser mordido por un murciélago, el animal comienza a mostrar síntomas de rabia, una enfermedad que afecta directamente al sistema nervioso central. Como resultado, Cujo se convierte en un perro asesino, desatando un apocalipsis de sangre en su pueblo, dejando a los habitantes desconcertados ante la transformación de este pobre canino. Es en este contexto que Tad y su madre quedan atrapados en su auto, a merced de Cujo, sin poder escapar de su furia.

Al escribir este artículo, releí el libro y volví a ver la película para evitar cualquier recuerdo distorsionado. La película es muy poco fiel al libro, introduciendo subtramas que, en lugar de enriquecer la historia, generan tedio. Nos presentan a Cujo como un monstruo, sin profundizar en las razones detrás de su comportamiento (un aspecto que el libro aborda de manera magistral, permitiéndonos comprender el sufrimiento del San Bernardo). Sin embargo, lo más desastroso de esta adaptación es el giro de 180° que toma en el final, donde Tad, a pesar de estar moribundo, queda vivo. Esta decisión elimina la profundidad, el dolor, la desesperación y la impotencia que el personaje de la madre experimenta en la obra literaria.

Entremos de lleno en la adaptación cinematográfica de 1983. La primera parte del film resulta tediosa: presenta a una típica familia estadounidense, con dos padres que se quieren y un pequeño (interpretados por Dee Wallace, Daniel Hugh Kelly y Danny Pintauro). Este retrato se interrumpe abruptamente con la aparición del amante de la madre, quien se marcha y deja todo como si nada hubiera ocurrido, sin mostrar la incomodidad ni los sentimientos contradictorios de la pareja.

Sin embargo, no todo es malo en esta película. Las escenas centrales logran mantener al espectador atento a la tensión asfixiante dentro del auto, generando la inquietud de cómo la madre podrá salvar a su hijo y a sí misma. Sin embargo, en el final, la película vuelve a decaer al cambiar el desenlace del libro por una escena más optimista. A pesar de lo ocurrido y del tiempo que Tad y su madre han pasado atrapados sin comida y casi asfixiados, la familia se reencuentra felizmente. No sabría decir si este final responde a una moda de la época, que prefería finales felices, pero lo cierto es que se aleja de la obra original y nos priva de experimentar en el cine uno de los finales más desgarradores de la literatura de Stephen King.

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