Un día, un gato

Hace poco me crucé sin querer con El gato de Cassandra, o Un día, un gato… una película de Vojtěch Jasný de 1963. Cosa rara como pocas, la película es una especie de fábula ecologista, cuento de hadas moderno y tratado sobre el color en el cine.

En un pueblo de la bohemia checoslovaca, Telč, cuyo centro es hoy patrimonio de la humanidad, vive Oliva, un hombre mayor que cuida la torre del reloj del pueblo. Desde su torre, Oliva lo ve todo, y describe al principio de la película a todos los adultos del pueblo. Personas un poco descentradas, que no son felices, que no conviven del todo bien con los demás y con el bosque que los rodea. Hay una excepción a esta vida del pueblo que son el profesor de primaria y sus alumnos, un grupo de niños fantástico. La primera clase del profesor que vemos es una en la que el profesor les pregunta qué es lo que siempre dicen que es la cosa más linda del mundo, a lo que los chicos contestan: la amistad, la sinceridad, no ofender a nadie. Eso, dice el profesor, es ser un buen ciudadano. Lo siguiente que hace el profesor es pedirles que dibujen algo que les guste o disguste de su ciudad. Y lo que vemos a continuación es una serie de imágenes en movimiento que se proyectan en las hojas blancas de los chicos. Cada uno piensa una escena de la ciudad y esa escena aparece en la película por un truco visual. Las escenas son bastante feas: adultos maltratando niños y animales, cosas con poca grácia. A los niños no les gusta la ciudad, no porque sea fea (de hecho es tan hermosa que hoy es patrimonio de la UNESCO, y está rodeada por un bosque precioso) sino porque los adultos que la habitan son, en términos del profesor, malos ciudadanos.

La película es sobre ser buen o mal ciudadano, pero también sobre qué significa vivir una vida rica siendo uno. A los niños el mundo de los adultos les parece pobre, salvo algunas excepciones. Con la excusa de ser modelo vivo para una de las clases de arte, Oliva va a visitarlos y los chicos le piden que les cuente historias de cuando era marinero y recorría el mundo. Oliva decide contarles historias de amor y aventura: la de cuando, visitando Grecia, conoció a una mujer hermosa que le contó la historia del gato con lentes. El gato lleva unos anteojos que, cuando se los saca, hace que las personas a su alrededor se tiñan de un color en particular: los enamorados se tiñen de rojo, los infieles de amarillo, los hipócritas de violeta y los ladrones de gris. Las personas, enfurecidas por la revelación de sus colores, intentan matar al gato, que huye. El gato en realidad forma parte de un circo ambulante, y también la chica. Ambos desaparecen de la vida del marinero, que queda con el corazón roto y la curiosidad despierta.

Mientras el hombre habla les pide a los chicos que en vez de dibujarlo a él dibujen su idea del gato con los lentes. Y lo que vemos en la película son decenas de dibujos de gatos, uno por cada chico, hechos a toda velocidad. Cada dibujo tiene cientos de formas y colores, ningún gato se parece a otro. La imaginación de estos chiquitos está llena de gradientes y detalles irrepetibles. Justo en ese momento llega al pueblo un circo ambulante. En él está hay una mujer igual a esa de la que Oliva se había enamorado, un hombre idéntico a Oliva mismo (el maestro de ceremonias) y un gato con lentes. Todo el pueblo se revoluciona ante la visita de los artistas, y el mundo se prepara para ver el espectáculo esa noche en la plaza del pueblo.

Obviamente los lentes del gato desaparecen, y el público queda teñido de colores. Todo el mundo está avergonzado y todos los adultos del pueblo salen a cazar al gato. Mientras tanto, los adultos están todos teñidos de estos cuatro colores, y esto comienza a generar una serie de líos tremendos en el pueblo. Se acusan y aíslan los unos a los otros, reina el caos. El profesor, teñido de rojo, sale a pasear con la mujer del circo, y bailan en el bosque. También bailan los ofendidos y traicionados en números musicales coloreados, totalmente psicodélicos. La vergüenza de todos se transforma en un dispositivo estético espectacular, una especie de momentos que a la vez afianzan la trama y se aíslan de ella.

Mientras tanto, quieren obligar al profesor a dar clases con una cigüeña disecada que mató al director de la escuela, y el profesor se revela. Harto de la forma de vivir de sus colegas, da un discurso sobre cómo están rodeados de animales y naturaleza y podrían estar estudiando pájaros vivos, no aceptar que se maten para examinarlos. Además, dice, el cine y la fotografía existen para congelar esos aspectos que pueden estudiarse, y pueden estar al servicio de no matar más animales. Ahí regresa a nuestra memoria esa forma que tiene la película de integrar momentos en pequeñas proyecciones, de hacer que los efectos fotográficos estén al servicio de ampliar el tiempo y el espacio del plano, de hacer vivir un mundo dentro de otro.

Después de esto, los chicos comienzan una huelga general. Hartos de vivir con las reglas de los adultos, huyen hacia el bosque todos juntos. Sus condiciones son claras: no piensan volver hasta que no aparezca el gato sano y salvo. Los padres comienzan una búsqueda entre desesperada y violenta, algunos furiosos, otros asustados. Lo que pasa en la película es que los niños ven esa paleta de colores básica y vergonzosa que tiñe a los adultos (rojo, amarillo, violeta y gris) y deciden crear un mundo que sea un poco más complejo que eso. La percepción de los adultos parece reducida a lo mínimo: compartir lo mínimo, vivir lo mínimo, ser lo mínimo. Los chicos, en cambio, tienen un mundo lleno de variedades, imaginado por ellos a partir de la curiosidad sobre las cosas que los rodean y no son ellos: las plantas, los animales, las historias, los objetos. Es un mundo en el que quieren participar activamente. Un mundo que es, en palabras del profesor, de buenos ciudadanos.

Es interesante lo que hace la película con el color. Una especie de ética de la visión y la percepción a través de ese trucaje un poco impresionante y un poco rudimentario. Toma ese esteticismo que puede parecer una especie de gesto tecnológico vacío, de emoción tecnológica, y lo hace girar alrededor de su estructura de fábula. O sea, es una verdadera fábula: toma la magia, lo fantástico (que en este caso es lo que el cine puede producir, esas transformaciones de lo registrado y de la percepción) para pensar en algo del mundo que existe y que podría mejorar. Estoy intentando evitar la palabra “mensaje”, pero bueno, es una fábula, tiene moraleja. La moraleja es que para ser un buen ciudadano hay que aprender a convivir con todos los otros, no sólo los ciudadanos mismos, sino otros seres animales y vegetales que viven cerca. La moraleja formal es que los espejitos de colores reflejan las cosas que tienen enfrente: si es la nada, reflejan la nada. Si es algo más, la imagen cobra densidad.

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