En un Bafici hace muchos años vi dos de las tres primeras películas de Nathan Silver. Tengo un buen recuerdo de ellas, Exit Elena y Soft in the Head, sobre todo de la segunda. Silver lograba construir comedias singulares partiendo de mundos no necesariamente originales. En Exit Elena lo hacía desde el universo más bien maniático de una familia judía, al que llegaba la protagonista para trabajar como enfermera cama adentro para la abuela. Silver sin embargo le daba un toque personal (incluso él mismo y su madre actuaban) a ese mundo, por cierta vía demente (su propio personaje no estaba muy cuerdo) y acaso autobiográfica, en una película que menos que el estereotipo de familia judía daba estar viendo una familia singular (acaso la del director). No estaba mal, pero Soft in the Head era todavía mejor, le daba a su protagonista una soberanía más potente, y me dejó pensando que ahí había un director a seguir, alguien que a simple vista podía lucir similar a cierto naturalismo indefinido que practicaban muchos de sus colegas en el cine independiente estadounidense pero se distinguía por la serie de manías y excentricidades que dejaba entrar a su segunda película casi que sin filtro, haciéndonos parte de un universo que se atravesaba con una sensación a la vez cercana y perpleja. Sin embargo, después de eso le perdí el rastro a Silver, hasta hace unos días cuando vi su última película.
El inicio de Between the Temples es un buen ejemplo de la extraña mirada de Silver. Entramos de lleno en una escena doméstica algo nerviosa en la que dos mujeres presionan a Jason Schwartzman para que se encuentre con una especie de mujer terapeuta. No sabemos del todo qué relación tienen entre sí los personajes y esta primera escena de persuasión se desliza sin transiciones, con el sonido de un timbre, a otro nivel cuando llega a la casa una chica que Ben no conoce y las dos mujeres le presentan. Suponemos, junto con Ben, que la chica es la terapeuta sobre la que estaban hablando antes, pero de a poco la interacción se va haciendo más extraña hasta que los indicios terminan de revelar que no lo es, sino que es una candidata que trajeron las dos mujeres para conseguirle una cita. Más adelante sabremos que las dos mujeres son las madres de Ben, que Ben es un cantor de una sinagoga que atraviesa una crisis luego de la muerte de su esposa, que le impide entre otras cosas cantar en el templo, que se volvió por un tiempo a vivir a la casa de sus madres… Pero Silver elige lanzarnos a una situación inestable en la que es muy difícil hacer pie y aclarar las referencias.
El otro personaje principal de la película es Carla Kessler. Kessler es Carol Kane, una actriz no muy reconocida a pesar de que apareció en varias películas importantes de los 70 (Tarde de perros, Annie Hall, Hester Street, When a Stranger Calls), salió en La princesa prometida, pero parece haber caído en un relativo olvido hasta el renacimiento que le dio hacer el personaje de Lillian Kaushtupper en Unbreakable Kimmy Schmidt. En Between the Temples Carla es una viuda que fue profesora de música de Ben en la secundaria, y ambos se reencuentran cuando una noche a Ben le pegan en un bar y ella aparece para rescatarlo. Después Carla aparece una mañana en una de las clases que le da Ben en la sinagoga a los adolescentes que se están preparando para su barmitzvah. Le dice que quiere sumarse a las clases y adoptar la religión judía, ya que si bien sus antepasados eran judíos, nunca pudieron adoptar la religión por el estigma que significaba haber sido húngaros comunistas.
En este encuentro entre Carla y Ben, que recuerda al de Harold y Maude, se sostiene la película. Alrededor suyo orbita una galería de personajes formada por el rabino de la sinagoga, las dos madres, la comunidad de la sinagoga. Silver filma en un estilo relajado, que le abre espacio a los actores, y luego monta lo filmado con muchos cortes que son como observaciones a posteriori de lo registrado. Es una combinación que genera una sensación muy rara, de actuaciones que se desarrollan sin filtro pero que en la acumulación de cortes conectan todo en un tono de desequilibrio y caos. Así como Ben atraviesa un impass de su fe que lo hace renunciar por un tiempo a su rol de cantor, tampoco es muy claro qué lugar tiene la religión entre los personajes de la sinagoga, es un mundo que más bien parece empujar a Ben a encontrar las herramientas para resolver su crisis hacia adentro, sin el puente exterior que significa su nueva relación con Carla. El rabino parece más preocupado por reunir fondos que por su rol como autoridad religiosa. Mientras esta dinámica endogámica de la comunidad judía presiona a Ben a mantenerse dentro de ciertos límites, es como si al mismo tiempo el personaje no terminara de imaginar un mundo fuera de ese universo, y más bien le exigiera (como por otro lado hace Carla al querer integrarse en la comunidad) un reacomodamiento capaz de aceptar lo que pueda venir de su nueva relación con su antigua maestra de música. La hospitalidad que ofrece la comunidad es algo bastante parecido al asedio.
Pero lo curioso de Silver es cómo va desarrollando las situaciones sin pretender que la naturaleza de lo que sucede se termine de revelar del todo, le importan más bien la energía y la tensión del momento que el cine es capaz de registrar antes que cómo controlar su significado. El corazón de la película es entonces la soberanía y el tiempo que es capaz de darle a esa relación de pareja/dispareja entre Ben y Carla, como si la cámara se mantuviera encendida esperando y observando con asombro las singularidades que pueden surgir de ese encuentro. Cuando la película existe plenamente de este lado surge un encanto muy particular, que tiene además la virtud de nunca dejar que sus personajes pierdan o atenúen su excentricidad.
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