Hace ya 18 años se estrenaba una película argentina titulada Sofacama (Idem) y dirigida por Ulises Rosell, en la que el personaje de María Fernanda Callejón se instalaba en la casa de una amiga y generaba un revuelo hormonal en uno de sus hijos, interpretado por Martín Piroyansky. Recuerdo (aunque recuerdo vagamente) que hacia el final el personaje de Piroyansky protagonizaba un plano en el que iba caminando por la calle, hacia la cámara, y su rostro reflejaba una felicidad inmensa, que se traducía al movimiento de su cuerpo, despejadas las dudas adolescentes que lo aquejaban minutos antes. Era un movimiento de una energía novedosa para el cine nacional post Nuevo Cine Argentino de mediados de los 90’s, donde los jóvenes eran por lo general seres taciturnos y algo apesadumbrados, ganados por estéticas un poco extemporáneas de nuestra raíz latina, algo que el joven Piroyansky no era. El caso de Sofacama era particular, porque se trataba de una película con una estética claramente vinculada al cine independiente, pero que sin embargo respiraba cierta búsqueda de masividad al trabajar temáticas universales con la apariencia de una comedia mucho más convencional de lo que era, y con la participación de una actriz como Callejón, habitual de la comedia picaresca, teatral y televisiva. Por aquel entonces escribí sobre Sofacama un texto que no encuentro por ningún lado, pero que en algún pasaje destacaba precisamente esa escena y fundamentalmente a Piroyansky como un actor a tener en cuenta. Obviamente no me voy a auto-percibir como descubridor de Martín Piroyansky, porque el actor ya asomaba por entonces y desde hacía varios años en envíos juveniles televisivos como el maravilloso Magazine For Fai (Idem) -el programa que mejor entendió la infancia en la historia de la televisión argentina- pero sí me complace reconocer que por una vez tuve el olfato suficiente como para percibir que había allí un talento. O tal vez mi olfato no era tanto y el talento del actor era tan evidente, que hasta un ser limitado como yo podía verlo. Lo cierto es que por aquel entonces destacábamos al Piroyansky actor, pero desconocíamos que detrás de ese intérprete había además un escritor y director de comedia con una mirada diferente y con mucha virtud. Esa promesa es ahora una realidad.

Y la realidad se llama Porno y helado (Idem), una serie que Piroyansky escribe, dirige y protagoniza, que hace dos años apareció en el mapa de las plataformas y sorprendió a muchos, y que este año presentó una segunda temporada maravillosa, de un nivel insuperable, poco habitual en la comedia argentina contemporánea. En lo concreto Porno y helado es la historia de dos amigos, Pablo (Piroyansky) y Ramón (Ignacio Saralegui), bastante solitarios y borders, que terminan armando una banda de rock sin tener el más mínimo conocimiento de música. Y que en el camino conocen a Ceci (Sofía Morandi), una chica que se presenta como “managér” -así, con tilde en la e, un personaje impetuoso que representa la vertiente looney tunes de la comedia. Es interesante en ese sentido cómo se integran los tres protagonistas, personajes arquetípicos de diferentes expresiones dentro del género, y que sirven un poco para pensar las múltiples fuentes en las que abreva el Piroyansky autor. Pablo, su personaje, es el que tiene más raigambre con la comedia costumbrista argentina, un estereotipo de pibe de barrio repleto de modismos y características aptas para un capocómico con su talento. Ramón es el absurdo hecho ser humano y un personaje que se relaciona con el Brick Tamland de Steve Carell en El reportero (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy). Por su parte, Ceci, como lo dijimos, es un poco looney tunes y otro tanto Katharine Hepburn o cualquier diva de la screwball comedy, impetuosa, llevándose todo por delante; una criatura con una energía que electriza cada escena en la que aparece. Así, cada personaje parece responder a una estética y una tradición, que contamina la narrativa que lo contiene. En esta segunda temporada, mucho más ceñida al concepto de los protagonistas, desarrolla en cada capítulo ideas que no requieren necesariamente una continuación, pero que por la lógica de la historia se integran entre sí para formar un mapa general.
A caballo de sus personajes (y hay muchos y buenísimo, algunos de reparto, otros de un solo chiste, todos perfectos), Porno y helado contiene diferentes estilos de comedia que van dándole forma a los capítulos. Incluso dentro de un mismo episodio conviven plácidamente los juegos lingüísticos con los chistes físicos, la parodia y la sátira, con el costumbrismo y algo de grotesco. Tradiciones que son recuperadas, repensadas y reescritas, generando eso nuevo que es la serie, apareciendo casi como un OVNI en el panorama del audiovisual actual. Piroyansky demuestra formación y comprueba que la comedia es cosa seria, y que un chiste no se escribe ni se actúa así porque sí. Contra la mediocridad de la mayor parte de la comedia argentina que se consume en cine y televisión, Porno y helado representa una pose moderna que no canchera (de hecho se burla bastante de las poses y las taras generacionales) en la que sin embargo se observa un lazo cariñoso con las tradiciones que la anteceden. Algo de eso ya había hecho el director y protagonista en Vóley (Idem), su ópera prima como director en cine, en la que repensaba la comedia machista, que tienen una fuerte tradición en la cinematografía nacional, incluso la figura del capo-cómico. Porno y helado es tan coherente con sus influencias como consciente del lugar en el que se inscribe, con un conocimiento de la cultura popular que le permite guiños y referencias geniales, como ese capítulo en el que hablan de bandas de rock independientes cuyos nombres son frases larguísimas que llevan a la confusión; o una notable parodia de una escena clave de Nueve reinas (Idem), una de las películas argentinas más importantes del siglo y la que construyó al Ricardo Darín estrella de cine; o todo el juego autoconsciente del capítulo final con el asunto del plagio, donde la serie tiene la capacidad del metalenguaje y la autorreferencia, incluyendo una recreación apócrifa del final de Volver al futuro (Back to the future).

Obviamente que nadie llega a Porno y helado de casualidad. Y si como decíamos Sofacama era un anticipo de que la energía de Piroyansky conducía a un lugar más que interesante, hubo múltiples pasos que fue dando como autor y que permitían vislumbrar este presente tan promisorio. En sus comienzos el actor integró una troupe de aquel Magazine For Fai, un programa cómico cuyo maestro de ceremonia era Mex Urtizberea y que resultaba una transferencia del humor absurdo de Cha-Cha-Cha (Idem) -donde Urtizberea se hizo popular- para el público más joven (de allí salieron por ejemplo talentos como Julieta Zylberberg, Martín Slipak, Violeta Urtizberea, Laura Cymer o Julián Kartún). También su aparición en Cara de queso (Idem) de Ariel Winograd, director con el que colaboraría en Mi primera boda (Idem), Vino para robar (Idem), Permitidos (Idem), Sin hijos (Idem), Mamá se fue de viaje (Idem), Hoy se arregla el mundo (Idem) y El gerente (Idem), y que resulta un poco clave en la carrera de Piroyansky. Clave, porque allí aparece también una forma de interpretar el humor y actualizar códigos de la comedia argentina que parecían apolillados. Pero donde está el germen de mucho de lo que se ve en Porno y helado, y donde Piroyansky finalmente definió un estilo, es en la serie Tiempo libre (Idem), estupenda sitcom plagada de grandes personajes, que es también la concreción de un estilo y una forma de entender la comedia, algo que sería luego característica de lo que podríamos definir como un estilo Piroyansky. Porno y helado bien podría ser la definición y perfección de un estilo, pero también el borrador de algo mucho más interesante que podría llegar en el futuro. Tal vez ese futuro al que nos invita a viajar el final de esta segunda temporada.
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