Una traducción literal del título de esta película sería “desapego”, sin embargo apareció en las carteleras de cine en el año 2011 como “Indiferencia” en América Latina, y como “El profesor” en España. Un interesante título que, al menos en su traducción literal, tiene mucho que decir sobre la película, pues nos muestra un panorama de personajes que florecen en medio de una gran soledad e indiferencia social y afectiva, y el desapego como la principal estrategia del protagonista para sortear un entorno hostil a nivel social y emocional.
La película en general es de tono apagado. Nos cuenta sobre un hombre soltero que llega como profesor suplente a una escuela que había sido muy prestigiosa años atrás pero que ahora se encuentra en decadencia. Las razones de dicha decadencia no son tan claras para el espectador, pero se sugiere que tiene que ver con los retos asociados a la inclusión de alumnos en condiciones socioeconómicas menos aventajadas.
La estrategia del profesor desde el comienzo es clara, explícita y demoledora: no está allí para ser amigo de sus alumnos, ni ocuparse de ningún aspecto más profundo de sus vidas, ni siquiera, para responder emocionalmente a nada que éstos puedan hacer o decir. De esta manera, no hay apego al lugar, y al final del periodo de reemplazo, él puede irse sin problemas al siguiente colegio. No vemos que haya para él nervios, alegría y ni siquiera momentos de humor en este empleo.
Por desconcertante que pueda parecer, casi que es compresible para el espectador esa “frialdad” tan marcada, cuando vemos la impresionante agresividad verbal de los alumnos, e incluso de los padres de éstos, para con los maestros. Más indignante todavía, el hecho que esto pasa como algo normal y cotidiano: hay una escena donde la madre de una alumna grita sin el menor reparo en la propia escuela a una de las maestras quien había suspendido a la joven, y acto seguido es la propia joven quien aparece empujando a la maestra, llegando incluso a escupir a la docente, ante unos ojos muy abiertos y una pasividad casi total de ésta y de todos los que presencian la escena, incluido el profesor protagonista.
En otra escena, un alumno desafía físicamente al maestro protagonista. Al parecer para todos es normal que las preguntas que le hace el adolescente enojado sean a gritos y vayan acompañadas de la palabra “maldito”. En la misma escena un chico le dice “zorra lesbiana” a una compañera delante de todo el salón. Esto es bastante ilustrativo de cómo estos adolescentes han normalizado una violencia insolente e impune tanto sobre sus maestros como entre ellos mismos en su entorno educativo.
Después, el protagonista entra al metro de regreso a su casa y se ve obligado a ver cómo una joven de unos quince años (de quien inicialmente solo vemos las piernas con medias de malla) está de rodillas dando sexo oral a un hombre viejo en el vagón de al lado. Cuando ella le reclama un pago al “cliente”, éste simplemente le da un golpe en la cara a la joven dejándole lastimada la boca. El profesor observa pero se baja del tren sin hacer nada, siguiendo su usual línea de conducta, pero ella se baja del tren justo detrás de él y comienza a provocarlo. Él se niega y ella lo insulta. Vemos que es una joven con una cara muy hermosa. Con los días el profesor la encuentra de nuevo en las calles y se la lleva a vivir con él. Es una relación extraña porque al parecer ella se comporta como su pareja y vive en su casa, enamorándose de él. Todo esto por supuesto sugiere una atmósfera triste en especial para las mujeres de la película, quienes se suelen retratar como víctimas de una gran carencia de amor y apoyo en geenral, y percibiéndose vulnerables, ya sea física o emocionalmente (o ambas cosas a la vez). La escena que más claramente retrata ese aspecto de fragilidad es cuando el profesor finalmente llama a los servicios sociales para que se lleven a la chica y ella llora literalmente como si fuera un bebé que estuvieran arrancando de los brazos de su progenitor, gritándole “¡ya te amo!”.
En general, es una película que habla de vacío, de falta de amor en prácticamente todos los personajes, idea que se ve bien condensada en una frase del propio protagonista que piensa “¿no sabían los niños que el parque se caía por su indiferencia?” cuando ve un parque dañándose abandonado en invierno.
Y esa indiferencia corrosiva, destructiva, se repite en varios momentos de la película: la fiesta de padres organizada por los maestros a la que nadie llega. El colega del profesor que llega a su casa y nadie ni lo saluda, ni lo voltea a ver siquiera. El abuelo del personaje que muere en el hospital geriátrico una vez se da cuenta que nadie lo visita. Es un crudo desfile de la invisibilidad. Pero el caso más conmovedor es el de Meredith, una talentosa joven fotógrafa que hacía parte del grupo de alumnos del protagonista, quien se suicida al final del filme.
Meredith tenía un pensamiento negativo sobre su vida, pero al mismo tiempo, tenía mucho talento, y una sensibilidad artística en desarrollo. Pero era evidente que nadie de su entorno la valoraba, ni como persona, ni menos a su gran talento, y que ésto podía ser el origen de su perspectiva pesimista. Su propio padre despreciaba sus obras, diciéndole que todo lo que hacía era deprimente, y el insulto que antes se señaló sobre “zorra lesbiana” fue dirigido a ella, grito ante el cual ella simplemente bajó la mirada, quizá acomplejada y poco animada a defenderse por su sobrepeso y su estilo de ropa descomplicado.
Al final del filme, el modo como ella se quita la vida es conmovedor. En un evento que tiene lugar en la escuela el mismo día que el protagonista abandona la escuela, ella prepara unos pasteles de color blanco con una carita feliz pintada, mientras hay uno solo de los pasteles que tiene apartado y es de color negro y con carita triste. Cuando el profesor se va a despedir de ella, le pregunta si puede comer ese de color negro y ella le dice que no, porque es el de ella. Y después vemos que es el que contenía el veneno letal.
El ponqué de color negro en contraste con los ponqués blancos y “felices” podría verse como un símbolo de esa idea pesimista y distorsionada que muchos hemos podido tener en algún momento de la vida, de que somos diferentes, y más infelices, que los demás. Como cuando vemos las redes sociales y en contraste con nuestros supuestos problemas, los demás solo retratan los maravillosos viajes, los besos y las sonrisas, los logros y todo lo bueno, sin sugerirse jamás que estamos viendo un ser humano que también llora, que también se contradice, que a veces no sabe bien cómo resolver las cosas, que quizá también se ha subido de peso últimamente. Es la experiencia donde el dolor emocional no es visto ni respaldado por nadie, y a su vez, los demás tampoco sacan a la luz su propio dolor, más que a través de la agresividad, permaneciendo todos en un nivel importante de invisibilidad y distancia, replicando el dolor nuevamente.
De esta manera, el final de la película, con la chica suicidándose, es un final muy remarcable y conmovedor, pues es una muestra de ese terrible llamado de auxilio, de un cambio social urgente que necesita de la ternura, la comunicación, la alegría, la compasión. De ver las diferencias con un básico respeto. De ver a los demás, y ser vistos a su vez. El personaje de Meredith enseña que la más mínima muestra de valoración de los demás, de los aspectos genuinos de su alma, puede ser un gran aliciente para el corazón humano en momentos difíciles, por más insignificante que creamos que esto sea. Es un llamado a dejar a un lado la indiferencia, para quizá, no tener que escudarnos toda la vida en ella.
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