Rareza en los cines: Código: traje rojo

Desde su afiche, su título de estreno local, sus colores, su exhibición de personajes disímiles, más diversas promesas de acción más promesas de humor, Código: traje rojo es una rareza. El título en inglés, Red One, conecta con Air Force One, el avión en el que viaja el presidente de los Estados Unidos (sí, también está la película Avión presidencial de Wolfgang Petersen). Red One es Papá Noel, y el punto de partida es que lo secuestran a pocas horas de la Navidad. Por supuesto, no le dicen Papá Noel ni Viejo Pascuero sino Santa Claus, y esta película navideña es un artefacto curioso, extraño, incluso extravagante. En modo ensamblaje de cosas muy diversas, Código: traje rojo logra un mínimo bastante aceptable de cohesión gracias a que -aún usando demasiados diálogos largos que enseñan y aclaran en demasía algunas peripecias como la redención del mal padre y la posible redención de los que se portaron mal- la decisión de lanzarse a la aventura con un cargamento no despreciable de chistes le imprime una frescura quizás más identificable con el cine de las últimas décadas del siglo XX y no tanto con las tendencias de lo que va del siglo XXI. Código: traje rojo es, al fin y al cabo, una de aventuras, de las que no abundan hoy en día, e incluso tiene varias secuencias especialmente imaginativas y que hasta se usan con criterio y aptitud para la fantasía las posibilidades de los efectos especiales digitales (como por ejemplo en la secuencia de los muñecos de nieve). Claro, y también la posibilidad del Callum Drift (Dwayne Johnson) de -cual velocisima Alicia de Lewis Carroll- achicarse y agrandarse de forma instantánea.

Dwayne Johnson, que dejó hace rato de llamarse The Rock -eso era en su pasado como luchador al estilo de Titanes en el ring- carga orgullosamente con sus dimensiones físicas: más de un metro noventa de altura, cerca de 120 kilos de peso, tremenda masa muscular. Johnson, con una filmografía como actor nada despreciable (mejor que el promedio de muchas estrellas que se supone más “prestigiosas”) también es productor, e incluso acá uno tiende a pensar en que si se resalta el estado atlético y la rutina de ejercicios de Santa Claus (J. K. Simmons) es porque Johnson quiere dejar en claro alguna idea a favor de la salud. En ese sentido también, otra vez, Código: traje rojo es una rareza: es la película del Papá Noel sin panza. Es pronto para saber si esta rareza será un éxito en los cines como tantas películas en la carrera de Johnson, que ostenta unos cuantos récords de recaudación y de ganancias para él como actor (ya en su primera película como protagonista, El rey escorpión, Johnson obtuvo el récord de salario para un debutante). De alguna manera, podría afirmarse, por más que en la dirección esté Jake Kasdan y que los guionistas provengan ya fogueados de las Rápido y furioso, Código: traje rojo es una película anclada en Johnson en su variante bonachona (no como en esa Black Adam), y ahí es donde se puede observar cómo Johnson hace las veces de ancla para la propuesta de la película: Johnson cree en este relato, y se nota. A diferencia de otro grandote como Vin Diesel, con el que dicen que no se llevó bien en alguna o algunas de las Rápido y furioso (no es lo mío esa saga o serie), Johnson tiene eso que podríamos llamar carisma o ángel, como algunos todavía dicen, y que le ha permitido una carrera mucho más exitosa -y mejor- que la de Diesel. Carisma: cualidad tan necesaria para el cine que se sirve de estrellas -y en esta película hay varias- y tan inasible. Carisma: esa especie de revestimiento de gracia y atractivos diversos que nos hace querer ver al actor interpretando a diversos personajes en diversas películas. Carisma: alto valor intangible pero notable. Johnson tiene, además, un sentido del humor amplio, que le permite incluso reírse de sí mismo, y de esa manera hacernos cómplices festejantes de escenas de acción de las más exageradas y absurdas con un montón de golpes, saltos, tiros, movimientos dignos de súper hombres y actos heroicos inconmensurables. Y Johnson está ahí, con convincente convicción, incluso en esta película que se permite vivir en el mundo de la fantasía y tiene tantos chiches y atractivos con luces de colores que hasta se los olvida por ahí (el oso García merecía más protagonismo). El señor Johnson, muy poderoso en la industria, hace rato que funciona como reaseguro del cine de gran espectáculo y despliegue, de esos que todavía pueden llegar a convocar a los espectadores a las salas de cine. Veremos cómo le va a esta película cuando se estrene en Estados Unidos el 15 de noviembre, considerando que la crítica la ha tratado por ahora bastante mal, a juzgar por los números que pueden verse en IMDb (36 sobre 100 al domingo 10 de noviembre), en donde también se puede ver que al público la película le está gustando (6.9 sobre 10).

Código: traje rojo es una de esas películas que se saben modestas o nulas en ambiciones de prestigio, de esas que asimismo saben que sin sus varias estrellas no podrían permitirse su existencia. Aquí todos transmiten convicción, diversión, devoción y entrega en medio de los disparates. Johnson, Chris Evans, Lucy Liu y Simmons, con su presencia carismática, facilitan la suspensión de la incredulidad y nos invitan a aceptar con placer mundos fantásticos, vibrantes, orientados al cine como arte del asombro para un público que debe ser infantil o disponerse a ser asombrado como un niño. Como se sabe, hay veces en las que los actores tienden a apropiarse de muchas películas, que pasan a ser suyas más allá de los directores: ellos son el centro gravitatorio y quienes asumen el rol del ancla del relato, quienes así sostienen una buena parte del poder de este tipo de cine. La otra parte, claro, consiste en otro tipo de recursos que también cuestan mucha plata. Código: traje rojo es, sí, obviamente, una película cara y además es una apuesta nada habitual en estos tiempos: no es una secuela de nada aunque sí, claro, uno podría considerar a la Navidad como una franquicia de las más exitosas de la historia, al punto de que funciona tanto en verano como en invierno (bueno, seamos sinceros, en invierno funciona un poco más).

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