El Marginal, Temporada 2

La segunda temporada de El Marginal no solo es una joya del drama argentino, sino también un espejo inquietante de las problemáticas sociales y culturales de América Latina. Situada en el ficticio penal de San Onofre, la serie presenta un microcosmos en el que las dinámicas de poder, corrupción y violencia estructural reflejan una realidad que va mucho más allá de las rejas.

Antes de adentrarnos en la segunda temporada, es importante mencionar el impacto que tuvo la primera. El Marginal debutó con una propuesta audaz: un drama carcelario que no temía mostrar las aristas más crudas de la vida tras las rejas. La historia de Miguel Palacios infiltrándose en San Onofre para desarticular una organización criminal capturó la atención del público por su intensidad narrativa y su capacidad para generar empatía hacia personajes complejos. Esto generó altas expectativas para la segunda temporada, que debía profundizar en el universo ya establecido sin perder frescura.

En el contexto social, El Marginal explora un sistema carcelario plagado de corrupción, donde los prisioneros ejercen más poder que los propios guardias. Esto no es solo una licencia creativa, es un retrato que resuena con la realidad de muchos sistemas penitenciarios en América Latina. Prisiones hacinadas, estructuras jerárquicas informales entre los reclusos y la falta de recursos son problemas comunes en la región, y la serie los aborda con una crudeza que evita el sensacionalismo. Este enfoque es especialmente relevante en Argentina, donde el debate sobre la reforma del sistema penitenciario sigue siendo un tema candente. La serie pone de manifiesto cómo las prisiones, lejos de ser espacios de rehabilitación, se convierten en territorios donde las desigualdades sociales y la violencia se perpetúan.

El marginal 2 (2018) - Filmaffinity

Culturalmente, El Marginal captura el lenguaje, los códigos y las costumbres de un sector marginalizado de la sociedad argentina. El uso del lunfardo, los gestos y las jerarquías internas del penal contribuyen a una autenticidad que pocos dramas carcelarios logran alcanzar. Este realismo no solo permite que los espectadores se sumerjan en el mundo de San Onofre, sino que también los obliga a confrontar una realidad que muchas veces es ignorada o simplificada en los medios de comunicación.

La segunda temporada introduce nuevos personajes y profundiza en las historias de los ya conocidos. Los hermanos Borges, figuras centrales de la narrativa, toman el protagonismo para mostrar su ascenso al poder dentro del penal. Este enfoque permite a los creadores explorar las raíces de su dinámica fraternal y las circunstancias que los llevaron a convertirse en líderes despiadados. En paralelo, se nos presenta a "Diosito" en una faceta más vulnerable, lo que añade capas de complejidad a su personaje y lo distancia de los arquetipos habituales del villano carcelario.

Un paralelismo interesante se puede trazar con la serie estadounidense The Wire. Ambas producciones comparten una habilidad excepcional para entrelazar narrativas complejas con un análisis social profundo. Mientras que The Wire disecciona las instituciones de Baltimore —la policía, las escuelas, los sindicatos—, El Marginal se centra en la prisión como un reflejo de las desigualdades y la corrupción que atraviesan a toda la sociedad. Sin embargo, El Marginal adopta un enfoque más visceral y menos documental, empleando la violencia explícita y el drama interpersonal para transmitir sus mensajes.

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Otra comparación inevitable es con Prison Break, pero las diferencias son abismales. Mientras que Prison Break se apoya en giros de trama ingeniosos y un ritmo acelerado, El Marginal opta por una narración más pausada y atmosférica que prioriza el desarrollo de personajes y el contexto social. Las motivaciones de los personajes en El Marginal no se sienten forzadas ni artificiosas, surgen de un entorno creíble y de circunstancias que, aunque extremas, tienen una lógica interna.

En términos de cine, El Marginal podría compararse con películas como Ciudad de Dios (2002) de Fernando Meirelles. Ambas obras retratan la violencia estructural y la marginalidad de una manera que no busca glorificar ni victimizar a sus personajes, sino presentarlos en toda su complejidad. En Ciudad de Dios, la favela se convierte en un personaje más, con sus propias reglas y dinámicas, de manera similar a cómo San Onofre define y moldea a quienes habitan dentro de sus muros.

Además, es imposible ignorar las conexiones con el cine carcelario clásico, como Escape de Alcatraz (1979) o Cadena Perpetua (1994). Aunque El Marginal comparte el entorno con estas películas, se aleja de su enfoque en historias de redención o escape para centrarse en las luchas internas por el poder y la supervivencia. En este sentido, la serie se acerca más al estilo de Un Profeta (2009) de Jacques Audiard, donde la cárcel es tanto un lugar de castigo como una escuela del crimen.

El contexto social también se enriquece al observar las interacciones entre los personajes. Los hermanos Borges, con su despiadada búsqueda de poder, representan una forma de liderazgo que se basa en el miedo y la violencia, un modelo que puede encontrarse tanto en el ámbito político como en el criminal. Por otro lado, el personaje de "Diosito" muestra cómo la lealtad y el deseo de pertenencia pueden ser utilizados como herramientas de manipulación. Estos temas trascienden el ámbito carcelario y resuenan en cualquier sociedad donde las relaciones de poder están marcadas por la desigualdad.

El papel de las mujeres en El Marginal también merece una mención especial. Aunque la narrativa principal está dominada por hombres, los personajes femeninos, como la doctora Emma Molinari, aportan una perspectiva que contrasta con la brutalidad del entorno. Su presencia destaca la resistencia y la lucha por mantener la humanidad en un contexto que parece diseñado para destruirla. Sin embargo, también se podría argumentar que la serie podría haber profundizado más en las historias de estas mujeres, un punto en el que otras producciones como Orange is the New Black han sobresalido al mostrar una diversidad de perspectivas femeninas dentro del sistema penitenciario.

Con el final de la segunda temporada, las expectativas para la tercera estaban por las nubes. Los fanáticos esperaban respuestas a las preguntas abiertas, pero también ansiaban que la serie continuara explorando el complejo entramado de relaciones y dinámicas que la hicieron tan fascinante. La tercera temporada prometía expandir aún más el universo de San Onofre, introduciendo nuevos conflictos y personajes, y manteniendo la misma calidad narrativa que había caracterizado a las dos primeras.

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En última instancia, El Marginal utiliza su marco narrativo para plantear preguntas incómodas sobre la sociedad. ¿Qué tan lejos estamos de las dinámicas que se ven en San Onofre? ¿Cuánto de la violencia y la corrupción que vemos en pantalla es un reflejo directo de nuestra realidad? Estas preguntas no solo enriquecen la experiencia de ver la serie, sino que también la convierten en un punto de partida para debates más amplios sobre justicia, desigualdad y humanidad.

Con su segunda temporada, El Marginal reafirma su lugar como una de las series más importantes de la televisión argentina. No solo por su calidad narrativa y actoral, sino porque tiene el valor de enfrentarse a temas difíciles y mostrarlos sin edulcorantes. Al igual que las mejores obras de ficción, El Marginal no ofrece respuestas fáciles, pero sí nos obliga a mirar de cerca realidades que a menudo preferimos ignorar. Y eso, en sí mismo, es un logro monumental.

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