La errancia como forma de vida: 

Hay películas que son para abandonarse al discurrir. Errante, la conquista del hogar (2022) de la fotógrafa y realizadora argentina Adriana Lestido, lo es.

Se trata de un documental que testimonia la experiencia que realizó la autora al viajar sola por el Círculo Polar Ártico, durante un año y medio, acompañada simplemente del mínimo equipamiento de una cámara. El periplo arranca en primavera con la ebullición de las aguas termales, sigue con la irrupción de la luz y el verdor de la vegetación en el verano, continúa en el otoño de largo e infinito manto blanco y atraviesa la gelidez desolada del crudo invierno ártico, donde se pueden apreciar las auroras boreales; para recomenzar en una primavera donde irrumpe la vida con la presencia de los animales.

Lestido nos invita a errar junto a ella, a descubrir lo enigmático y maravilloso del abismo. Y filma con planos fijos, presentándonos la experiencia del movimiento y del tiempo en cada uno de los cuadros. Allí se está inerme al sonido del agua, del viento y de los animales, transitando la poesía de la tumultuosa tempestad o del pacifico renacimiento. Pequeños intertítulos con referencias literarias, contextúan la experiencia visual que nos propone. Muy pocas veces introduce música extradiagética, acaso para borrar todo residuo que conecte con la cultura humana, y cuando lo hace, por ejemplo, con Nick Cave-Warren Ellis o Gabo Ferro en los créditos, resulta verdaderamente conmovedor.

La de Lestido, es la experiencia radical de exponerse y abismarse a los confines de la civilización; y de abandonarse al paso del tiempo, al movimiento del paisaje y a sus cuatro elementos. De esta manera, el viaje se presenta como metáfora del viaje de la vida con su estructura temporal circular, donde tras la adversidad más dura, siempre se vuelve a florecer. Pero también puede leerse como la experiencia del duelo, de perder lo más preciado, de abismarse a la experiencia del vacío y la soledad absolutas, sumido ante las peligrosas inclemencias del tiempo; y no obstante, no sucumbir, sino permanecer y resistir y honrar la vida, como diría Eladia Blázquez en su canción.

Además Errante es también la experiencia de esa soledad desértica de lo femenino, en tanto lo desconocido, lo intocado, lo que está mas allá del lenguaje, pero que se puede alcanzar con la poesía de esas bellas e inquietantes imágenes que tocan el cuerpo, produciendo desde estados de angustiosa zozobra hasta una plácida ternura. Otra posibilidad es leer Errante como una distopia con final feliz, pues se presentan vestigios de lo humano en construcciones abandonadas y desoladas, que en su estoicismo permanecen tras la catástrofe; registro de lo que fue; pero también de lo que acaso puede volver a habitarse.

El viaje que nos presenta Lestido no es en rigor un viaje geográfico y exterior, sino que es ante todo un viaje interior. Se trata, como bien lo expresa el titulo, del viaje como experiencia de vagabundeo sin meta o finalidad preestablecida, pero especialmente como experiencia transitoria de abandono absoluto de los demás, de las fronteras el yo, de un extravío de las coordenadas; de un perderse en el páramo de la soledad para encontrar la mismidad, la singularidad de la mirada de una mujer; gélida y bella a la vez, y cada vez, que emerge para re-encontrarse con el mundo civilizado de otra manera.

Como en los documentales de Herzog, cuya influencia es notoria, en Errante, la conquista el hogar se trata de ir más allá de los límites de lo humano, pero no para dar cuenta de la inutilidad de la transgresión de los mismos, su potencial destructivo. Sino para para encontrar por primera vez la propia casa en la experiencia poética del cuerpo, siempre abierto al misterio de la vida. Errante nos invita entonces a hacer del errar, una forma de vida.

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