
Si bien la frase “todo tiempo pasado fue mejor” aplica a cualquier ámbito de la vida, rara vez fue tan repetida como en el contexto del cine contemporáneo. Sin importar el género, parece que el séptimo arte está condenado a mirar hacia atrás con nostalgia y hacia adelante con temor, a medida que se obsesiona cada vez más con la taquilla y olvida su verdadera razón de ser. Por eso, no es de extrañar que las cadenas del mundo entero estén apostando por los reestrenos de títulos icónicos, siendo estos métodos infalibles para llenar las salas.
A finales de 2024 y comienzos del 2025, la usual fiebre por la llegada de las cintas que estarán nominadas a los Oscars fue acompañada por el furor a raíz de la vuelta de un nuevo clásico: Interestelar, la obra más popular de Cristopher Nolan, que cumplió diez años el siete de noviembre. En una suerte de déjà vu, la película encabezada por Matthew McConaughey despertó los mismos debates que supo suscitar al momento de su estreno. Otra vez, la mitad del público se maravilla de la complejidad de la producción, mientras que la otra parte la tilda de simplista. La diferencia es que, una década más tarde, ambas posiciones se agudizaron al extremo. Hoy, algunos claman que tal espectáculo no va a poder repetirse jamás, a la vez que otros lo ven como uno de los primeros ejemplos de un estilo (el “Nolanesco”) hoy sobrevalorado y oxidado, que esconde su guion enclenque detrás de imágenes pomposas.
Lo indiscutible es que la mayoría ya no se identifica con las personas que fueron cuando el filme llegó a la pantalla grande por primera vez. Algunos eran muy pequeños para comprenderlo, mientras que otros no pensaban el cine como lo hacen ahora. Incluso aquellos que consideran no haber cambiado desde entonces eran otros, obviedad inescapable por el solo paso del tiempo. Diez años obligan a transformaciones ineludibles, y el envejecimiento de Interestelar no fue excepción a la regla ¿Evolución o involución?

Interestelar y la invariabilidad como decisión artística consciente
En primer lugar, cabe señalar que la recepción actualizada de Interestelar está afectada por las características que hacen al espectador moderno. Como se mencionó al principio, se trata de un consumidor frustrado por las obsesiones económicas que rigen a los grandes estudios, encaprichados con hacer dinero antes que dejar un buen legado. No es que tal estado de las cosas no se haya percibido previamente, pero, en ese entonces, un producto fresco y sobresaliente era sinónimo de una buena performance en taquilla. Hoy, pocos apuestan por las historias nuevas y arriesgadas, prefiriendo siempre lo reiterado hasta el cansancio, y tal comportamiento empuja a los tanques a producir en fábrica. Por eso, los amantes del cine audaz atesoran sus pocas apariciones como si fuese oro, y aborrecen lo prototípico con mayor intensidad que nunca.
El magnum opus de Nolan es un bicho raro, porque opera en ambos extremos. Desde que el nombre del autor se volvió estatus, cada una de sus películas es anticipada como “el estreno del año”, y su desempeño económico bien lo demuestra. Sabemos que, sin importar la trama en cuestión, vamos a ser afectados, y es esa necesidad de shock faltante en los filmes comerciales de hoy lo que nos lleva a comprar la entrada. Trátese de la parte visual, de la diégesis propiamente dicha, del guion, las actuaciones, o el sonido, tenemos la certeza de que alguna emoción nos va a arrebatar. El deslumbramiento sucede, y quien no vea la obra por segunda vez puede estar seguro de que va a percibir la cinta como novedosa hasta el fin de sus días.
No sucede lo mismo al revisitarla. Al repetir el visionado, se hace claro que el carácter innovador no es intrínseco a la producción, pero tampoco es un resultado limitado al estreno. Parece ser algo más relacionado con la actitud de llevar a cabo épicas de tantas dimensiones, cuyo estruendo opaca las partes flojas. Así, al redescubrir Interestelar, ese ruido estridente disminuye, y nos permite ver sus imperfecciones, todas tendientes a hipnotizar a quien observa con lugares comunes y tropos efectistas sin corazón. En otras palabras, lo que parecía brillar revela estar corroído hasta la médula.
El poema de Dylan Thomas que quiere vestirse de metáfora atractiva y falla en el intento. Un rompecabezas complejísimo al final solucionado por el poder del amor. La obsesión por explicar cada una de las zonas oscuras del guion con diálogos innecesarios. Personajes no tan secundarios sin profundización alguna. El soundtrack de Hans Zimmer que específica efusivamente que hay que sentir y cuando sentirlo. Un desenlace apresurado, cuya falta de alma deja ver el exacto momento en el que Nolan se cansó de jugar con los conceptos que eran de su interés, y se dispuso a elaborar una conclusión insulsa. El envolvente formato IMAX nos ayuda a ignorar todas y cada una de estas carencias en nuestro primer encuentro con la obra. En la segunda cita, la película se condensa en el arquetipo de un mago al que le conocemos los trucos de memoria.
Entonces, el odio exacerbado hacia Interestelar podría argumentarse en el hecho de que su director pretende, como señalan no pocos críticos, aprovecharse de la ingenuidad del espectador. Hacerlo sentir inteligente con planteos filosóficos bobos, desperdiciar su atención a través de un enigma que nadie puede resolver porque el corazón de su fórmula se perfora al analizarlo por segunda o tercera vez, e hipnotizarlo con una odisea espacial que nunca tuvo sentido. La utilidad de estos artefactos narrativos es de un único uso, y volver a ellos es como sentarse a ver una maquinaria apagada, sin energía.
Ahora, estudiemos la otra cara de la moneda ¿Por qué hay tantos que disfrutan esta supuesta estafa de apariencia etérea? ¿Qué hay detrás de las funciones agotadas en salas IMAX y comunes por igual? La respuesta se encuentra en los que aprendieron a amar al director a pesar de sus recurrencias negativas. Por otro lado, ¿Quién define lo que es malo o bueno? Los párrafos anteriores subrayan las opiniones de los amantes del cine innovador, que definen Interestelar como la antítesis del séptimo arte que los conmueve sin consuelo: cintas siempre frescas, siempre predispuestas a hacer pensar desde distintas aristas, siempre portadoras de alguna novedad que no se percibió en visionados anteriores.
Apreciar Interestelar significa comprender que la producción no busca conseguir aquello y falla en el intento. Al contrario, se trata de una pieza cinematográfica que gusta de trabajar con tropos familiares, torciéndolos ligeramente para no desviarlos por completo, situando toda la proeza novedosa en la imagen. Nolan podrá ser acusado de muchísimas faltas para con la exploración de herramientas narrativas de vanguardia, pero nada se le puede decir con respecto a la audacia de su estilo visual. Aunque el cine contemporáneo deja cada vez menos lugar a la sorpresa estética en el ámbito comercial, el autor en cuestión continúa impresionando con un filme de hace diez años que mantiene su jovialidad e impacto.
Otra certeza: la cacería de Nolan tiene que terminar. Si ya demostró su predilección absoluta por los lugares más comunes y tradicionales de la creación audiovisual, ¿Por qué le seguimos pidiendo la revolución suprema de los estancamientos actuales? Sí, es cierto que las películas taquilleras de hoy demuestran una clara asociación entre los clichés y la falta de calidad. Pero el reciente ganador del Oscar no forma parte de dicho grupo. Interestelar, y toda su filmografía de principio a fin, quiere revalorizar las convenciones diegéticas comúnmente bastardeadas, y la enorme comunidad de seguidores fieles que recolectó gracias a tal propuesta prueba la existencia de un público todavía añorante de la formulaicidad.
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