
Miré “Dune”, de David Lynch, cuando tenía 14 años. Me fascinó y me llevó a leer los libros, ya adulto los leí en su idioma original. Luego, me enteré que fue un fracaso crítico y comercial cuando se estrenó y en los 40 años transcurridos desde entonces se habla de ella principalmente como la oveja negra de la filmografía de su director: una extraña mancha, en una extraña carrera.
Con cada nueva adaptación del material original, el original de 1984 es exhumado de su tumba para una reevaluación cultural y, en cada ocasión, la conclusión parece ser la misma: “Dune” de David Lynch no es genial. Es bueno que tengamos una nueva.
Realmente no entiendo todo el odio hacia la adaptación de "Dune" de David Lynch (los críticos Gene Siskel y Roger Ebert aparentemente odiaron la adaptación). Ahora bien, tengo que decirlo: No estoy de acuerdo. Honestamente, creo que su trabajo se acerca mucho más a los libros en términos de diálogo y monólogos internos. También creo que la película se mantiene muy bien incluso hoy en día debido a las actuaciones sobresalientes de los actores. Estoy de acuerdo en que las "Dune" de Denis Villenevue tienen mejor fotografía y banda sonora, pero la actuación en realidad no es tan homogénea en comparación con la película de Lynch. Chalemet, Butler y Skarsgård en su interpretación del Barón, llevaron las dos películas al éxito en términos de actuación.
Es frustrante que cada decisión que tomó Villeneuve para desviarse de los libros sea alabada: "¡Oh, es mucho mejor dice la crítica!". Qué tontería... La versión de Lynch es superior en casi todos los aspectos... Excepto, tal vez, su tratamiento de Duncan Idaho... Las nuevas películas eliminaron casi todo lo que hace que Dune sea Dune... A los mentats apenas se los menciona, y realmente no se sabe lo que pueden hacer. No tienes idea de las capacidades de una persona entrenada por la Bene Gesserit. Las 'Grandes Casas' son gente normal, sin aire de realeza o formalidad. Paul no actúa como alguien que ha sido criado o entrenado desde su nacimiento para ser el Duque, es solo un adolescente en crisis. Jessica es una mujer fuerte y extraordinariamente capaz, pero en la primera Dune de Villeneuve es principalmente una mujer que no puede resolver casi nada. Los personajes de Lynch tienen una formalidad creíble en su discurso e interacciones, parecen una 'Gran Casa'. Hacer de Feyd (más allá de la increíble actuación de Austin) una criatura inquietante, pálida y afeitada elimina toda la sutileza de su personaje, ya que se supone que es vicioso y cruel, pero también extraordinariamente atractivo, un contraste con Rabban. Hay cierta superficialidad del personaje ya que en realidad es solo un Rabban más pequeño. ¿Cuál fue el beneficio de cambiar el género de Liet Kynes? Ese era el padre de Chani... Como ambos acababan de perder a sus padres, fue una de las cosas por las que Paul y Chani se unieron... ¿Por qué algo está protegido? Los Harkonnen pueden volar todo lo que tienen los Atreides sin problemas... Incluso la 'Especia' y sus propiedades apenas se exploran... Sin Alia/Abominación... Sin Gremio Espacial... Sin Landsraad... Sin Tleilaxu.... Sin explicación de lo que es un Doctor Suk... Solo 2 películas largas y opresivamente beige... Lo único que pienso que se manejó muy bien en las nuevas versiones fue más tiempo en pantalla/presencia para Idaho, ya que él es realmente el protagonista de la serie en su conjunto. Aunque creo que Oscar Isaac debería haberlo interpretado en lugar de Leto, ya que se ve exactamente como se describe a Idaho en los libros. También me gustó Javier Bardem como Stilgar. Es el único personaje en esas películas que exuda algún liderazgo. Por último, los ornitópteros eran muy superiores a la pequeña caja dorada de la película de Lynch, eran bastante tontos... Villeneuve se ha desviado tanto del material original en este punto que cualquier secuela futura probablemente tendrá que ser principalmente inventada...
He visto Dune de Lynch muchas veces y nunca me canso de ella, siempre me atrae magnéticamente. A Villeneuve le faltan interpretaciones. Además, los cambios que Villeneuve hizo eliminan tantos elementos esenciales de Dune (los Mentat, las capacidades de las Bene Gesserit, la formalidad regia de las Grandes Casas) que ya casi no parece el universo de Franck Herbert de 1965. La versión de Lynch puede tener sus defectos, pero al menos captura mejor el tono formal y el espíritu de la novela original, en mi humilde opinión.
Siempre he tenido debilidad por la miniserie de 4 episodios que Sci Fi transmitió en el 2000. Se apega más a los libros que cualquiera de las otras. La parte que más me gusta es el manejo de los Harkonnen. Son gente horrible con hábitos asquerosos. Se traicionan entre sí y conspiran contra todo aquel que se les cruza por delante. Pero lo mantienen en privado. En público, el Barón es respetable, educado y carismático. Es obeso mórbido y claramente se entrega a sus vicios en exceso, pero tiene un rostro limpio, una voz suave y una naturaleza jovial... Cuando no está haciendo sufrir a un inocente o lidiando con un enemigo. Por supuesto, cada uno de los personajes principales es complejo y, en la serie, hay espacio para desarrollar un lenguaje visual más profundo. Allí se pueden ver todas las estrategias en torno a lo político que pone en ejercicio, tratando de tender una trampa a Feyd para que se casara con una hija de los Corrino y conspirara para ascender en la línea de sucesión. Y antes de que el heredero de los Atreides regresara del desierto, casi lo tenía todo asegurado. Y en eso hay algo de razón: El emperador del universo conocido no va a casar a una de sus hijas con el exhibicionista de ojos saltones que tiene como tío un tumor volador desquiciado.
Ahora bien, diré que Lynch —un cineasta icónico y enormemente influyente, que ocupa un lugar especial en los corazones de los cinéfilos, como yo, en todas partes— logra incluir la mayoría, si no todos, de los principales momentos de la historia que Villeneuve logra abordar en dos partes, por lo que debería recibir algún crédito por eso, incluso si, en última instancia, no fue prudente hacerlo. Incluso creo que es justo decir que Villeneuve va más a lo seguro que Lynch en lo que respecta a Spacing Guild y Navigators. Villeneuve cometió omisiones inteligentes que impidieron que sus películas fueran potencialmente inaccesibles para los nuevos espectadores. La película de Lynch, por otro lado, es insistente en incluir todo lo posible. Dicho esto, los diversos momentos de la historia de “Dune: Part One” de Villeneuve son relativamente similares a la película de Lynch. Sin embargo, la interpretación de Villeneuve se centra en los Fremen y Chani, y su introducción paree funcionar mucho mejor para la narrativa general que las escenas con mucha exposición de la Princesa Irulan, el Gremio Espacial, el Emperador Shaddam IV y las Bene Gesserit en la introducción de la película de David Lynch. Para un no fanático la introducción de Lynch puede ser abrumadora, por lo que alterar por completo esa impresión inicial es un gran acierto de Villeneuve.
Dado que Lynch sólo tenía un único largometraje para meter todo, finalmente tuvo que acelerar las cosas, y esto se siente especialmente en la sección de la narrativa que Villeneuve contó en su “Dune: Part Two”. Lo que Villeneuve tardó más de dos horas y media en contar en la Parte Dos, Lynch se ve obligado a apresurarse en quizás treinta o cuarenta minutos. El ascenso de Paul al poder, su romance con Chani y las costumbres de los Fremen se acortan, reducen y aceleran. Esto también significa que la película de Lynch contiene la narrativa del mesías salvador blanco (es un problema que muchas películas siguen manteniendo). Las zonas grises en las que Villeneuve se enfoca con el arco de Paul en la Parte Dos enriquecen la narrativa.
En general, como era habitual en la década del ochenta, la película explica y verbaliza en exceso los pensamientos internos de las personas en lugar de dejar que las notas sutiles de interpretación indiquen los pensamientos de los personajes, algunos de los efectos visuales (especialmente la escena principal del escudo) son impactantes incluso para la época, y Lynch también hace algunas adiciones cuestionables que vistas con los ojos actuales parecen ridículas (por ejemplo, entre otras, las cejas de los Mentats y la apariencia general asquerosa del Barón). Sin embargo, volvamos a decirlo, las peculiaridades de Lynch, la banda de sonido y su sólido elenco (Brad Dourif, Virginia Madsen, Patrick Stewart, Sting, Kyle MacLachlan, Sean Young, Max Von Sydow, etc.) ayudan a que la experiencia de verla sea extraordinaria.
Espero que me comprendan: Lynch me enseño una forma de arte que no había experimentado. Una especie de revelación del subconsciente, no sé si todo el arte debería funcionar así. Aunque sospecho que -tal vez- todo el arte que resuena en lo profundo sea así. A lo largo de mi vida me he encontrado con muchas personas a las que no les gusta lo que hace Lynch, intuyó que no desean mirar sus propias sombras, en lo desconocido. El arte debería hacer eso. Explorar más allá de las convenciones, los límites y las expectativas del entorno. Estamos habituados a que el arte opere simplemente en el reino de lo comprendido, lo explicable y lo cuantificable, hay muchos ejemplos famosos de esto. Elegir la aventura, antes que la idea de que las cosas pasan porque se tiene suerte -o mala suerte-. Enfrentar cierta dificultad con lo innombrable. Dotar de voz a algunos aspectos de nuestra experiencia que suelen estar silenciados. Lynch, me enseño la oportunidad de nuevos universos del lenguaje.
La novela de Frank Herbert ha sido un espejismo en el horizonte cinematográfico durante tanto tiempo (en los cuarenta años que han pasado desde que se materializó por primera vez, ha sido contemplada por una variedad de admiradores, desde Corman hasta Ridley Scott, y casi fue alcanzada por el inimaginable Jodorowsky) que todo en ella parece brillar con familiaridad. En particular, las expediciones de “Star Wars” plantaron una serie de huellas en el territorio de Dune, no solo en forma de escenarios desérticos y comunidades tribales, además de, en “El retorno del Jedi”, una amenaza estrechamente relacionada con el gusano de arena, sino también en el esquema de George Lucas de la política interestelar imperialista y, sobre todo, en su figura central: un joven de autoconciencia y capacidad en constante expansión, guiado por sabidurías antiguas y entrenado sin saberlo para el liderazgo en una lucha de siglos de antigüedad. A las expectativas se fueron sumado las propias producciones anteriores de De Laurentiis, reinterpretando la mitología pulp en la forma de King Kong, Flash Gordon y Conan para ilustrar un interés duraderamente romano (y por inferencia entrañablemente personal) en la barbarie, la conquista y lo sobrehumano.
El director Mike Hodges (Getting Carter fame) cuenta la historia de cómo, en su primer encuentro con el productor Dino De Laurentiis, le preguntó por qué lo habían elegido a él, un director de películas de suspenso, para la extravagancia de ciencia ficción sobre Flash Gordon. Con su ronco acento italiano, Laurentiis respondió: "Porque me gusta tu cara".
Tal vez un proceso de pensamiento similar estuvo detrás de la decisión, de Dino y su hija y protegida Rafaella, de elegir a un cineasta aún más extravagante, David Lynch, para su adaptación a la pantalla grande de Dune, de Frank Herbert.
El material original es una epopeya espacial como ninguna otra; la historia de un imperio humano intergaláctico feudal en el que el Emperador Padishah, los nobles Atreides y los bárbaros Harkonnen conspiran y luchan por el control de una especia capaz de manipular el espacio llamada Melange. Hay navegantes mutantes, una hermandad psíquica, gente del desierto con brillantes ojos azules y, en la corpulenta forma del Barón Harkonnen, un pedófilo volador y mórbido obeso. El cineasta de vanguardia Alejandro Jodorowsky intentó adaptarla a mediados de los años 70, con diseños de producción de HR Giger, música de Pink Floyd y con Salvador Dalí como protagonista como el Emperador del Universo Conocido. Tal vez inevitablemente, la producción se vino abajo antes de que pudiera comenzar el rodaje. Con su elenco de personajes al nivel de Tolstoi, su compleja construcción del mundo y su mezcla de temas, muchos pensaron que la novela de Herbert era infilmable, y muchos siguieron sintiendo lo mismo mucho después de que se estrenara la adaptación de Lynch.
Millones de lectores han leído el best-seller de Herbert a lo largo de los años, pero sólo los fanáticos pueden recordar con claridad la relación precisa entre el Gremio, el Landsraad, la Corporación CHOAM y el Imperio, en gran parte porque la novela también es bastante vaga al respecto.
Tampoco resulta fácil, a pesar de un cuidadoso diagrama, captar rápidamente a qué planeta pertenece cada conjunto de rostros, o quién se supone que vive en qué lugar, sobre todo porque la trama exige que sus participantes cambien de bando con frecuencia y sin previo aviso. En cambio, más bien a la manera de los jóvenes Fremen inexpertos (a los que Herbert, con ironía premonitoria, llamó Wallies), nos tambaleamos de un intercambio de información a otro a lo largo de todas las películas, con la esperanza de haber entendido lo que hemos oído.
El Gran Problema de David Lynch era reducir las complejidades de la narración de Herbert a algo con más sustancia dramática que un tráiler prolongado (su primer borrador, proporcionaba suficiente para dos películas), es curioso que su guión haya considerado necesario inventar un Ser Supremo. Este último se parece a un gusano distendido encerrado en un enorme tanque de líquido conservante y, como era de esperar del director de Eraserhead (1977), Lynch ofrece muchas oportunidades para inspeccionar de cerca esta admirable monstruosidad. Reaparece cuando las naves Atreides, en atractivas filas de vainas de semillas, se abren paso a través del espacio hacia el planeta Dune. Hay que considerar que los efectos especiales no son los mejores para esta secuencia y que es evidente que el lento deslizamiento del Ser a través de un remolino de pinturas al óleo tiene un significado maduro, aunque evasivo. Si bien, todos podemos sorprendernos ante los gusanos de arena que representan el bestiario lascivamente orgánico de Lynch (incluido el desafortunado John Merrick) más que el de Herbert, e invita, como el baliset de Gurney Halleck o el dispositivo como una pala doblada con el que Paul trepa a su primer gusano (ambos dispositivos que adquieren pleno valor en la novela), aunque son explicaciones que la película no tiene tiempo de ofrecer.
La novela de Herbert, aunque está bien adornada con pompa, ofrece gran parte de su sustancia en la forma totalmente no visual de la comunicación de dos niveles de los personajes, cuyos pensamientos están tan abiertos al lector como sus palabras. A través de este subtexto de señales, recuerdos y pistas de futuros posibles, las extraordinarias percepciones que permiten a Paul comprender las implicaciones de la conducta de su madre y las consecuencias de sus propias decisiones lo convierten, a pesar de todos sus poderes, en un guía relativamente humano y comprensivo. El recurso es un fallo interesante en el cine, particularmente en estéreo cuando abundan los sonidos fuera de campo; problemas técnicos recurrentes en la época. La oscuridad de la novela se sostiene en los escenarios magníficamente melancólicos de la película, la neblina del procesamiento que asegura ojos azules por todas partes, junto con las capas perpetuas de humo, tormenta o arena, solo se suman a las sombras y oscuridades.
El talento de Lynch se confirma honrosamente como retratista de horrores notables (los excesos salvajes del barón Vladimir son un triunfo de la depravación).
Hay cierta necedad en lo que voy a mencionar, pero lo que intento es una defensa de Dune como película de ciencia ficción y como entrada válida –aunque excéntrica– en el canon lynchiano.
Este último punto puede ser el más polémico -y por lo tanto el más interesante- así que empecemos por ahí. Porque ¿cómo puede Dune, con sus naves espaciales, pistolas sónicas, explosiones y gusanos colosales, ser una auténtica película de David Lynch? Los aficionados a las trivialidades sabrán que Dune no fue el primer trabajo de ciencia ficción de gran presupuesto que le ofrecieron; George Lucas había promocionado recientemente el nombre de Lynch como posible director de la tercera (y aparentemente última) película de Star Wars, El retorno del Jedi. El maestro del "horror corporal" David Cronenberg también fue considerado, lo que solo plantea la pregunta, ¿qué diablos estaban fumando en Skywalker Ranch a principios de los años 80?
Como es comprensible, Lynch rechazó la oferta, pero aceptó hacer “Dune“. Entonces, ¿qué fue lo que hizo que el planeta desértico de Arrakis y sus gusanos de arena fueran una perspectiva más atractiva que la luna boscosa de Endor y sus ewoks?
La razón se hace evidente casi tan pronto como conocemos al grotesco Barón Harkonnen de Kenneth McMillan. Flotando por su sucio palacio con un mono igualmente sucio, con el rostro cubierto de furúnculos supurantes, Harkonnen es uno de los personajes más viles que han aparecido en una pantalla de cine. Es una actuación brillantemente desquiciada, la mejor de su carrera por parte de McMillan, anteriormente más conocido por interpretar a policías neoyorquinos malhumorados. En su primera escena, y sin ninguna otra razón que su propio regocijo sádico, Harkonnen arranca el "tapón cardíaco" (creación de Lynch, no de Herbert) del pecho de un esclavo joven y guapo, lo que le hace desangrarse hasta morir. Más adelante en la película, mira con lujuria no disimulada a su propio sobrino Feyd-Rautha, interpretado por un Sting semidesnudo y cubierto de aceite.
A pesar de que Dune contaba con una gama de naves espaciales de juguete y figuras de acción (algunas de las cuales me hubiera gustado tener), no era un éxito de boleteria de verano. Harkonnen no es un avatar del fascismo del Bien contra el Mal. Si su brutalidad y su depravación sexual implícita nos recuerdan a alguien, es a los monstruosos (y demasiado humanos) personajes interpretados por Dennis Hopper en Blue Velvet y Willem Dafoe en Wild at Heart.
Pero la violencia y la depravación sexual por sí solas no hacen que Dune sea “lynchiana”. Al volver a ver la película para este artículo, me sorprendió cómo su aspecto prefigura la estética de algunos de los trabajos posteriores de Lynch. El metal oscuro y curvado del tanque del Guild Navigator y los acorazados Harkonnen se verán nuevamente en las estructuras surrealistas con forma de tetera de la Logia Blanca de Twin Peaks.
Para una película ambientada en un futuro lejano, el aspecto de Dune está lejos de ser futurista. Sus naves espaciales y sus interiores no parecen simplemente “habitados”, como los de Star Wars o Alien, sino positivamente barrocos. Los mundos de Dune son de glamour desvanecido y glorias pasadas; los Atreides como las monarquías condenadas de la Austria y Rusia de fin de siglo, los emperadores Padishah rebosan de tracería dorada, como una corte italiana del siglo XVIII en su forma más decadente. Mientras que Star Wars tiene droides brillantes, Dune tiene esclavos humanos cuyos ojos y oídos están cosidos y reemplazados por accesorios biomecánicos de aspecto doloroso. Los militaristas y patriarcales Atreides son solo nuestros “buenos” porque todos los demás en este universo son tan sangrientos y horribles.
Hay varias peculiaridades narrativas que distinguen a Dune de Star Wars y sus imitadoras, como “Krull”, la franquicia de Star Trek y Battle Beyond the Stars. La película comienza rompiendo la cuarta pared: la princesa Irulan (Virginia Madsen) en primer plano sobre un fondo de estrellas, nos cuenta todo lo que necesitamos saber antes de que comience la película. En el papel, esto podría no parecer diferente a los fragmentos iniciales antes de Star Wars o Blade Runner, pero en la película, hay algo hipnótico en que nuestra mirada se encuentre con la de Irulan. Es más, ni siquiera es un personaje principal en la película, aparece solo una o dos veces, lo que la hace más como el narrador que enmarca una novela del siglo XIX.
Y este no es el único recurso literario que utiliza Lynch. A lo largo de la película, escuchamos hasta los pensamientos más fugaces de casi todos los personajes y, aunque puede que nos cueste un poco acostumbrarnos, es una parte esencial de la narrativa de la película. Los viajes psicológicos y espirituales de sus personajes, y en particular de Paul Atreides (Kyle MacLachlan), son tan importantes como las traiciones políticas y las secuencias de batallas.
Aunque tiene su cuota de decorados enormes y fondos pintados en mate, muchas escenas están grabadas en primer plano. De hecho, la productora Rafaella De Laurentiis cuenta cómo Lynch filmaba tomas de reacciones de las estrellas de la película cuando había 2.000 extras de pie sin hacer nada en el fondo. Parte de esto se puede atribuir a la inexperiencia de Lynch; esta era solo su tercera película. Pero aunque podría verse como un defecto, este enfoque en las caras individuales le da a Dune una sensación más íntima y basada en los personajes que muchas epopeyas de ciencia ficción. Entre sus gloriosos planos de efectos y emocionantes escenas de acción, se desvía hacia las mentes -e incluso los cuerpos- de sus protagonistas. Muchas de estas secuencias oníricas fueron filmadas por el director de fotografía de la segunda unidad de la película, Frederick Elmes, que había trabajado anteriormente con Lynch en “Eraserhead”, y esas escenas a menudo comparten la intensidad expresionista de esa película.
Las imágenes de carne quemada, agua goteando, un feto en el útero y el envenenamiento del duque Leto, con gas verde saliendo de un agujero en su mejilla, es donde vemos las huellas de Lynch con más claridad. El paisaje sonoro de la película, con sus ominosos zumbidos industriales y vientos aulladores, también se parece más a la opresiva penumbra urbana de “El hombre elefante” o “Inland Empire” que a otras óperas espaciales. Puede que fuera un director contratado y sus problemáticas experiencias en Dune pueden haberlo disuadido de hacer películas de gran presupuesto de por vida, pero sigue siendo una película muy lynchiana, más subversiva aún por haber costado 42 millones de dólares.
Como ciencia ficción, creo que entra en una categoría –casi un subgénero– que me gusta mucho. Todas aquellas películas que no ingresan en las representaciones de lo que los espectadores esperan encontrar. Se trata de películas que, aunque interesantes o visualmente impactantes, no alcanzan el éxito comercial y de boletería para lo que fueron creadas. Películas como El agujero negro, El destino de Júpiter de los Wachowski y Valeriano y la ciudad de los mil planetas de Luc Besson o John Carter, más emocionante e interesante que Avatar, una película cuyo éxito intentó emular tan claramente.
Dune es, en mi opinión, la mejor película de ciencia ficción a gran escala que no cumplió con las expectativas del observador promedio. Su director nunca había trabajado, y nunca volvería a hacerlo, en algo de esa escala o en ese género (aunque se podría argumentar que Mulholland Drive, Lost Highway y Twin Peaks tienen elementos de ciencia ficción). A diferencia de Blade Runner, otra película de culto con una recaudación de boletería decepcionante, no se convertiría en el modelo visual de cómo se hace ese tipo de películas. Se destaca por su extrañeza y osadía.
Villeneuve y sus coguionistas lograron entregar una versión para la pantalla grande que agradó al público, a los críticos y a los fans de Herbert por igual. Pero incluso si la última Dune es un éxito arrollador, incluso si es un éxito de boleteria visualmente suntuoso, no puede aspirar a tener ese Lynchismo áspero y desconcertante que dota de un valor clásico la película de 1984.
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