EL DIRECTOR. ALGUNAS FORMAS DE ENTENDERLO
Los obituarios, crónicas y reseñas que vengo leyendo sobre David Lynch dan cuenta de un onirismo aterrador. Su poética narrativa de las pesadillas, sus puestas en escenas teatrales, surrealistas, dan cuenta de una genialidad singular que, a contramano de Estados Unidos, Hollywood y las industrias culturales, sostuvo una obra oscura y libertad de lectura. Francisco de Goya, en su cuarta etapa, reflejaba la oscuridad con la intención de captar la locura en sus lienzos. Lynch también carga su paleta de expresionismo.
En redes sociales destacan quienes se identifican con sus personajes. Valientes, que dan vuelta el espejo para exponerse a la crueldad de la vidriera virtual. Dejan verse raros, sufridos, extraños. Todas, todos, seres que encontraron -encontramos- algún refugio en la obra de Lynch.
Todo lo escrito sobre Lynch parece acertado, y sin embargo, siempre queda corto, como cualquier interpretación de un sueño. Lynch es un director sobre-dimensionado; está por sobre la dimensión corriente. En el no hay experimentación, no hay narcisismo. Hay una narrativa del subconsciente en donde a todo podemos darle un sentido. Estamos invitados.
En primer lugar, sus pesadillas se vuelven recordables por la singularidad de su puesta en escena. Escenarios sencillos, plegados en cortinas, alfombras saturadas, una iluminación densa y una oscuridad precisa. Los pasillos, las puertas, las habitaciones pueden ser trampas. La música incidental suele ser tensa e inquietante. El sonido diseñado para establecer la rareza.

Finalmente, su dirección actoral es compleja. Lynch conduce a sus personajes diversos registros, se mofa de los géneros, personifica los sueños. Sus actores absorben los miedos, también sus ilusiones. Aparecen los demonios, elegantes y malignos, también satíricos y honestos.
En la dimensión real, los personajes. Perdón, en su dimensión consciente los personajes flotan. Hay jóvenes apasionados, policías sensibles, respetuosos asesinos por encargo. Solo el Richard Farnsworth en The straight story (1999) parece sostener su cuerpo con la gravedad de la Tierra. Nada que envidiarle a Wim Wenders, dicho sea de paso.
En una manera muy particular, sus personajes están angelados. Hasta el Henry de Erasehead (1977) transita liviano, tal vez con más humanidad de la que estamos dispuestos a ver. David Lynch hace transitar a sus ángeles sin alas. Y sin embargo, livianos como se desplazan, están llenos de sangre caliente y un corazón pesado, palpitando.
MULHOLLAND DRIVE. LA PELÍCULA
Subjetivamente, para mí es su mejor film. Mulholland drive (2001) consigue conmoverme siempre. Hay una fibra sensible que logra pellizcar en un momento exacto. Una escena, tal vez obvia, aunque es mejor que no nos adelantemos.
Hasta pasada la mitad de la historia estamos inmersos en un universo bien lyncheano -si no lo digo ahora, ¿cuándo?. Es extrañamente elegante, grotesco y sincero. Nos sitúa en las colinas de Hollywood, nos sumerge en un policial noir, nos cautiva con el sueño de una princesa. Podemos ubicarla junto a Blue Velvet (1986), a Fire walks with me (1992) y el universo Twin Peaks entero. Hay irrupciones inconexas que nos advierten sobre la otra dimensión.
También está el factor sobrenatural. Magia oscura, cósmica y siniestra. La escena en la que Adam Kesher (Justin Theroux), un director de cine envuelto en el clásico conflicto con productores mafiosos, busca respuestas en un cowboy sabio. Lo sobrenatural está más cerca de la dimensión real de los imaginamos. La confirmación de un nombre, el de una actriz, Camilla Rhodes, pasa como subtrama sin asumir su peso en el conflicto principal. Hay que esperar.

EL PERSONAJE. LA PRINCESA ENAMORADA
Naomi Watts es Betty Elms. Una actriz frágil, inocente, decidida, que parece no tener mucho más para dar que una belleza clásica. Rubia y encantadora como Marilyn Monroe; inquieta y elegante como Audrey Hepburn. La princesa de pueblo que busca en Los Ángeles convertirse en estrella. Su burbuja naif logra envolvernos. Betty es sensible, humana, encantadora. Ayuda a Rita (Laura Harring), la mujer con amnesia que se dejó caer de un auto barranca abajo. El misterio las une, las hace cómplices, amigas, compañeras.
Betty entonces se desdobla en la mejor escena de casting de la historia del cine (subjetivo). La actriz hace aparecer una profundidad que exhibe su fortaleza, su convencimiento. En su interpretación dramática aparece la pasión. Podemos empezar a sospechar, que Betty no sabe manejar tantas emociones. Ama a Rita. Betty y Rita son amantes.
CRYING SCENE. OCULTA POR EL SILENCIO

Entre sueños, Rita balbucea una palabra: “silencio”, en español. Recuerda un lugar, un sitio oculto, conocido como “El Club del Silencio”. Rita aterrada, no podría volver ahí sin Betty. El miedo también las une. En ese teatro tan despejado como imponente, tan concurrido como íntimo, las está esperando el sacudón que determine sus vidas. Emociones latinas. Me gusta pensar en David Lynch admirando a Pedro Almodóvar.
Desde el escenario: “No hay banda”, advierte un presentador. Y sin embargo los instrumentos suenan. “Es una ilusión”, dice, dejando en claro que todo lo que venimos percibiendo puede no existir. “No hay banda, and yet we hear a band”, insiste. Cuando repite en francés, el presentador se vuelve demonio: “il n'y a pas de groupe.” Hay truenos que no existen, aunque provocan en Betty convulsiones. El demonio desaparece como mago de circo. Betty y Rita se miran, aguardan juntas, tomadas de la mano. La revelación necesita de un arte más profundo.
Ahora el escenario es ocupado por un maestro de ceremonias rubio, fornido, tal vez rumano. A su manera, es elegante en un traje de terciopelo rojo. “Señoras y señores. El Club del Silencio les presenta: La Llorona de Los Ángeles”, anuncia: “rrrRebekah, del rrrRío”. Si no fuera un momento tan tenso sería hilarante. Rápidamente entra un ángel quebrado. Una madama ebria, o sedada, en su caminar sinuoso hacia el micrófono. Su desvarío se desvanece al desplegar su voz, desnuda y poderosa, interpretando Crying, de Roy Orbison, en el idioma de los sentimientos, el español.

“Llorando por tu amor”, entona para Betty y Rita. Palabras, poesía, melodía, se desliza como una serpiente, atraída por el latido de esos dos corazones. “Luego de tu amor, sentí todo mi dolor.” Rita deja caer las primeras lágrimas. Betty, todavía, sostiene su nudo. La serpiente es una boa gruesa, fuerte, lenta, envolviendo esos corazones unidos. Los latidos bombean a la par, aunque no los escuchemos. Silencio, “Al verte otra vez, yo estoy llorando.” Rita se refugia en Betty. La boa aprisiona los corazones, los asfixia. Betty tiene los ojos cargados, enrojecidos de ardor. “Siempre estaré llorando por tu amor”.
Las lágrimas caen junto a las de Diane. Betty y Rita no existen. El corazón asfixiado da un vuelco, es uno solo. Betty y Rita nunca existieron, como Rebekah del Río, que desplomada en el escenario aún entona con el poder de la serpiente. “Llorando por tu amor.” La narración está quebrada. Nos espera la parte de Diane y Camilla, donde no hay banda ni ilusión. El amor puede ser el sentimiento más cruel de un mundo.
LLORANDO. EL FINAL, EL SILENCIO
Diane Selwyn es una actriz mediocre con una racionalidad quebrada y compleja. Nos viene permitiendo soñar con ella, entender sus fantasías. En un inconsciente dañado está la locura. Comprendemos su dolor, su fractura emocional, su depresión. Mulholland drive es un melodrama, desde el punto de vista de la villana.
El tercer acto es intenso, vertiginoso y oscuro. La trama policial se arma desde un triángulo amoroso: Diane, Camilla y Adam. Las pistas estuvieron esparcidas por todo el largometraje, en tantos detalles delirantes, golpes visuales y proyecciones de personajes. La psicología de Diane es sumamente compleja.

Los sueños son lo más poderoso, deja Lynch entre su legado. Allí la fantasía más inocente puede estar travistiendo la pesadilla más horrorosa. El amor, para aquellos apasionados. Cuando la locura, el asesinato y el suicidio son la única forma que tenemos para no seguir “llorando”.
Nico Blanco Rodríguez
¡Comparte lo que piensas!
Sé la primera persona en comenzar una conversación.