Una mirada que importa. La Tokio minimalista de Perfect Days

Spoilers

El vocablo japonés “komorebi” se refiere a la forma en que la luz y la sombra se filtran a través del follaje, algo que solo existe una vez, en ese momento. La luz y la sombra, elementos primarios en la concepción del cine y y de todo arte que intente capturar algo del movimiento de la vida, se fusionan bajo la atenta mirada de un hombre de mediana edad, trabajador de los baños públicos de Tokio. La ciudad se observa siempre bajo la lente de Hirayama, cuyo nombre resulta familiar, puesto que muchos personajes de las películas de Yasuhiro Ozu se llamaban así, entre ellas, Historias de Tokio (1953), y, la que es considerada una de sus obras maestras, El sabor del sake (1962). Es sabida la admiración que Wim Wenders profesa hacia el cine de Ozu: en 1985 realizó el documental Tokyo- Ga que consistía en un homenaje y recorrido por su filmografía y su austera representación de Tokio.

Perfect Days: Komorebi, Seneca e Wim Wenders - ArteSettima

En Perfect Days (2023), sin embargo, ese vínculo entre ambos directores no es simbiótico. Si bien la ciudad se representa también en sus espacios íntimos y en las costumbres de sus habitantes, en la película de Wenders apenas se intuye ese conflicto familiar que es tan característico en las cintas de Ozu. Más bien elige la introspección al concentrarse en la rutina de Hirayama desde que se levanta hasta que se va a dormir y las actividades que realiza a lo largo del día: humedecer las plantas, hacer sus abluciones, el café enlatado antes de partir al trabajo, la higiene en el baño público post- jornada laboral y la lectura nocturna. El silencio que rodea sus hábitos se interrumpe brevemente en su combi, momento del día en que escucha sus cintas de rock de los años setenta que aportan una narrativa de fondo. En las cintas de Ozu, el diálogo es prolífico, mientras que en el largometraje de Wenders se economiza: Hirayama no es mudo, sin embargo, elige restringir los intercambios verbales al mínimo, prefiriendo comunicarse principalmente a través de gestos. Esa introspección se traslada al vínculo del protagonista con una de las ciudades más modernas y frenéticas del mundo: la relación que traba Hirayama con Tokio es análogica, no está mediada por dispositivos digitales e incorpora visiblemente partes de la ciudad a su espacio interior, dado que no es un espectador pasivo, sino que maneja la perspectiva propia de un artista.

Kôji Yakusho, Aoi Yamada, and Tokio Emoto in Perfect Days (2023)
Kôji Yakusho in Perfect Days (2023)

Hirayama despierta al alba con el sonido del barrido en un santuario sintoísta cercano, el Koto Tenso Jinja, representativo de una Tokio tradicional. En el trayecto que lo lleva de su casa situada en Koto hasta el ultramoderno distrito de Shibuya (uno de los nodos más importantes de la ciudad) el complejo juego de luces y signos que se distribuyen, permiten intuir que llega bien entrada la mañana; es también durante ese recorrido que se ve, erguida y monolítica, la Torre Tokyo SkyTree, símbolo de una mundanidad de la que el protagonista elige autoexcluirse. Si se estudia un poco el trazado de la ciudad, no sorprenderá que Hirayama demore tanto en llegar a su lugar de trabajo. Tokio es una ciudad cuyo tendido consta de redes y nodos, una ciudad polinuclear donde cada estación funciona como foco de actividades y consta de una prolífica vida comercial: a medida que se va apartando del centro, disminuye la densidad y el tamaño de los edificios es más bajo, aunque la distribución de los departamentos es bastante compacta. En definitiva, podría verse como una red de ciudades conectadas entré si a través del tren, y cada ciudad funciona con sus peculiaridades: pese a ser caótica, funciona. Filmada cámara en mano, Perfect days es una road movie que transita Tokio como parte del devenir de su protagonista, que otorga a cada uno de esos espacios una mirada que importa.

Estación de Shibuya - Tokio Atracciones - Japan Travel
Estación de Shibuya
Visita los escenarios reales de la película Perfect Days en Tokio
Tokyo Skytree

Pero, ¿por qué puede importar la rutina de un moderno eremita cuyo mutismo, curiosamente, nunca resulta exasperante? En primer lugar, porque cuenta con el rostro amable de Koji Yakusho, que demuestra poseer una amplia variedad de registros. En segundo lugar, porque cada episodio, por más que forme parte de un hábito, se advierte singular: el concepto de komorebi aplicado al montaje. Podría mencionarse en relación a la fotografía de los árboles, momento en el que Hirayama intenta capturar esa filtración, que luego figura en el sueño, los restos diurnos. Sin embargo, una de mis secuencias favoritas es aquella en la que, luego de higienizarse en el baño público o denki-yu (un espacio tradicional que contrasta fuertemente con la lujosa arquitectura desplegada para la puesta en valor de los sanitarios en Shibuya), Hirayama acude en bicicleta y bajo una lluvia torrencial a un bar de comidas al paso ubicado en un centro comercial subterráneo ubicado en Asakusa que conecta con los trenes y donde se puede observar a los transéuntes. Mientras le escancia una generosa dosis de sake, el camarero exclama: “¡Esto por el trabajo duro de hoy!” (una referencia a Ozu). Las mismas palabras, la misma secuencia se repite más adelante en el metraje, en un contexto completamente diferente y con otras personas. Es un signo: como sugiere Roland Barthes en el libro que dedica a Japón, el signo japonés está vacío, su significado huye, no hay dios ni verdad ni moral en el fondo de estos significantes. Cito: "y sobre todo, la calidad superior de este signo, la nobleza de su afirmación, y la gracia erótica con que se dibuja están situadas por todas partes, sobre los objetos y las conductas más banales, las que de ordinario remitimos a la insignificancia o a la vulgaridad. " (1)

Kôji Yakusho in Perfect Days (2023)
Local de comida al paso situado en el centro comercial subterráneo de Asakusa

Cada mirada que se posa sobre la ciudad, incluso sobre aquel vagabundo (el expresivo Min Tanaka) que siempre ronda el mismo árbol, presenta una perspectiva desautomatizada, más propia de la poesía que de la narrativa. La Tokio que se ve no es la ciudad real, sino una estetización de la misma que se percibe en cada detalle que se elige mostrar. Se omiten convenientemente aquellos aspectos que forman parte del día a día de un limpiador de sanitarios públicos: los fluidos corporales, sobre los cuales hay apenas una mención (apunte: para ver esa clase de cine ,que también abunda en Japón, frecuentar las cintas de Takashi Miike). El foco está más bien colocado sobre la arquitectura de los sanitarios, de los cuales, uno de los más impactantes es el diseño de baño transparente de Shigeru-Ban. La película surge luego de la colaboración de Wenders con el proyecto artístico The Tokyo Toilet, que consistía en rediseñar y poner en valor 17 instalaciones, de las cuales podemos ver cinco. La limpieza minuciosa que Hirayama dedica a los retretes, casi como se tratara más de una misión que de un trabajo, se puede percibir también como un espléndido ardid publicitario. No obstante, la película no se trata solo de eso.

Los baños transparentes diseñados por Shigeru-Ban
Perfect Days (2023)

Hay otro elemento fundamental en la relación que traba Hirayama con la ciudad: las plantas que cuida con dedicación en su austero departamento. Estas plantas no son meros adornos, sino fragmentos de Tokio que el protagonista recoge meticulosamente de los parques de la ciudad. Los gajos que toma de estos espacios verdes se convierten en una representación simbólica de su vínculo con el entorno: cada planta es un trozo de la ciudad que lleva consigo, un recuerdo tangible de los lugares que transita. Al igual que la ciudad, las plantas son un reflejo del paso del tiempo y de la constante transformación, pero también de la persistencia de algo más íntimo que sobrevive a lo largo de la cotidianidad: en esa pura exterioridad de los gestos de su protagonista se intuye la narrativa de una caída (es proverbial que la primera canción que se escuche en la cinta sea “House of the rising sun”, de The Animals) y el esfuerzo por incorporar una mirada que permita sobrellevarla. Perfect days es una película amable, carente de violencia, cuyo mérito reside en hacer verosímil la identificación con su protagonista y su peculiar percepción de una Tokio que no cesa de retribuirle con generosidad esa mirada, así como a todo espectador que se abandone a ella.

(1) Roland Barthes, El imperio de los signos, Seix Barral, 2007

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