Anakin Skywalker, sin duda alguna, es uno de los personajes más trágicos de la ficción. Prácticamente toda su vida estuvo marcada por la sombra de la tragedia. Desde niño, tuvo que vivir en la esclavitud junto a su madre, soportando las humillaciones y maltratos de Watto y de muchos otros habitantes de Tatooine. Todo esto fue desarrollando en él un cierto resentimiento desde muy temprana edad. Sin embargo, en su corazón siempre albergó el deseo de algún día salir de ese mundo y ser libre, vivir aventuras. Y, en efecto, lo consiguió, aunque no de la manera que esperaba.
Su gran oportunidad llegó cuando conoció al Maestro Jedi Qui-Gon Jinn. Ese encuentro fue crucial, ya que Qui-Gon descubrió el misterio que escondían sus genes y percibió el nivel extraordinario de la Fuerza que fluía en él. Esto llevó al Jedi a concluir que el joven era el elegido de una antigua profecía Jedi, lo que le ofreció a Anakin la tan esperada oportunidad de abandonar el planeta del que tanto deseaba escapar.
A partir de aquí, su vida se elevó a otro nivel, pero también fue el inicio de sus mayores tragedias.



Su primera gran pérdida fue tener que dejar a su madre en Tatooine, ya que Qui-Gon no pudo liberarla junto con él. Antes de partir, Anakin le hizo la promesa de que algún día regresaría para liberarla. Su aventura con la Orden Jedi comenzó durante la batalla de Naboo, donde logró destruir la nave principal del enemigo, demostrando así su gran capacidad como guerrero y piloto. No obstante, este acto también atrajo la atención del perverso Darth Sidious (el entonces senador Palpatine).




Diez años más tarde, su destino comenzaría a oscurecerse. Una de sus primeras derrotas emocionales fue la muerte de su madre, una pérdida que lo golpeó profundamente. No haber podido cumplir la promesa de salvarla fue un duro golpe para él. Aunque logró verla con vida por unos momentos, no fue suficiente, ya que murió en sus brazos. Esto desató por primera vez su lado oscuro y agresivo, llevándolo a exterminar sin piedad a toda la tribu de merodeadores Tusken responsables de su captura.
Otra gran derrota llegó poco después, al enfrentarse al Lord Sith Darth Tyranus (el Conde Dooku), quien lo venció y le amputó un brazo durante el combate. Esta derrota lo hirió no solo físicamente, sino también en su orgullo.
Desde entonces, ocurrieron varios eventos determinantes en su vida, como su romance secreto con Padmé Amidala, que culminó en un matrimonio oculto. Este acto traicionaba directamente el código Jedi, y fue uno de los últimos pasos hacia su caída definitiva.



Finalmente, ocurrió aquello que marcaría el punto definitivo de su ruina: el temor a perder a su esposa, quien en ese momento estaba embarazada. A partir de los sueños premonitorios en los que veía a Padmé morir durante el parto, comenzó a debilitarse su confianza en el Lado Luminoso de la Fuerza. Ese miedo a la pérdida fue, en última instancia, lo que selló su destino.
En ese momento de vulnerabilidad profunda, el Canciller Palpatine —quien en realidad era el Sith Darth Sidious— aprovechó para manipularlo, presentándose como alguien que comprendía su dolor y asegurándole que tenía la clave para evitar la muerte de Padmé. Esa promesa, basada en una mentira, fue suficiente para que Anakin aceptara cruzar la línea: abandonó el Lado Luminoso y abrazó el Lado Oscuro.
A partir de entonces, todo cambió. Se concretó su transformación en Darth Vader, el aprendiz de Sidious. Sin embargo, esta decisión no lo llevó a la salvación que tanto ansiaba, sino a una vida de aún más pérdidas, sufrimiento y decepciones.




Entonces, el ahora Lord Sith Darth Vader pasaría por muchas cosas, cometiendo numerosas atrocidades durante los siguientes años de su existencia, hasta que, en un momento crucial, se encontraría con un enorme rastro de su pasado: nada menos que su hijo. Este encuentro sería otro punto determinante en su vida, ya que viejos sentimientos que había intentado borrar desde su conversión al Lado Oscuro comenzarían a renacer en él. Por primera vez, se cuestionaría si su vida tenía sentido y si realmente valía la pena seguir por ese camino de muerte y odio, sin reflexionar sobre sus acciones.
El clímax final de su historia llegaría con su enfrentamiento contra su hijo, el Caballero Jedi Luke Skywalker. Ya habían tenido un primer encuentro en el que el Sith salió victorioso, incluso llegando a cortarle la mano, momento en el que también le reveló su verdadera identidad: que él era su padre.
Pero ahora, en este segundo y decisivo combate, las circunstancias eran distintas. Luke era más fuerte, más sabio y más firme en sus convicciones. La batalla fue intensa, pero esta vez la victoria estuvo del lado del joven Jedi. Sin embargo, a diferencia de su padre, Luke no sucumbió al Lado Oscuro. En lugar de matarlo, eligió perdonarlo, lo que desató la ira de Darth Sidious, quien intentó asesinar a Luke en ese mismo instante.
Y fue entonces, en ese momento de máxima tensión, cuando Anakin Skywalker —ya no Darth Vader—, impulsado por el instinto de proteger a su hijo, tomó la decisión que cambiaría todo: salvarlo, enfrentándose al mismísimo Emperador. Al destruir a Palpatine, se liberó finalmente del yugo del Lado Oscuro y redescubrió quién era en realidad.
Con este acto, cumplió la antigua profecía Jedi, restaurando el equilibrio en la Fuerza. Pero el precio fue alto: su propia vida.








En fin, tenemos que Anakin Skywalker pasó por mucho, y prácticamente fracasó en casi todo lo que emprendió. No pudo liberar a su madre ni llegó a tiempo para salvarla. Perdió a aquel Caballero Jedi que lo había rescatado, Qui-Gon Jinn, quien fue para él una figura paterna. Perdió un brazo y, tiempo después, perdería también a su amada Padmé, a sus camaradas Jedi, a su maestro y gran amigo Obi-Wan Kenobi, y a los hijos que iba a tener.
Lo perdió todo por seguir el Lado Oscuro. Y ni siquiera en la oscuridad dejaría de perder cosas: terminó perdiendo su cuerpo en la batalla con Obi-Wan y tuvo que vivir con un cuerpo robótico, convirtiéndose prácticamente en un cíborg. Quedó privado de la libertad de moverse y vivir con naturalidad, algo que nunca le permitió alcanzar el verdadero poder que podría haber logrado con su cuerpo original.
Y al final, también perdió su vida, al elegir salvar a su hijo. Pero murió con la satisfacción de haber salvado al último de los Jedi y de haber destruido al líder del Imperio. Esas acciones demostraron su arrepentimiento sincero y le permitieron redimir una vida entera de errores y tragedias. En ese último instante, también supo que no solo tenía un hijo, sino una hija: Leia.
De esa forma, el antiguo Caballero Jedi murió en los brazos de Luke, su hijo.
Sin duda alguna, Anakin Skywalker es uno de los grandes perdedores de la galaxia. Pero lejos de quedar en ese lugar, al final se convirtió en uno de sus más grandes vencedores. Porque a pesar de una vida de derrotas, pérdidas y maldades cometidas como Sith, encontró la luz al final del camino.
Esa luz se manifestó en su hijo, Luke, la única persona que jamás se rindió en la idea de salvarlo y traerlo de regreso al Lado Luminoso. Y aunque no logró salvar su vida, sí consiguió su arrepentimiento y su redención, lo que le permitió volver a ser quien realmente era: Anakin Skywalker.
Luke pudo confirmar esto durante la celebración en Endor, en ese momento tan especial en el que vio el espíritu de su padre junto a Obi-Wan Kenobi y Yoda. Una señal clara de que Anakin, finalmente, había regresado al Lado Luminoso.





Anakin recuperó la apariencia que tenía cuando lo perdió todo, lo que sin duda alguna demuestra que, al final, su vida de dolor y sufrimiento finalmente llegó a su fin. Ahora era parte de la Fuerza Luminosa, y con ello, quedó claro que sí era el Elegido del que tanto se había hablado. Sí era el Jedi de la profecía, aquel que, pese a todos sus errores, cumplió su destino: traer equilibrio a la Fuerza y liberar a la galaxia del dominio de los Sith.
Por todo eso, Anakin Skywalker fue ese gran perdedor que, a pesar de todo, terminó convirtiéndose en el gran ganador, pues en su último momento fue quien trajo el equilibrio a la Fuerza.
Y también demostró algo aún más profundo: que mientras se esté con vida, siempre existe la oportunidad de arrepentirse de los errores y faltas cometidas, para así alcanzar la redención y regresar a la luz, que es eterna.



